Parte 5: Viajando a América con la Ruta Viracocha.
Pocos días después de acabar el curso, Almudena hizo sus maletas y viajó a Huelva a incorporarse a la expedición de la Ruta Viracocha. Tras unos primeros días de viaje por Huelva y Cádiz durante los que los expedicionarios se conocieron entre si y visitaron algunos lugares relacionados con el tráfico naval entre España y América, chicos y monitores tomaron un avión en Madrid y volaron hasta Uruguay, iniciando la fase americana de su periplo. En la capital ya visitaron un museo y algunos sitios históricos de Asunción y sus alrededores.
Una de las visitas cerca de la capital les llevó a una fábrica de tabacos en el valle del río Santa Lucía, donde el director del establecimiento y una guía de visitantes les pasearon por la plantación, les explicaron los orígenes del cultivo y les mostraron el proceso de fabricación. Como el trabajo que había hecho Almudena para entrar en la Ruta Viracocha había tratado sobre la historia del tabaco, reservaron unos minutos para que Almudena, como “experta” de la expedición en el tema, diera una pequeña charla a sus compañeros. Al final del recorrido, que en realidad era el habitual de las visitas guiadas de turistas a la fábrica, llegaron a la sala de degustación y venta. La guía de la visita vaciló, normalmente en esta parte final del recorrido ofrecían algún puro a los visitantes y les daban la posibilidad de comprar algunos productos, ya situada la guía junto a la mesa de puros para degustación pero viendo que esta vez los visitantes eran adolescentes, no supo que hacer.
-Y finalizando la visita llegamos a la sala de degustación, eh, aquí solemos invitar a los visitantes a probar alguno de nuestros cigarros...– se interrumpió dirigiendo una mirada interrogativa al director de la planta que la acompañaba, pero este tampoco tuvo claro que hacer.
Almudena, que desde su charla sobre historia del tabaco andaba cerca de la guía, el director de la planta y el monitor del grupo, estaba mirando con curiosidad los puros expuestos sobre la mesa.
-¿Todos están hechos a mano?
El director contestó la pregunta de Almudena contento de que se rompiera el breve pero incómodo silencio. Otro chico preguntó en que se diferenciaban unos de otros los puros que les mostraban y la guía continuó su explicación con satisfecha profesionalidad. Acabada la explicación, pensó que lo correcto era continuar con el programa habitual de las visitas ofreciendo un puro al único adulto hecho y derecho que había entre los visitantes, el monitor. Este rechazó cortesmente la invitación de la guía, levemente contrariada en su celo profesional, pero antes de que le diera tiempo a dar por hecha la fase de la degustación e invitar a los visitantes a echar un vistazo a los souvenirs, Almudena le pidió probar uno. Al fin y al cabo era la experta en tabaco del grupo, pensó, así que lo normal era que participara de todas las actividades de la visita.
Todos se sorprendieron un poco.
-¿Eres mayor de edad?– le preguntó el director de la planta. -Si – mintió Almudena.
El director y la guía sonrieron. El tabaco era su trabajo así que no iban a ser ellos quienes cuestionaran que una chica de dieciocho años fumara uno de sus puros, en realidad les parecía estupendo. El monitor del grupo tenía sus dudas de que Almudena no tuviera diecisiete pero en la duda no dijo nada, por supuesto tampoco dijeron nada los compañeros de Almudena, divertidamente escandalizados de que una chica tranquila como Almudena se fuera a fumar un puro. Una vez roto el hielo algún compañero se unió a la desgustación para espanto del monitor, que pensó que la cosa se le estaba escapando un poco de las manos pero, no acordándose de memoria de quien era mayor de edad y quien no, optó por callar, esperando que aquello no trascendiera. Se formó un pequeño grupo de fumadores de puros inexpertos y circunstanciales.
A la salida de la visita a la fábrica el monitor se dirigió al grupo.
-Quiero recordaros que en la Ruta Viracocha está prohibido fumar, lo de antes no cambia nada, fue una excepción puntual por estar donde estábamos, pero que nadie se lleve la idea equivocada de que ahora está permitido fumar.
Luego, en un aparte, le dijo a Almudena que en la Ruta Quetzal se hubiera metido en un buen lío por lo del cigarro, pero que en la Viracocha no eran tan estrictos y que, teniendo en cuenta que el tabaco era el tema de la visita y que Almudena era una buena expedicionaria, podían pasar por alto el incidente.
