EXPERIENCIA LISBOETA. Segunda parte.
Esta narración es la segunda parte del relato “Experiencia lisboeta”. Si no las has leído antes, puedes leer la primera parte aquí.
Esa noche, cuando Mónica llamó a Irene, ella le contó sobre su encuentro con Lucía. “Hoy me encontré con una compañera de primaria”, comenzó Catarina. “Nos pusimos al día y... bueno, fumé un cigarrillo con ella.”
Mónica escuchó en silencio mientras Catarina le narraba los detalles, esperando su reacción. En lugar de regañarla, Mónica preguntó con calma: “¿Y qué sentiste?”
“Fue raro”, respondió Catarina. “Familiar pero extraño. No me gustó realmente, pero tampoco fue horrible.”
Más tarde, cuando Catarina estaba con Daniel, le contó la anécdota de manera desenfadada. “Me encontré con Lucía y acabé fumando un cigarrillo. Fue una experiencia curiosa”, dijo sin darle demasiada importancia.
Daniel la miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. “¿Y eso? Pensé que no te gustaba fumar.”
Catarina se encogió de hombros. “Digamos que fue más por curiosidad que por otra cosa. No creo que vuelva a hacerlo.”
Y era verdad. El encuentro con Lucía había sido solo eso: un momento pasajero de experimentación que no cambiaría su perspectiva sobre el tabaco.
Cuando Catarina le contó a Daniel sobre su encuentro con Lucía, él la escuchó con atención, apoyado contra el respaldo del sofá. Al llegar a la parte en la que mencionó que había fumado un cigarrillo, Daniel arqueó una ceja, claramente sorprendido.
“¿Tú fumaste?” preguntó, con un tono más curioso que crítico.
“Sí, pero fue solo por curiosidad”, respondió Catarina, encogiéndose de hombros. “Lucía estaba tan tranquila fumando y hablando de lo mucho que le gusta que me dio por probar otra vez. Pero no es algo que quiera repetir.”
Daniel se quedó pensativo por un momento antes de responder. “Bueno, no puedo decir que me encante la idea, pero entiendo que quisieras experimentar. ¿Y qué sentiste?”
Catarina rió suavemente. “Fue raro. No sé si me gustó o no. Fue más como un recordatorio de por qué no quiero hacerlo habitualmente.”
Daniel asintió, relajándose un poco. “Mientras no se convierta en un hábito, no voy a sermonearte. Pero si alguna vez necesitas que te recuerde lo malo que es para ti, aquí estoy.”
Catarina sonrió, agradecida por su comprensión. “Gracias, pero creo que ya aprendí la lección.”
Daniel, al escuchar la historia de Catarina sobre su encuentro con Lucía y el cigarrillo, sintió una mezcla de sorpresa, curiosidad y ligera preocupación. Por un lado, entendía que Catarina era una persona reflexiva y no tomaba decisiones impulsivas, pero por otro, no podía evitar preguntarse qué la había llevado a probar algo que sabía que no le gustaba.
Aunque no expresó ningún juicio, su mente se llenó de preguntas: ¿Fue solo curiosidad? ¿Quería encajar con Lucía? ¿O simplemente estaba explorando algo nuevo? Sin embargo, al notar el tono ligero con el que Catarina relataba la experiencia y su clara postura de no repetirlo, Daniel se relajó.
“Bueno,” pensó para sí mismo, “todos tenemos momentos en los que hacemos cosas por experimentar o entender mejor algo. Mientras no se convierta en un hábito, no hay mucho de qué preocuparse.” Al final, valoró la sinceridad de Catarina al compartirlo con él y decidió confiar en su criterio.
Era una soleada tarde de viernes en Lisboa cuando Catarina decidió salir a patinar con Clara y su amiga Tereza. El aire fresco de febrero invitaba a disfrutar del exterior, y las tres amigas se encontraron en el Parque Eduardo VII, punto de partida de su recorrido por la ciudad.
Catarina se ajustó los patines, sintiendo la emoción del ejercicio por venir. Clara y Tereza ya estaban listas, con sus cascos y protecciones puestas. Con una sonrisa, Catarina dio el primer impulso y se deslizó por el camino pavimentado del parque.
El trío comenzó su recorrido descendiendo por la suave pendiente del Parque Eduardo VII. Catarina sentía el viento en su rostro mientras ganaban velocidad, esquivando hábilmente a los paseantes y turistas que disfrutaban de la tarde. Pasaron junto a la estatua del Marqués de Pombal, donde un grupo de niños jugaba alegremente.
“¡Vamos hacia Avenida da Liberdade!”, gritó Clara por encima del ruido de las ruedas sobre el pavimento. Catarina asintió, disfrutando de la sensación de libertad que le proporcionaban los patines.
Al llegar a la Avenida da Liberdade, se encontraron con un ambiente más urbano. Los árboles que flanqueaban la avenida proporcionaban sombra intermitente mientras se deslizaban por las amplias aceras. Catarina observó los elegantes edificios a ambos lados, las tiendas de lujo y los hoteles de renombre.
“Chicas, ¿qué tal si nos desviamos hacia el Jardim do Príncipe Real?”, sugirió Tereza. Las otras dos estuvieron de acuerdo, y pronto se encontraron patinando cuesta arriba por calles más estrechas.
El Jardim do Príncipe Real estaba lleno de vida. Parejas paseaban de la mano, grupos de amigos charlaban animadamente en los bancos, y algunos turistas sacaban fotos del majestuoso cedro que domina el centro del jardín. Catarina, Clara y Tereza dieron un par de vueltas alrededor del parque, disfrutando de la atmósfera relajada.
Continuaron su recorrido hacia el Miradouro de São Pedro de Alcântara. Aquí, decidieron hacer una breve pausa para recuperar el aliento y admirar las vistas panorámicas de Lisboa. Catarina se quitó el casco y se pasó la mano por el pelo, sintiendo el calor del ejercicio en sus mejillas.
“¿Qué os parece si bajamos hacia el Cais do Sodré?”, propuso Catarina, ansiosa por seguir moviéndose. Sus amigas asintieron con entusiasmo.
Descendieron con cuidado por las empinadas calles del Bairro Alto, zigzagueando entre los transeúntes y esquivando los adoquines más irregulares. El barrio empezaba a cobrar vida con la llegada del atardecer, y los bares y restaurantes comenzaban a llenarse.
Al llegar al Cais do Sodré, el ambiente era completamente diferente. El río Tajo brillaba con los últimos rayos del sol, y la brisa marina refrescaba sus rostros acalorados. Patinaron por el paseo marítimo, disfrutando de la vista de los barcos y del puente 25 de Abril a lo lejos.
“Mirad, ¡hay un montón de gente en las terrazas!”, exclamó Clara, señalando hacia una zona llena de cafeterías y bares con mesas al aire libre.
Catarina redujo la velocidad, observando con curiosidad las terrazas abarrotadas. Grupos de amigos reían y charlaban, parejas compartían copas de vino, y familias disfrutaban de meriendas tardías. Su mirada se detuvo en las mujeres que fumaban en las mesas.
Vio a una joven, quizás de su edad, encendiendo un cigarrillo con gesto despreocupado mientras hablaba animadamente con sus amigas. Un poco más allá, una mujer de mediana edad daba una calada a su cigarrillo mientras leía un libro, pareciendo completamente relajada. En otra mesa, un grupo de mujeres mayores compartía risas y cigarrillos.