La expedición de la Ruta Viracocha continuó por tierras uruguayas. Visitaron lugares históricos, remontaron un río siguiendo los pasos de una antigua expedición y montaron a caballo, atravesando así sobre cuatro patas la frontera con Brasil donde conocieron algunas ciudades fronterizas. Según avanzaba el viaje los lazos de compañerismo y las amistades se iban desarrollando, la gente se agrupaba por afinidades y se esbozaban parejas. Los emparejamientos no tendían a convertirse en noviazgos formales porque al tener un régimen de vida muy colectivo y con una agenda de actividades muy intensa no había ocasiones suficientemente íntimas para pasar de una “amistad especial” a algo más. Almudena también fue haciendo pandilla y desarrolló una de esas amistades especiales con Isidro, un chico ecuatoriano.
La ruta les llevó a la intersección de las fronteras entre Brasil, Paraguay y Argentina, visitaron el lugar más espectacular de la expedición, las cataratas de Iguazú y un espacio protegido en la selva. También hubo hueco para una visita al un centro comercial “duty free” en Puerto Iguazú, donde se podían hacer compras a precios baratos, libres de impuestos. Los expedicionarios se esparcieron por las tiendas en pequeños grupos, curioseando por todas partes. Al pasar por delante de una tienda de tabaco Almudena le llamó la atención ver dentro a unos pocos de sus compañeros, un par de chicos y tres chicas.
-¿Y estos? A ver que hacen – les dijo a Isidro y a Magda, otra compañera que les acompañaba, que asintieron.
Entraron en la tienda y se reunieron con Milca, Lala, Agar, Kemuel y Efrón. Los chicos y Lala eran de los que habían fumado en el incidente de la fábrica de puros.
-Vamos a comprar tabaco- les explicó Milca, una rubia de rasgos delgados y afilados de aire ordenado y responsable, con algo de nerviosa. Lala la ratificó con una sonrisa traviesa, llevándose el índice a los labios en gesto cómplice de silencio.
-No sabía que fumarais- les dijo Magda.
-Yo no fumo, solo a veces, saliendo y eso – contestó Milca.
Sus compañeros compradores de tabaco, menos Agar, asintieron, compartiendo la respuesta. En realidad ninguno de los participantes de la Ruta Viracocha era fumador, al menos fumador habitual, porque la prohibición de fumar para los expedicionarios era conocida desde un comienzo y eso disuadía a los fumadores de apuntarse a la ruta, como mucho se apuntaba a la ruta algún fumador ocasional.
-Solo nos apetece fumar un poco sin que se enteren los monitores.– les explicó Lala, una morocha deportista de melena ondulada, con un cuerpo elástico de un metro sententa y tantos y rasgos suaves que le daban un aire como de niña grandona- Hace un huevo que ni lo pruebo.
-¿Os apuntáis? Compraremos entre todos y luego repartiremos, no venden paquetes sueltos, solo cartones- les explicó Efrón.
Magda e Isidro rechazaron la oferta automáticamente.
-Los cigarrillos no me van mucho- contestó Almudena.
-Eres más de puros- bromeó Kemuel recordando el incidente de la fábrica de tabacos.
-Si – admitió Almudena para sorpresa de Kemuel. Echó un vistazo a la zona de los puros- ¿Vais a comprar algún puro?
-Creo que no- contestó Agar sorprendida, mirando a sus acompañantes como para confirmar su postura.
-Pero creo que los puros si que los venden sueltos- dijo Efrón.
Almudena se decidió y se fue a los estantes de puros y al humidor. Finalmente los cinco fumadores ocasionales compraron un cartón de Camel Blue, otro de Velmont Light y otro de Virginia Slim One. Almudena compró cuatro puros hechos a mano y un mazo de puros más pequeños hechos a máquina, más baratos. Compraron más de lo que pensaban fumar porque tenían intención de compartir.
Se fueron a una zona ajardinada cercana al centro comercial, convenientemente oculta por la vegetación de la vista desde las inmediaciones del centro comercial. Por el camino dos compañeros más, Tomás y Casimiro, se habían incorporado a la reunión clandestina. Tras tomar un banco abrieron sus tesoros y ofrecieron a los que no habían comprado. Tomás y Efrón le aceptaron a Almudena sendos cigarros, Lala, Kemuel, Milca y Casimiro prefirieron cigarrillos. Magda, Isidro y Agar se abstuvieron.
-¿En serio no queréis uno?– Insistió Lala ofreciendo su paquete de Camel, mientras los demás eventuales fumadores encendían sus tabacos – Nadie se va a enterar.
Los tres rechazaron el ofrecimiento y Lala se encendió un cigarrillo uniéndose a los demás, que ya echaban humo alegremente. Pronto se encontraron envueltos en el olor del humo del tabaco, con bastante protagonismo del intenso aroma de los puros, y el rincón quedó adornado de los penachos de humo que se elevaban desde los cigarrillos, los chorros de humo que exhalaban y difusos hilos de humo a modo de neblina que cruzaban el ambiente.
– Otro día me gustaría fumar uno de esos- le dijo Lala a Almudena señalando su puro.
– Claro, ya encontraremos el momento.
Sentados en el banco y a su alrededor disfrutaron de aquella interrupción del intenso ritmo del programa de actividades de la Ruta Viracocha, fumando y charlando despreocupados y animados.
Después pasaron a Paraguay, donde el programa de visitas y actividades les condujo a una comunidad indígena, a una misión jesuita y a una plantación de fruta y tabaco. En la visita a la misión jesuita los monitores pillaron a un par de expedicionarias que habían aprovechado que los ruteros se habían dispersado por las ruinas para fumar en un lugar discreto. Las castigaron con una buena carga de trabajos de campamento.
-Me libré por poco- explicó Efrón a Almudena y Magda- fui yo quien les había pasado el tabaco y si me hubieran dicho hubiera ido a fumar con ellas.
En la plantación les enseñaron los procesos de cultivo de fruta, bastante industrializados. Antes había sido una gran plantación de tabaco pero ahora habían dedicado buena parte de la superficie a la fruta. A Almudena le encantó la parte de los cultivos de tabaco. En la preparación de su trabajo para la Ruta Viracocha había tocado levemente el tema del cultivo y ahora estaba fascinada viendo como era realmente una plantación de tabaco, las plantas y su proceso de cultivo. Viendo su interés la persona de la plantación que le servía de guía la dejó en manos de Simón, un técnico agrícola que le enseñó con más detenimiento la plantación de tabaco junto con tres expedicionarios más y una de las monitoras, mientras el resto de los expedicionarios seguían por la plantación de frutas.
-En ese galpón antes hacían los puros a mano.
Entraron en el amplio taller donde ahora se acumulaban todo tipo de trastos, herramientas y máquinas en desuso, pero en la que aun se encontraban las mesas de madera donde se armaban los puros.
-Me hubiera gustado ver como se hacían- comentó Almudena.
-Aquí ya no hacemos, pero déjame tu e-mail y quizá pueda darte más información- le contestó el técnico.
Los expedicionarios viajaron en autobús hasta Fuerte Olimpo y allí subieron a unos lanchones para descender por el río Paraguay, entre las fronteras de Brasil y Paraguay, atravesando el Pantanal. Por las tardes desembarcaban para acampar en una de las orillas, a veces cerca de alguna aldea o posada y a veces en plena naturaleza. En la tarde se repartían en grupos rotativos: tareas de campamento, deporte y paseos naturalistas. Cenaban en el crepúsculo y se relajaban. La oscuridad impedía hacer tareas por lo que no había más ocupaciones que alguna misa que celebró el capellán de la expedición, las interpretaciones musicales de los rutistas músicos y la conversación. Esos momentos de conversación nocturna en las acampadas en el pantanal fueron las mejores ocasiones en todo el viaje para el romanticismo y el flirteo, durante el resto del viaje el denso programa de actividades no dejaba mucho tiempo esas cosas. Se formaban parejas que charlaban sonrientes donde la luz de los faroles de gas empezaba a dar paso a las sombras. Por la noche ocasionalmente se oía que alguno de los expedicionarios se levantaba del lugar donde vivaqueaba para alejarse del campamento, quizá para “ir al baño” o quizá no.
Almudena- oyó esta que le susurraban cuando ya estaba envuelta en su saco de dormir y había cerrado los ojos, casi dormida.
-Hola Isidro- susurró sonriendo tras un instante de confusión. Se alegró de ver al chico, con el que aquella sobremesa había estado charlando a solas en una atmósfera de deliciosa complicidad y ternura.