Catarina se sorprendió a sí misma observándolas con una mezcla de curiosidad y algo que no supo identificar del todo. ¿Fascinación, quizás? Recordó sus recientes experiencias fumando con Mónica y Lucía, y se dio cuenta de que ya no veía el acto de fumar con la misma desaprobación de antes.
Se preguntó cuántas de esas mujeres serían fumadoras habituales y cuántas, como ella misma recientemente, fumadoras ocasionales o sociales. ¿Cuántas de ellas disfrutaban realmente del cigarrillo y cuántas lo hacían más por costumbre o por el aspecto social?
“¡Catarina, cuidado!”, gritó Tereza, sacándola de sus pensamientos justo a tiempo para esquivar a un ciclista que pasaba cerca.
“Perdón, me he distraído”, se disculpó Catarina, volviendo a concentrarse en el patinaje.
Continuaron su recorrido hacia el Parque das Nações, siguiendo el paseo marítimo. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Catarina sentía el cansancio en sus piernas, pero era una sensación agradable, de esfuerzo bien empleado.
En el Parque das Nações, se maravillaron con la arquitectura moderna y los amplios espacios. Patinaron junto al Oceanário, donde varios grupos de turistas sacaban fotos, y luego se dirigieron hacia la zona del teleférico.
“¿Qué os parece si terminamos nuestro recorrido aquí y nos tomamos algo?”, sugirió Clara, señalando una terraza cercana con vistas al río.
Catarina y Tereza estuvieron de acuerdo, y pronto se encontraron sentadas en una mesa, quitándose los patines y estirando las piernas. Pidieron refrescos y algunas tapas para compartir.
Mientras esperaban su pedido, Catarina no pudo evitar fijarse en una mujer joven en la mesa de al lado que acababa de encender un cigarrillo. La observó discretamente, notando cómo parecía disfrutar de cada calada, exhalando el humo con un gesto que parecía casi de alivio.
“¿En qué piensas, Catarina?”, preguntó Tereza, notando su distracción.
Catarina dudó un momento antes de responder. “Solo pensaba en lo diferente que veo ahora a las personas que fuman. Antes las juzgaba más, pero después de haber probado con Mónica y Lucía... no sé, supongo que entiendo un poco más por qué lo hacen”.
Clara la miró con curiosidad. “¿Te refieres a que ahora te atrae la idea de fumar?”
“No, no es eso”, respondió Catarina rápidamente. “Es más bien que ya no lo veo tan blanco y negro. Me pregunto cuántas de estas personas fuman regularmente y cuántas solo de vez en cuando, como hice yo”.
Tereza asintió comprensivamente. “Supongo que es normal que tu perspectiva cambie después de haberlo experimentado. Pero recuerda que sigue siendo perjudicial para la salud, sin importar con qué frecuencia se haga”.
Catarina estuvo de acuerdo. “Lo sé, y no tengo intención de convertirlo en un hábito. Pero tengo que admitir que entiendo un poco más el atractivo social que puede tener”.
La conversación derivó hacia otros temas mientras disfrutaban de su merienda tardía. Hablaron sobre el recorrido que habían hecho, los lugares que habían visto y lo bien que se sentían después del ejercicio.
Cuando terminaron, el cielo ya estaba oscuro y las luces de la ciudad brillaban sobre el Tajo. Se pusieron de nuevo los patines para el último tramo hasta sus casas.
Mientras patinaban de vuelta, Catarina reflexionó sobre la tarde. El ejercicio la había dejado con una agradable sensación de cansancio físico, y la compañía de sus amigas la hacía sentir contenta y relajada. Lisboa, con sus colinas, su río y su gente, seguía sorprendiéndola y enamorándola cada día.
Al llegar a su casa, Catarina se despidió de Clara y Tereza con un abrazo, agradeciendo la maravillosa tarde que habían compartido. Ya en su habitación, mientras se quitaba los patines, pensó en las mujeres que había visto fumando en las terrazas. No pudo evitar preguntarse si algún día volvería a sentir la curiosidad de probar un cigarrillo, pero rápidamente descartó la idea. Por ahora, estaba satisfecha con la emoción y la libertad que le proporcionaban sus patines y las calles de Lisboa.
Se duchó, dejando que el agua caliente relajara sus músculos después del ejercicio. Mientras se secaba el pelo, Catarina sonrió al espejo, satisfecha con la joven activa y curiosa que le devolvía la mirada. Lisboa le había enseñado mucho sobre sí misma, y estaba ansiosa por descubrir qué más le depararía la ciudad.
Esa noche, Catarina se durmió con el agradable cansancio del ejercicio en su cuerpo y la mente llena de imágenes de Lisboa: sus colinas, sus terrazas llenas de vida, el brillo del Tajo al atardecer y la sensación de libertad al deslizarse sobre sus patines por las calles de la ciudad que llamaba hogar.
Dos semanas después, Catarina salió con Daniel, su hermana y un grupo de amigos a un bar en el centro de la ciudad. La noche transcurría entre risas y conversaciones animadas cuando uno de los amigos de Daniel, Marta, sacó una cajetilla de cigarrillos y ofreció uno a Catarina. Sin pensarlo demasiado, Catarina aceptó.
Al encender el cigarrillo y dar la primera calada, sintió una mezcla de placer y relajación que no había experimentado antes. El humo cálido llenaba sus pulmones mientras su mente se despejaba momentáneamente. Notó cómo la nicotina le daba una ligera sensación de euforia y calma a la vez, como si el mundo se ralentizara por un instante[1][5]. Esta vez no hubo torpeza ni incomodidad; disfrutó plenamente del momento.
Daniel observó desde el otro lado de la mesa, sorprendido pero sin intervenir. Sabía que Catarina había probado un cigarrillo con Lucía semanas atrás, pero verla fumar ahora, en público y con naturalidad, lo dejó pensativo. Marta sonrió cómplice y comentó: “Te queda bien fumar, Catarina. Tienes estilo.” Catarina rió, aunque sintió una punzada de nervios al captar la mirada de Daniel.
Mientras seguían charlando con el grupo, Catarina se dio cuenta de que fumar en público delante de amigos le daba una sensación inesperada de pertenencia y confianza. Sin embargo, también notó una pequeña voz interna que le advertía sobre las implicaciones de este nuevo hábito.
Al volver a casa esa noche, Catarina reflexionó sobre lo sucedido. Por un lado, recordó el placer inmediato que había sentido al fumar y cómo eso parecía integrarla más en el grupo. Por otro lado, no podía ignorar las posibles consecuencias a largo plazo ni la reacción silenciosa de Daniel. Se preguntó si estaba comenzando a cruzar una línea o simplemente explorando algo pasajero. Mientras apagaba las luces para dormir, decidió que debía pensar más detenidamente en lo que significaba para ella este nuevo descubrimiento.
En las semanas siguientes, Catarina y Daniel comenzaron a construir un romance lleno de complicidad y pasión. Pasaban tardes paseando por parques y calles tranquilas, disfrutando de la compañía mutua. Una tarde, mientras caminaban junto al río, Daniel tomó la mano de Catarina y la atrajo hacia él. Bajo la luz cálida del atardecer, se miraron profundamente antes de compartir un beso apasionado, uno que parecía detener el tiempo.
En otra ocasión, mientras estaban en casa de Daniel escuchando música suave, él le susurró: “Me encanta cómo haces que todo parezca más sencillo cuando estás cerca.” Catarina sonrió y respondió: “Contigo siento que puedo ser yo misma.” Ese tipo de conversaciones íntimas fortalecían su conexión, llevándolos a abrirse más el uno al otro.
La relación alcanzó un nuevo nivel de intimidad una noche en la que ambos se dejaron llevar por el deseo. Todo comenzó con caricias suaves y miradas cargadas de intención. En ese momento, Catarina sintió una mezcla de nervios y emoción; pero con cada gesto y palabra de Daniel, la confianza entre ambos creció. Fue una experiencia llena de ternura y pasión que los unió aún más.
Después de esa noche, Catarina reflexionó sobre lo profundo que se había vuelto su vínculo con Daniel. Se sentía segura y amada como nunca antes, pero también consciente de lo importante que era cuidar esa relación tan especial. Para ella, cada momento compartido con Daniel era una confirmación de que estaban construyendo algo significativo juntos.
En las semanas siguientes al cigarrillo que Catarina disfrutó aquella noche con los amigos de Daniel, se encontró en dos ocasiones más con la oportunidad de fumar.
Una tarde, Catarina y Daniel asistieron a una reunión en casa de Marta, la misma amiga que le había ofrecido el cigarrillo la vez anterior. Mientras charlaban en el balcón con otros invitados, Marta sacó su cajetilla y, con una sonrisa, le ofreció uno a Catarina.
“¿Quieres otro? La última vez parecía que lo disfrutaste”, dijo Marta, guiñándole un ojo.
Catarina sonrió amablemente y negó con la cabeza. “Gracias, pero no. Creo que fue solo cosa de esa noche. No es lo mío.”
Marta se encogió de hombros y encendió su propio cigarrillo. “Como quieras. Pero si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.”
Mientras Marta se alejaba para unirse a otro grupo, Catarina notó la mirada de Daniel desde el otro lado del balcón. Él no dijo nada, pero su expresión parecía tranquila. Catarina pensó: “No quiero que esto se convierta en algo habitual. Fue un momento curioso, pero no quiero que defina quién soy.”
Semanas después, Catarina salió con Daniel y algunos amigos a un bar animado del centro. Durante la noche, uno de los amigos del grupo encendió un cigarrillo y le ofreció uno a Catarina.
“¿Te animas? Es viernes, después de todo”, bromeó él mientras sostenía la cajetilla frente a ella.
Catarina dudó por un instante, recordando cómo había disfrutado aquel cigarrillo semanas atrás. Pero luego pensó en cómo se había sentido después: la mezcla de placer inmediato y las preguntas sobre si estaba cruzando una línea personal. Con una sonrisa tranquila, respondió: “No, gracias. Estoy bien así.”
El amigo asintió sin insistir y siguió fumando mientras charlaban sobre otros temas. Daniel estaba cerca y escuchó la interacción; aunque no dijo nada en el momento, más tarde le tomó la mano mientras caminaban hacia casa y le susurró: “Me gusta que seas fiel a ti misma.”
Esa frase resonó en Catarina durante el resto del camino. Pensó: “Es verdad. No necesito fumar para sentirme parte de algo o para disfrutar del momento. Lo importante es ser auténtica conmigo misma.” Aunque todavía recordaba el placer fugaz del cigarrillo que había disfrutado semanas atrás, cada vez estaba más segura de que no era algo que quisiera incorporar a su vida.
Al llegar a casa esa noche, Catarina se sintió orgullosa de sus decisiones recientes. Sabía que había probado fumar como una forma de experimentar algo nuevo, pero también entendía que no necesitaba repetirlo para sentirse plena o conectada con los demás. En su mente quedó claro que su curiosidad inicial ya estaba satisfecha y que podía disfrutar de su vida —y de su relación con Daniel— sin depender de esos momentos pasajeros.
Catarina se encontraba estudiando en casa de su tía Mónica, aprovechando el silencio y la tranquilidad del lugar. Mientras repasaba sus apuntes, un pensamiento inesperado cruzó su mente: hacía tiempo que no fumaba un cigarrillo. La idea la sorprendió, pues no se consideraba fumadora, pero recordó la última vez que había probado uno y cómo lo había disfrutado.
Dejando el bolígrafo sobre la mesa, Catarina se recostó en la silla y se sumergió en sus pensamientos. Se preguntaba si realmente le había gustado el sabor del tabaco o si el placer había venido más bien de la situación social en la que se encontraba aquella vez. “¿Disfrutaría igual si fumara ahora, sola en casa de mi tía?”, se cuestionó.
La duda la llevó a imaginarse fumando un cigarrillo en ese mismo momento. En su fantasía, se veía a sí misma sentada junto a la ventana abierta, con un cigarrillo entre los dedos, exhalando el humo suavemente mientras observaba la calle. Casi podía sentir la sensación de calma y el ligero mareo que recordaba de aquella experiencia[2].
Decidida a satisfacer su curiosidad, Catarina se levantó y comenzó a buscar tabaco por la casa. Revisó cajones y estanterías, pero para su sorpresa, no encontró ni rastro de cigarrillos o tabaco. Fue entonces cuando notó algo diferente en el ambiente: el olor de la casa había cambiado sutilmente. Ya no percibía ese leve aroma a tabaco al que estaba acostumbrada en las visitas a su tía.
Justo en ese momento, la puerta se abrió y entró la tía Mónica acompañada de una amiga. Catarina las saludó, aún algo desconcertada por su búsqueda infructuosa.
“Catarina, cariño, ¿qué tal va el estudio?”, preguntó Mónica mientras dejaba su bolso.
“Bien, tía. Oye, ¿has cambiado algo en la casa? Huele diferente”, comentó Catarina, curiosa.
Mónica sonrió ampliamente. “¡Ah, eso! Pues sí, hay una gran novedad. Llevo siete días sin fumar. He dejado el tabaco por completo.”
Catarina se quedó sorprendida por la noticia. “¡Vaya, tía! Eso es fantástico. Felicidades, debe ser todo un logro.”
“Gracias, cielo. La verdad es que está siendo un reto, pero me siento muy orgullosa. Cada día que pasa es una pequeña victoria”, respondió Mónica con satisfacción.
Mientras escuchaba a su tía hablar sobre su decisión de dejar de fumar, Catarina reflexionó sobre su propio impulso de hace unos momentos. Se dio cuenta de que el deseo había sido pasajero y que, en realidad, no necesitaba el cigarrillo para sentirse bien o relajada. La determinación de su tía la inspiró, reafirmando su decisión de no convertir el fumar en un hábito en su vida.
Catarina y sus amigas Lucía y Clara se encontraron en una acogedora cafetería de Lisboa. Lucía sacó un cigarrillo y lo encendió con destreza, exhalando el humo suavemente. Clara, emocionada, comenzó a compartir detalles sobre su reciente noviazgo.