-¿Vienes a ver las estrellas?
“¿Las estrellas? ¿A que viene lo de las estrellas?” pensó Almudena, con la parte racional y cartesiana de su cerebro.
-Vale- contestó sin embargo antes de que le diera tiempo a pensarlo, sin importarle la falta de motivos racionales para interrumpir el descanso por una observación astronómica.
Almudena se levantó en silencio, recogió su mochila pequeña, tomó de la mano a Isidro y se alejaron a hurtadillas de la zona de vivaqueo internándose en la llanura. A unos cientos de metros se sentaron sobre un poncho de lona y contemplaron la bóveda celeste, sobrecogedoramente abarrotada de estrellas, rodeados del profundo zumbar del canto nocturno de los insectos de la llanura, que parecía el acompañamiento musical idóneo para el espectáculo estelar. Tras un minuto con la boca abierta se miraron y se sonrieron. Isidro arriesgó un beso y Almudena lo recibió contenta. Lo rodeo con sus brazos y le besó. Siguió una riada de besos y caricias, cada vez más imparable, el deseo creciendo más y más hasta que se desnudaron e hicieron el amor entre la hierba torpe y tiernamente.
Quedaron abrazados, estremecidos de emoción. Como suele pasar las primeras veces el sexo había ido regular, Almudena no llegó a tener un orgasmo y el de Isidro fue bastante precario, pero el encuentro sexual había sido tierno y conmovedor. Almudena se puso una compresa para evitar mancharse de sangre, aquella había sido su primera vez. También la de Isidro. Se abrazaron y quedaron dormidos.
Isidro, previsor, había traído preservativos por si acaso, aunque si hubiera tenido que apostar si el encuentro nocturno iba a acabar en sexo con coito hubiera apostado a que no. En el equipo de higiene personal que se entregaba a todos los rutistas se incluían preservativos. Esta inclusión parecía un poco absurda, casi irónica, porque el denso programa de actividades en grupo de la expedición y el dormir en grupo parecía imposibilitar las relaciones sexuales, pero los organizadores del grupo, juiciosamente, por más que sabían que su sistema de organización de las actividades y el sueño eran una buena barrera contra el sexo, la cabra tira al monte y tal concentración de hormonas adolescentes hacían muy probable que algunos expedicionarios desarrollaran vínculos románticos y que incidentalmente se las ingeniaran para tener sexo a pesar de todo.
Almudena se despertó con la primera luminosidad del alba.
-Isidro, Isidro – le susurró.
-Que...– despertó él confuso.
-Se va a hacer de día, vamos con el grupo antes de que despierte alguien- explicó Almudena cogiendo sus cosas- Espera un momento antes de volver para que no nos vean volver juntos.
Isidro asintió mientras Almudena, tras besarle en la mejilla. se levantaba para irse.
La expedición llegó al pequeño pueblo ribereño de San Lázaro a tiempo para comer. Por la tarde se dividieron en grupos de actividades. A Almudena le tocó grupo de deportes, carrera en grupo por la llanura. A Isidro le tocó tareas, limpieza y ordenado de las barcas. A Magda también le tocó deportes pero en su caso bicicleta, una suerte porque había pocas bicicletas en la expedición y era mucho más fácil que a uno le tocara carrera campo a través. Almudena se encontró con que Lala también estaba en su grupo. Corrieron juntas y charlaron entrecortadamante con el poco aliento que les quedaba. Almudena notó que Lala corría con más facilidad que ella, lo que acreditaba que el fumar ocasionalmente no le había hecho mella, por lo menos de momento, en sus capacidades deportivas y que quizá Almudena era demasiado sedentaria.
-Almu ¿Te acuerdas que en Puerto Iguazú quedaste en invitarme a un puro?
-Si.
– Me gustaría probarlo.
– A ver si esta noche... puedo invitarte.
Regresaron al pueblo cansadas, cubiertas de sudor polvoriento y felices. Tras las duchas todos cenaron voraces y pronto empezaron las interpreteaciones musicales de los expedicionarios músicos en la plaza principal de San Lázaro, que atrajeron a un buen número de curiosos del pueblo, en especial jóvenes. Muchos expedicionarios se quedaron en la plaza a escuchar los conciertos mientras descansaban sus fatigados músculos, unos con más atención y otros, en el perímetro externo, charlando con sus compañeros. En cambio otra buena parte de los expedicionarios se dispersó por el pueblo, poco iluminado.