“Chicas, no os podéis imaginar lo increíble que está siendo”, dijo Clara con una sonrisa radiante. “Llevamos tres meses juntos y la conexión es... wow. Hacemos el amor en cuanto tenemos la oportunidad. El otro día pasamos toda la tarde en ello, una y otra vez”.
Catarina y Lucía intercambiaron miradas de complicidad. “¿Y dónde conseguís tanta privacidad?”, preguntó Catarina curiosa.
Clara suspiró. “Ese es el problema. Ambos vivimos con nuestros padres, así que tenemos que ser creativos. Hemos probado de todo: parques apartados, el coche... incluso una vez en el baño de un centro comercial”.
Las chicas rieron y siguieron haciendo preguntas sobre la nueva relación de Clara. Lucía, mientras tanto, terminó su cigarrillo y lo apagó en el cenicero.
Más tarde, Laura, la hermana de Daniel, y su prima Paula se unieron al grupo. Clara, notando la presencia de las recién llegadas, cambió sutilmente de tema.
Paula sacó su cajetilla de cigarrillos y ofreció a las demás. Todas declinaron, pero Lucía aprovechó para encender otro de los suyos. Paula encendió el suyo con un mechero plateado, dando una calada profunda y exhalando el humo en anillos perfectos. Lucía, por su parte, fumaba con gestos más relajados, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos con elegancia y dando caladas cortas y frecuentes.
“Oid, chicas”, dijo Laura, captando la atención del grupo. “Voy a participar en una competición de atletismo en Coimbra el próximo mes. Hay algunas plazas de hotel baratas disponibles si alguna quiere acompañarme y hacer un pequeño viaje”.
Las chicas mostraron interés inmediato. Catarina pensó que podría ser una buena oportunidad para un cambio de aires y pasar tiempo con sus amigas. Mientras discutían los detalles del posible viaje, el aroma del café se mezclaba con el humo de los cigarrillos de Lucía y Paula, creando una atmósfera familiar y acogedora en la cafetería lisboeta.
En los meses siguientes, los círculos sociales de Catarina y Daniel comenzaron a entrelazarse de manera natural. Lo que comenzó con encuentros casuales en cafeterías y bares de Lisboa se convirtió en salidas grupales planificadas. Los amigos de Catarina, como Lucía y Clara, empezaron a congeniar con los de Daniel, creando una dinámica grupal más amplia y diversa.
Un sábado por la tarde, Catarina fue invitada a comer a casa de los padres de Daniel. Nerviosa pero emocionada, llegó con un pequeño regalo para sus anfitriones. La madre de Daniel la recibió con un abrazo cálido, mientras que su padre le estrechó la mano con una sonrisa amable.
Durante la comida, la conversación fluyó con naturalidad. Catarina se enteró de que ambos padres de Daniel habían sido fumadores en el pasado, pero lo habían dejado hace años por motivos de salud. Sin embargo, el padre de Daniel mencionó que aún disfrutaba de una pipa ocasional, especialmente después de las comidas o en momentos de reflexión.
“Fue difícil dejarlo”, comentó la madre de Daniel, “pero nos apoyamos mutuamente y lo conseguimos. Aunque Salvador aún tiene su pequeño vicio con la pipa”, añadió con una sonrisa cómplice hacia su marido.
El padre de Daniel asintió, sacando una elegante pipa de madera de un cajón cercano. “Es más un ritual que un hábito ahora”, explicó. “Me ayuda a pensar, especialmente cuando tengo que tomar decisiones importantes sobre el negocio”.
Catarina escuchó con interés, recordando sus propias experiencias y reflexiones sobre el tabaco. La conversación luego derivó hacia otros temas, y ella se sintió cada vez más cómoda en el ambiente familiar de los padres de Daniel.
Al final de la comida, Catarina se dio cuenta de que esta visita no solo le había permitido conocer mejor a la familia de Daniel, sino que también le había dado una nueva perspectiva sobre las relaciones a largo plazo y cómo las parejas pueden apoyarse mutuamente en los cambios de vida.
Catarina, Lucía, Daniel y otra amiga acompañaron a Laura a su competición de atletismo en Coimbra. Durante un momento de descanso, mientras el grupo se relajaba en una terraza cercana al hotel, Lucía sacó su cajetilla de cigarrillos. Catarina, recordando su curiosidad no resuelta, decidió aprovechar la oportunidad.
“Oye, Lucía, ¿me das uno?”, preguntó Catarina, sorprendiendo a todos.
Lucía le tendió un cigarrillo con una sonrisa cómplice. Catarina lo encendió y dio la primera calada. Inmediatamente, sintió cómo el humo cálido llenaba sus pulmones, provocándole una ligera sensación de mareo que encontró curiosamente placentera. El sabor, que antes le había parecido desagradable, ahora le resultaba rico y complejo. Con cada inhalación, notaba una oleada de relajación extendiéndose por su cuerpo.
“Vaya, se nota que le has cogido el gusto”, comentó Lucía, observando cómo Catarina fumaba con aparente naturalidad.
Catarina exhaló lentamente, disfrutando de la sensación. “La verdad es que sí. Ahora lo encuentro mucho más agradable que antes”.
Daniel, sentado cerca, observaba la escena con una mezcla de sorpresa y preocupación. Aunque inicialmente se sintió contrariado al ver a Catarina fumar, no pudo evitar fijarse en su estilo al hacerlo. La forma en que sostenía el cigarrillo entre sus dedos, cómo inhalaba suavemente y exhalaba con gracia, le pareció extrañamente atractiva. Notó cómo Catarina parecía relajarse y disfrutar genuinamente del momento.
Mientras Catarina terminaba su cigarrillo, Daniel reflexionó sobre la situación. Aunque no le gustaba la idea de que Catarina fumara regularmente, se dio cuenta de que este parecía ser un hábito ocasional. “Quizás no sea tan malo si solo lo hace de vez en cuando”, pensó, intentando reconciliar sus sentimientos encontrados.
Catarina, por su parte, se sorprendió de lo mucho que había disfrutado de la experiencia. El cigarrillo no solo le había proporcionado una sensación física placentera, sino también un momento de conexión social con su amiga. Sin embargo, era consciente de los riesgos y no tenía intención de convertirlo en un hábito regular.
La hermana mayor de Catarina, siempre amante de los animales, finalmente convenció a la familia de adoptar un perro. Después de visitar varios refugios y protectoras, encontraron uno que encajaba perfectamente con su estilo de vida: un perro mestizo de tamaño mediano, de carácter tranquilo y sociable. Lo llamaron Trufo.
Al principio, hubo algunos ajustes y nuevas rutinas que incorporar. Sin embargo, la familia rápidamente se adaptó a la presencia de Trufo en el hogar. Sus travesuras juguetonas y su cariño incondicional pronto conquistaron los corazones de todos. Trufo se convirtió en un miembro más de la familia, llenando la casa de alegría y vitalidad.
Catarina, aunque inicialmente no era la más entusiasta con la idea de tener un perro, pronto desarrolló un vínculo especial con Trufo. Comenzó a sacarlo a pasear por los parques de Lisboa, disfrutando de su compañía y de las largas caminatas al aire libre. Trufo siempre se mostraba feliz de acompañarla, moviendo la cola con entusiasmo y saltando a su alrededor.
Con el tiempo, Catarina empezó a llevarse a Trufo cuando hacía actividades al aire libre con su novio Daniel y sus amigas. Trufo se convirtió en un miembro más del grupo, uniéndose a sus excursiones por la costa, sus picnics en el campo y sus paseos por la ciudad. A Daniel también le encantaba la compañía de Trufo y disfrutaba viéndolo correr y jugar en libertad.
En esas salidas, Trufo demostraba ser un perro sociable y bien educado, interactuando amigablemente con otros perros y personas. Catarina se sentía orgullosa de él y disfrutaba compartiendo momentos especiales con Trufo, Daniel y sus amigas, creando recuerdos inolvidables juntos.
En los siguientes seis meses, Irene fumó en siete ocasiones, aunque rechazó muchas más invitaciones, manteniendo su consumo como algo esporádico.
Una tarde, mientras estudiaba con Lucía en un parque, su amiga sacó un cigarrillo. Irene, sintiéndose relajada y curiosa, aceptó uno. Mientras fumaban, charlaron sobre sus clases y sus planes para el verano, disfrutando de un momento de complicidad.
En otra ocasión, Irene se encontró con Paula en una fiesta. Paula le ofreció un cigarrillo de una marca que Irene no había probado antes. Al fumarlo, Irene notó un sabor más suave y aromático, lo que le hizo reflexionar sobre las diferentes experiencias que el tabaco podía ofrecer.
Un día, tras una tutoría, Irene se encontró fumando con una de sus profesoras. Mientras compartían un cigarrillo, la profesora le habló sobre su tesis doctoral y le dio consejos valiosos sobre su carrera académica. Irene se sintió adulta y respetada en esa conversación.
La experiencia más inusual fue cuando Irene coincidió paseando a Trufo con una señora mayor llamada Carmen, que también paseaba a su perro. Carmen le ofreció un cigarrillo y, al aceptarlo, Irene notó cómo la señora parecía rejuvenecer, disfrutando de la compañía de alguien más joven. Compartieron anécdotas sobre sus mascotas y rieron juntas, creando un vínculo inesperado.
Con el tiempo, Irene empezó a ver el tabaco de manera diferente. Ya no lo percibía como algo inherentemente negativo, sino como una fuente ocasional de placer y conexión social. Sin embargo, mantuvo su decisión de no convertirlo en un hábito regular, consciente de los riesgos para la salud. Irene apreciaba estos momentos esporádicos de fumar como experiencias que le permitían relacionarse de manera diferente con las personas y disfrutar de instantes de relajación, sin dejar que el tabaco dominara su vida cotidiana.
Tras un agradable encuentro con sus amigas en una terraza de Lisboa, donde Catarina había fumado un cigarrillo, Clara decidió abordar el tema que le preocupaba. Mientras caminaban juntas de regreso a casa, Clara no pudo contener más su inquietud.
“Catarina, tengo que decirte algo”, comenzó Clara con tono serio. “Me preocupa verte fumar, no puedo creer que hayas empezado a fumar, aunque sea de vez en cuando. Es un vicio asqueroso, adictivo y muy dañino para la salud. No entiendo cómo alguien como tú puede encontrarlo interesante”.
Catarina, sorprendida por la repentina confrontación, se detuvo y miró a su amiga. “Clara, aprecio tu preocupación, pero creo que estás exagerando un poco”.
“¿Exagerando? Catarina, el tabaco mata. Es adictivo y perjudicial para la saludp. No puedo creer que alguien tan inteligente como tú encuentre interesante algo así”, insistió Clara.
Catarina respiró hondo, preparándose para defender su posición. “Mira, Clara, entiendo tu punto de vista. Yo misma solía pensar así. Ahora que lo he experimentado he descubierto que la realidad es más compleja, puedo apreciar por qué algunas personas lo disfrutan”.
“¿Compleja? ¿Qué puede ser complejo en algo que causa cáncer y enfermedades cardíacas?”, replicó Clara, visiblemente frustrada.
“Clara, no estoy negando los riesgos para la salud. Soy consciente de ellos. Pero también he descubierto que fumar no es el asco que pensaba. De hecho, es bastante placentero y tiene un sabor rico que no esperaba”, explicó Catarina.
Clara la miró incrédula. “¿Placentero? ¿Rico? Catarina, ¿te estás escuchando?”
“Sí, Clara, me escucho. Y entiendo que te resulte difícil de comprender. Yo tenía la misma opinión que tú, pero era por desconocimiento. No lo había probado y me dejaba llevar por prejuicios”, respondió Catarina con calma.
“Pero Catarina, ¿no te das cuenta de que estás poniendo en riesgo tu salud? El tabaco afecta a casi todos los órganos del cuerpo”, insistió Clara.
Catarina asintió, reconociendo el punto de su amiga. “Soy consciente de los riesgos, Clara. Por eso fumo muy ocasionalmente y no tengo intención de convertirlo en un hábito regular. Lo veo como una experiencia ocasional, como tomar una copa de vino”.
“No puedes comparar el tabaco con el vino, Catarina. El tabaco es mucho más adictivo y perjudicial”, argumentó Clara.
“Entiendo tu punto d vista, Clara. Pero creo que estás simplificando demasiado. Sí, el tabaco tiene riesgos, pero también los tiene el alcohol, la comida rápida, o incluso el estrés del trabajo. La clave está en la moderación y en ser consciente de lo que uno hace”, respondió Catarina.
Clara sacudió la cabeza, aún no convencida. “Pero Catarina, ¿no te preocupa convertirte en adicta? El tabaco es altamente adictivo”.
“Clara, aprecio tu preocupación, de verdad. Pero confío en mi capacidad para mantener el control. No fumo a diario, ni siquiera semanalmente. Son experiencias muy ocasionales y conscientes”, explicó Catarina.
Tras un momento de silencio, Clara suspiró. “No sé, Catarina. Sigo pensando que es un error. Me preocupas”.
Catarina sonrió suavemente a su amiga. “Lo sé, Clara, y te lo agradezco. Prometo ser cuidadosa y estar atenta a cualquier señal de que se esté convirtiendo en un problema. ¿Te parece bien?”
Clara asintió, aunque aún con reservas. “Supongo que es lo mejor que puedo esperar por ahora. Solo... cuídate, ¿vale?”
“Lo haré, Clara. Gracias por preocuparte”, respondió Catarina, abrazando a su amiga.
Mientras se despedían y cada una tomaba su camino, Clara no pudo evitar seguir dándole vueltas a la conversación. Aunque seguía preocupada por su amiga, las palabras de Catarina la habían hecho reflexionar.
Clara siempre había visto el tabaco como algo completamente negativo, sin matices. Pero la perspectiva de Catarina, alguien a quien respetaba y consideraba inteligente, la había dejado pensativa. ¿Era posible que hubiera algo más en el tabaco de lo que ella siempre había creído?
Recordó cómo Catarina había mencionado el placer y el sabor. Clara nunca había considerado que fumar pudiera ser una experiencia agradable. Siempre lo había visto como algo desagradable y perjudicial. Pero ahora se preguntaba si quizás había sido demasiado tajante en su juicio.
También pensó en el argumento de Catarina sobre la moderación. Clara siempre había visto el tabaco como algo que inevitablemente llevaba a la adicción. Pero ¿era posible mantenerlo como algo ocasional, como decía Catarina? Clara no estaba segura, pero tenía que admitir que Catarina parecía tener control sobre la situación.