Lala estaba en la plaza escuchando a una compañera que cantaba acompañada a la guitarra por otro rutista. Se le acercó Almudena.
-Te debo un cigarro y es un buen momento. Mira, todos los monitores están en la plaza y no están al tanto de la gente que anda por el pueblo.
Lala echó un vistazo alrededor y vió que efectivamente los monitores parecían muy acomodados en la plaza. La ocasión era propicia para una agradable travesura.
-Aprovechemos, en la noche todos los gatos son pardos.– le dijo a Almudena levantándose.
-¿A donde vas? – le preguntó Marcela, una de las chicas con la que estaba Lala.
Lala se acuclilló.
– A dar una vuelta- le dijo a Marcela y a Dorotea, y añadió en un susurro- y a fumar ¿Venís?
-Paso – dijo Marcela con la anuencia de Dorotea.
Se alejaron por la plaza. Almudena buscaba con la mirada.
-¿A quien buscas? – le preguntó Lala.
-Podría ser bueno llevar a algún chico que nos acompañara e Isidro quedó hablando con unos chicos.
Lala estuvo de acuerdo, en el pueblo había tipos con aspecto de machito a la antigua.
Se encontraron a Milca, que estaba de conversación con un chico grande y pacífico que iba a estudiar una ingeniería.
-¿Vienes a fumar?– le cuchicheó Lala a Milca.
Milca lo pensó un instante antes de asentir.
-Traete a tu amigo.
-No fuma.
-Pero nos vendrá bien para contra los moscones.
Milca le dijo al chico, Cardenio, si se iba con ellas a dar un paseo y este dijo que si. Los cuatro se separaron del bullicio y caminaron junto al río hasta un embarcadero que descendía a las aguas. Sentados junto al río Almudena sacó unos puros de su morral, dos hechos a mano y otros de máquina, de menor tamaño, ofreció a las chicas y tras un instante de duda también a Cardenio, sobre todo por cortesía. El chico rechazó el ofrecimiento sorprendido y Lala vaciló, no sabiendo si podía coger uno de los hechos a mano, más caros.
-¿No tenéis cigarrillos?– preguntó Milca desolada.
-Huy, no – lamentó Almudena.
Milca hizo un mohín de contrariedad.
– Espera, creo que tengo- djo Lala rebuscando en su pequeña mochila.
– ¿Tu fumas? – Le preguntó Cardenio a Milca.
– Solo a veces.
Lala triunfante sacó una cajetilla de Cámel y un mechero.
-De todas maneras podrías probar un puro- sugirió Almudena.
-Me apetece un pitillo, luego ya veré.
Milca extrajo un cigarrillo de la cajetilla de Lala y lo encendió con eficacia. Expelió satisfecha un torrente de humo y compuso una impecablemente elegante pose de fumadora.
Almudena y Lala encendieron sus cigarros soltando pequeñas bocanadas hasta tenerlo bien encendido.
-Recuerda no tragar el humo- le dijo Almudena a Lala, antes de tomar ya una buena bocanada.
-Ya- contestó Lala, que saboreaba el humo con cautela y curiosidad.
Las chicas fumaron y se relajaron, dejando atrás los nervios del carácter clandestino de la fumada, succionando y expeliendo humo satisfechas, conversando en el espacio delimitado por las fugaces nubes de tabaco. También Cardenio acabó sintiéndose cómodo en el cenáculo de fumadoras, a pesar de lo inesperado de la situación.
Un rato después de acabar su cigarrillo, Milca probó alguna calada de los cigarros de Lala y Almudena, con bastante excepticismo.
-No estuvo mal el puro – le dijo Lala a Almudena cuando ya volvían a la plaza- Es distinto pero alguna vez me gustará repetir la experiencia.
CW: smoking fetish, capnolagnia.
Este relato no pretende ser una apología del tabaquismo ni una negación de sus indudables efectos tóxicos y adictivos, ni del lógico derecho a disfrutar de ambientes libres de humo. La única intención de este cuento es lúdica, es un relato que juega con la #capnolagnia, el fetichismo del tabaco (#smokingfetish) o fetichismo de #fumadoras, y sus descripciones de la experiencia tabaquista y sus consecuencias no son necesariamente realistas.
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