Sin embargo, los riesgos para la salud seguían preocupándola. Clara había leído mucho sobre los efectos nocivos del tabaco, y eso no era algo que pudiera ignorar fácilmente. Se preguntó si Catarina estaba subestimando estos riesgos o si realmente los estaba sopesando de manera consciente.
Mientras caminaba hacia su casa, Clara se dio cuenta de que, aunque seguía en desacuerdo con la decisión de Catarina, la conversación había ampliado su perspectiva. Quizás las cosas no eran tan blancas o negras como siempre había pensado. Tal vez había espacio para el debate y la reflexión en temas que antes consideraba cerrados.
Clara decidió que, aunque seguiría preocupándose por su amiga, también intentaría ser más abierta y menos crítica. Después de todo, Catarina era una adulta capaz de tomar sus propias decisiones. Lo mejor que Clara podía hacer era estar ahí para ella, apoyarla y, si fuera necesario, ayudarla si alguna vez las cosas se salían de control.
Con estos pensamientos, Clara llegó a su casa, sintiéndose un poco más sabia y un poco menos segura de sus convicciones anteriores. La vida, reflexionó, era más compleja de lo que a veces queremos admitir, y las experiencias de los demás pueden enseñarnos mucho si estamos dispuestos a escuchar.
Mientras tanto, Catarina continuó su camino a casa, también reflexionando sobre la conversación. Aunque entendía la preocupación de Clara, se sentía segura de su decisión. Sin embargo, las palabras de su amiga le recordaron la importancia de mantenerse vigilante y no caer en la complacencia.
Al llegar a casa, Catarina decidió investigar más sobre los efectos del tabaco en la salud. Quería estar completamente informada y ser capaz de tomar decisiones conscientes. Pasó la siguiente hora leyendo artículos científicos y estudios sobre el tema.
Lo que encontró reforzó lo que ya sabía: el tabaco, especialmente cuando se consume de manera habitual, podía tener graves consecuencias para la salud. Sin embargo, también encontró información sobre los efectos del consumo ocasional, que parecían ser menos severos, aunque no inexistentes.
Catarina se prometió a sí misma que mantendría su consumo como algo verdaderamente ocasional y que estaría atenta a cualquier señal de que pudiera estar convirtiéndose en un hábito. También decidió que, si en algún momento sentía que estaba perdiendo el control, buscaría ayuda inmediatamente.
Con estas reflexiones en mente, Catarina se preparó para dormir. Antes de acostarse, miró su teléfono y vio un mensaje de Clara: “Sigo preocupada, pero respeto tu decisión. Estoy aquí si me necesitas”. Catarina sonrió, agradecida por tener una amiga que se preocupaba tanto por ella, incluso cuando no estaban de acuerdo.
En los días siguientes, la conversación con Clara siguió resonando en la mente de Catarina. Se dio cuenta de que, aunque estaba segura de su posición, las preocupaciones de su amiga no eran infundadas. Decidió que sería más consciente de su consumo de tabaco y que lo mantendría como algo verdaderamente ocasional.
Una tarde, mientras paseaba a Trufo por el parque, Catarina se reunió con Daniel. Decidió contarle sobre la conversación con Clara y sus reflexiones posteriores.
“Daniel, ¿recuerdas que te conté que a veces fumo?”, comenzó Catarina.
Daniel asintió, un poco sorprendido por el tema. “Sí, lo recuerdo. ¿Ha pasado algo?”
Catarina le contó sobre la discusión con Clara y cómo la había hecho reflexionar. “Me ha hecho pensar mucho sobre por qué fumo y si realmente vale la pena el riesgo”, explicó.
Daniel escuchó atentamente, sin interrumpir. Cuando Catarina terminó, se quedó pensativo por un momento antes de responder. “Entiendo por qué Clara está preocupada. El tabaco puede ser peligroso. Pero también entiendo tu punto de vista sobre la moderación y la experiencia ocasional”.
Catarina agradeció la comprensión de Daniel. “Sí, es complicado. Por un lado, disfruto esos momentos ocasionales. Por otro, no quiero poner en riesgo mi salud ni preocupar a las personas que me importan”.
“Creo que lo importante es que eres consciente de los riesgos y que mantienes el control”, respondió Daniel. “Pero también creo que es bueno que estés dispuesta a cuestionarte y a reflexionar sobre ello”.
Catarina asintió, agradecida por la perspectiva equilibrada de Daniel. “Tienes razón. Creo que seguiré siendo muy cuidadosa y manteniéndolo como algo muy ocasional. Y si en algún momento siento que se está convirtiendo en algo más, lo dejaré”.
Daniel sonrió y tomó la mano de Catarina. “Me parece una decisión sensata. Y recuerda que estoy aquí para apoyarte, sea cual sea tu decisión”.
Mientras continuaban su paseo con Trufo, Catarina se sintió afortunada de tener personas en su vida que se preocupaban por ella y la apoyaban, incluso cuando no estaban completamente de acuerdo con sus decisiones.
En las semanas siguientes, Catarina mantuvo su promesa de ser más consciente de su consumo de tabaco. Rechazó varias ofertas de cigarrillos en situaciones sociales, eligiendo fumar solo en momentos muy específicos y espaciados.
Un día, mientras estudiaba en la biblioteca de la universidad, Catarina se encontró con su profesora, la Dra. Martins, con quien había compartido un cigarrillo en una ocasión anterior. La profesora la invitó a tomar un café en la cafetería del campus.
Mientras conversaban sobre los proyectos académicos de Catarina, la Dra. Martins sacó su cajetilla de cigarrillos. “¿Te apetece uno?”, ofreció.
Catarina dudó por un momento, recordando su conversación con Clara y sus reflexiones posteriores. “Gracias, pero creo que paso esta vez”, respondió con una sonrisa.
La Dra. Martins asintió, sin insistir. “Entiendo. ¿Puedo preguntar por qué? La última vez parecías disfrutarlo”.
Catarina aprovechó la oportunidad para compartir sus pensamientos. “Es cierto que lo disfruté, pero he estado reflexionando mucho sobre ello. Una amiga mía me expresó su preocupación y me hizo pensar en los riesgos y en por qué realmente fumo”.
La profesora escuchó con interés. “Es una reflexión muy madura, Catarina. El tabaco es un tema complejo, con muchas facetas a considerar”.
“Exacto”, continuó Catarina. “He decidido ser muy selectiva y consciente sobre cuándo y por qué fumo. No quiero que se convierta en un hábito automático o en algo que haga sin pensar”.
La Dra. Martins sonrió con aprobación. “Esa es una actitud muy reflexiva. Es importante ser consciente de nuestras decisiones y sus posibles consecuencias. Ya sea con el tabaco o con cualquier otro aspecto de la vida”.
La conversación derivó hacia temas académicos, pero Catarina se sintió reforzada en su decisión. El apoyo de su profesora a su enfoque reflexivo le dio confianza en que estaba manejando la situación de manera madura y responsable.
Esa noche, mientras cenaba con Daniel, Catarina le contó sobre su encuentro con la Dra. Martins y su decisión de no fumar en esa ocasión.
Daniel la miró con una mezcla de orgullo y cariño. “Me alegra ver cómo estás manejando esto, Catarina. Estás siendo muy consciente y responsable”.
Catarina sonrió, agradecida por el apoyo. “Gracias, Daniel. Creo que es importante ser honesta conmigo misma y con los demás sobre esto. No quiero que el tabaco se convierta en algo que defina quién soy o que controle mis decisiones”.
“Eso es lo que más admiro de ti”, respondió Daniel. “Tu capacidad para reflexionar y tomar decisiones conscientes, incluso en temas complicados como este”.
Mientras terminaban la cena, Catarina se sintió en paz con sus decisiones. Sabía que el tema del tabaco seguiría siendo complejo, pero se sentía equipada para manejarlo de manera responsable y reflexiva.
En los meses siguientes, Catarina mantuvo su enfoque consciente hacia el tabaco. Hubo ocasiones en las que decidió fumar, siempre de manera muy ocasional y en situaciones específicas. Pero también hubo muchas más ocasiones en las que decidió no hacerlo, sintiéndose igualmente cómoda con ambas decisiones.
Un día, mientras paseaba a Trufo por el parque, se encontró con Carmen, la señora mayor con la que había compartido un cigarrillo meses atrás. Carmen la saludó con alegría y le ofreció un cigarrillo, como había hecho en su encuentro anterior.
Catarina sonrió amablemente. “Gracias, Carmen, pero hoy no. ¿Te importa si te acompaño mientras tú fumas?”
Carmen asintió, encendiendo su cigarrillo. “Por supuesto que no me importa. Pero dime, ¿has dejado de fumar?”
“No exactamente”, respondió Catarina. “Simplemente estoy siendo más selectiva sobre cuándo fumo. He estado reflexionando mucho sobre ello”.
Carmen la mi
Durante una visita a la casa de Daniel, Catarina se encontró en una situación inesperada. El padre de Daniel, Salvador, sacó su colección de pipas después de la cena. Notando la curiosidad en los ojos de Catarina, le ofreció probar.
“¿Te gustaría experimentar con la pipa, Catarina?”, preguntó Salvador con una sonrisa amable.
Catarina, recordando sus experiencias previas con el tabaco, decidió aceptar la invitación. Salvador le explicó cómo cargar la pipa y encenderla correctamente. Catarina dio una calada suave, sintiendo el sabor rico y aromático del tabaco de pipa. La sensación era diferente a la de los cigarrillos, más densa y compleja.
“Es interesante”, comentó Catarina, sorprendida por la experiencia. “Tiene un sabor muy distinto al de los cigarrillos”.
Salvador asintió, compartiendo algunas anécdotas sobre su afición a la pipa. Mientras conversaban, Catarina reflexionó sobre cómo esta nueva experiencia se sumaba a su cambiante percepción del tabaco. Aunque seguía siendo consciente de los riesgos para la salud, encontró en este momento una conexión inesperada con el padre de Daniel.
Daniel observaba la escena con una mezcla de sorpresa y curiosidad, notando cómo Catarina parecía integrarse cada vez más en su familia.
Catarina se encontraba en la terraza de un café con su madre y Liana, una amiga elegante de esta última. Liana sacó una pitillera plateada y extrajo un cigarrillo con un gesto fluido y refinado. Lo encendió con un mechero de diseño, inhalando suavemente y exhalando el humo en delicados anillos. Su postura era relajada pero distinguida, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos largos con una gracia natural.
Catarina no pudo evitar sentir una punzada de envidia al observar cómo Liana fumaba con tanta satisfacción y estilo. Cuando Liana se dispuso a encender un segundo cigarrillo, Catarina no pudo contenerse más:
“Disculpa, Liana, ¿podrías darme uno?”, preguntó Catarina, sorprendiendo a su madre.
“¡Catarina! ¿Desde cuándo fumas?”, exclamó su madre, visiblemente contrariada.
Catarina, algo incómoda, explicó: “Mamá, solo fumo ocasionalmente. Es algo que he empezado a explorar recientemente”.
Liana, intentando suavizar la tensión, intervino: “Querida, entiendo tu preocupación. Pero Catarina ya es adulta y puede tomar sus propias decisiones. Además, si lo hace con moderación, no tiene por qué ser un problema”.
Las tres mujeres continuaron conversando mientras Liana e Catarina fumaban. Hablaron sobre las percepciones cambiantes del tabaco en la sociedad, los riesgos para la salud y las razones por las que algunas personas lo encuentran atractivo. Gradualmente, la conversación derivó hacia otros temas, como los viajes recientes de Liana y los estudios de Catarina, mientras el humo de los cigarrillos se desvanecía en el aire de la tarde.
Catarina se sorprendió al ver a su tía Mónica encender un cigarrillo durante una visita a su casa. Hacía un año que Mónica había dejado de fumar, y verla con un cigarrillo en la mano era inesperado.
“Tía, ¿has vuelto a fumar?”, preguntó Catarina con curiosidad.
Mónica sonrió con un dejo de culpabilidad. “Sí, cariño. Pero no te preocupes, ahora fumo mucho menos que antes. Solo unos pocos a la semana”.
Catarina asintió, comprendiendo la complejidad de la situación. “¿Y cómo te sientes al respecto?”
“Es complicado”, respondió Mónica. “Por un lado, me siento un poco culpable por haber vuelto. Pero por otro, disfruto esos pocos cigarrillos que me permito. Es como si ahora los apreciara más”.
Catarina se sentó junto a su tía, sintiendo una extraña complicidad. “Te entiendo. Yo también fumo ocasionalmente”.
Mónica la miró sorprendida. “¿En serio? No lo sabía”.
“Sí, empecé hace un tiempo. Solo de vez en cuando, en situaciones sociales o momentos especiales”.
Mónica sonrió y le ofreció un cigarrillo a Catarina. “¿Quieres compartir uno conmigo?”
Catarina dudó por un momento, pero luego aceptó. Ambas encendieron sus cigarrillos y fumaron en silencio por unos minutos, disfrutando de la compañía mutua y del momento compartido.
“Es curioso”, dijo Mónica después de un rato. “Nunca pensé que compartiría un cigarrillo contigo de esta manera”.
Catarina asintió. “Yo tampoco. Pero de alguna manera, se siente bien. Como si compartiéramos un secreto”.
Mientras fumaban, hablaron sobre sus experiencias con el tabaco, los motivos por los que fumaban y cómo manejaban la moderación. Fue una conversación abierta y honesta, sin juicios, que fortaleció el vínculo entre tía y sobrina.
Dos semanas después, Catarina recibió una llamada inesperada de Clara.
“Catarina, tengo algo que decirte”, comenzó Clara con voz nerviosa. “He estado pensando mucho en nuestra conversación sobre el tabaco y... bueno, creo que me gustaría probar un cigarrillo”.
Catarina se quedó sin palabras por un momento. “¿Estás segura, Clara? Pensé que estabas totalmente en contra”.
“Lo sé, lo sé”, respondió Clara. “Pero después de nuestra charla, me di cuenta de que quizás estaba juzgando sin saber realmente cómo es. Quiero experimentarlo por mí misma, aunque sea solo una vez”.
Catarina reflexionó por un momento. “Entiendo. Si estás segura, podríamos quedar con Lucía. Ella tiene más experiencia y podría guiarte mejor”.
Acordaron encontrarse en el parque al día siguiente. Cuando llegaron, Lucía ya las esperaba con una sonrisa curiosa.
“Así que quieres probar, ¿eh?”, le dijo a Clara con un tono amistoso.
Clara asintió, visiblemente nerviosa. “Sí, creo que es hora de que tenga mi propia experiencia”.
Lucía sacó su cajetilla y le ofreció un cigarrillo a Clara. Con manos temblorosas, Clara lo tomó y lo examinó detenidamente.
“Primero, tienes que encenderlo”, explicó Lucía, ofreciéndole un mechero. “Inhala suavemente mientras lo enciendes”.
Clara siguió las instrucciones, tosiendo un poco con la primera calada. “Es... diferente a lo que esperaba”, dijo entre toses.
“Toma pequeñas caladas al principio”, aconsejó Catarina. “No necesitas inhalar profundamente”.
Clara asintió y lo intentó de nuevo. Esta vez, logró inhalar sin toser. Su expresión cambió de sorpresa a curiosidad.
“Es extraño”, comentó. “Siento un ligero mareo, pero también una especie de calidez”.
Catarina y Lucía observaban atentamente las reacciones de Clara. Notaron cómo, con cada calada, parecía relajarse más y manejar el cigarrillo con mayor naturalidad.
“¿Qué te parece?”, preguntó Lucía después de un rato.
Clara exhaló lentamente. “Es... interesante. No es lo que esperaba en absoluto. Hay una sensación de relajación, pero también de alerta. Y el sabor es más complejo de lo que imaginaba”.
Catarina sonrió, recordando su propia primera experiencia. “Cada uno lo experimenta de manera diferente. ¿Cómo te sientes ahora que lo has probado?”
Clara reflexionó por un momento. “Me siento... satisfecha de haberlo intentado. Ahora entiendo mejor por qué algunas personas disfrutan fumando. Pero también soy consciente de los riesgos y no creo que vaya a convertirlo en un hábito”.
Lucía asintió con aprobación. “Esa es una actitud muy madura, Clara. Lo importante es tomar decisiones informadas”.
Mientras Clara terminaba su cigarrillo, Catarina y Lucía intercambiaron miradas. Ambas recordaban sus propias experiencias iniciales y cómo habían evolucionado sus perspectivas sobre el tabaco.
“Es fascinante ver cómo alguien experimenta esto por primera vez”, comentó Lucía en voz baja a Catarina. “Me hace reflexionar sobre mi propio viaje con el tabaco”.
Catarina asintió. “Sí, es como ver nuestro propio pasado reflejado. Pero también me hace apreciar cómo hemos madurado en nuestra relación con el fumar”.
Después de que Clara apagó su cigarrillo, las tres amigas se sentaron en un banco del parque para hablar sobre la experiencia.
“¿Y bien?”, preguntó Catarina. “¿Qué conclusiones sacas?”
Clara sonrió. “Bueno, definitivamente ha sido una experiencia reveladora. Entiendo mejor por qué la gente fuma, pero también por qué es tan difícil dejarlo. Siento que ahora puedo hablar del tema con más conocimiento de causa”.
Lucía asintió. “Es importante tener esa perspectiva. Muchas veces juzgamos sin entender realmente”.
“Exacto”, continuó Clara. “No creo que vaya a convertirme en fumadora, pero ahora puedo empatizar más con quienes lo son. Y también entiendo mejor tu posición, Catarina”.
Catarina sonrió, agradecida por la comprensión de su amiga. “Me alegra que hayas podido tener esta experiencia. Y estoy orgullosa de cómo lo has manejado”.
Las tres amigas continuaron charlando, compartiendo sus pensamientos y reflexiones sobre el tabaco, la adicción y las decisiones personales. Fue una conversación profunda y significativa que fortaleció su amistad y amplió sus perspectivas.
En los meses siguientes, Catarina continuó con su hábito de fumar esporádicamente. Mantuvo su promesa de ser consciente y cuidadosa, fumando solo en ocasiones especiales o momentos de reflexión.
Un día, mientras paseaba a Trufo por el parque, se encontró con Daniel. Decidió compartir con él las últimas novedades sobre su relación con el tabaco.
“Daniel, ¿recuerdas que te conté sobre mi tía Mónica y cómo había dejado de fumar?”, comenzó Catarina.
Daniel asintió. “Sí, me acuerdo. ¿Ha pasado algo?”
Catarina le contó sobre el encuentro con su tía y cómo habían compartido un cigarrillo. También le habló sobre la experiencia de Clara.
“Es interesante cómo las cosas han evolucionado”, comentó Daniel. “¿Y tú cómo te sientes con todo esto?”
Catarina reflexionó por un momento. “Me siento... en paz, supongo. Sigo fumando ocasionalmente, pero cada vez soy más consciente de por qué lo hago y cuándo lo hago. No es algo automático, sino una decisión consciente cada vez”.
Daniel la escuchó atentamente. “Me alegra que hayas encontrado un equilibrio. Siempre me ha impresionado tu capacidad para reflexionar sobre tus acciones”.
Catarina sonrió, agradecida por el apoyo de Daniel. “Gracias por entenderlo. Sé que no es un tema fácil para mucha gente”.
Mientras continuaban su paseo, Catarina pensó en cómo su relación con el tabaco había evolucionado a lo largo del tiempo. Desde su primera experiencia hasta ahora, había aprendido mucho sobre sí misma y sobre cómo manejar sus decisiones de manera responsable.
Recordó las palabras de su profesora, la Dra. Martins, sobre la importancia de ser consciente de nuestras decisiones y sus consecuencias. Catarina sentía que había crecido mucho en ese aspecto.
También pensó en Clara y en cómo su amiga había dado un paso valiente al querer entender algo que antes rechazaba completamente. Eso le hizo reflexionar sobre la importancia de mantener una mente abierta y estar dispuesta a cuestionar nuestras propias creencias.
Mientras el sol comenzaba a ponerse, Catarina y Daniel se sentaron en un banco del parque. Trufo se acurrucó a sus pies, cansado después del paseo.
“¿Sabes?”, dijo Catarina después de un momento de silencio. “Toda esta experiencia con el tabaco me ha enseñado mucho más que solo sobre fumar. Me ha enseñado sobre la toma de decisiones, sobre la empatía, sobre cómo nuestras perspectivas pueden cambiar con el tiempo”.
Daniel asintió, tomando su mano. “Es fascinante cómo algo aparentemente simple puede llevarnos a reflexiones tan profundas”.
“Exacto”, continuó Catarina. “Y me ha hecho darme cuenta de que la vida está llena de estas pequeñas decisiones que nos van formando como personas. No se trata solo de fumar o no fumar, sino de cómo abordamos cada elección que hacemos”.
Mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados, Catarina se sintió agradecida por todo lo que había aprendido y experimentado. Sabía que su viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal estaba lejos de terminar, pero se sentía equipada para enfrentar lo que viniera, con una mente abierta y un corazón reflexivo.
*Aquí termina el relato, compuesto mediante el modelo de lenguaje Perplexity: https://www.perplexity.ai/search/seguir-el-relato-irene-esta-es-SjM1xGuPTwaOEpJClmIjfg?utm_source=copy_output *