Parte 9: Fumando en el campus.
Tras las notas del primer cuatrimestre en la universidad Almudena se sintió algo más segura, ya había tomado el pulso a sus estudios universitarios y se le quitó buena parte de la ansiedad que tenía por dar la talla como estudiante, vió alejarse el temor a una catástrofe académica. Aunque las horas de trabajo le obligaban a seguir siendo disciplinada con el uso de su tiempo, se permitió algún desahogo. Empezó a ver más a los amigos, aunque no pudiera salir todos los sábados por la noche por lo menos procuraba quedar con ellos de manera más agil durante el día, de vez en cuando. También intensificó sus contactos con la Asociación de Veteranos de la Ruta Viracocha y con el Círculo Excursionista e hizo alguna salida con ellos. Incluso acompañó alguna vez a su padre al huerto que este cuidaba por afición a unos kilómetros de la ciudad. Un cultivador canario con el que le había puesto en contacto Simón, el técnico agrícola paraguayo, le había enviado unas semillas de tabaco. Almudena las plantó en un semillero en su casa para plantarlas más adelante en el huerto de su padre.
Los sábados por la noche que salía solía hacerlo con sus amigos del bachillerato. Rebeca estaba estudiando un ciclo de peluquería y belleza y alguna vez traía alguna de sus nuevas amigas compañeras del ciclo, como Laura, que a veces fumaba. “No fumo, solo a veces al salir”, explicó. Comentaron que el el ciclo de peluquería si que había muchas fumadoras, “como la mitad”, dijo Rebeca. Una noche coincidieron con Ingrid, que ya se había convertido en una auténtica fumadora. En una ocasión en que le dieron ganas de fumar Almudena le pidió un par de caladas a Laura, pero siguió encontrando que no le gustaba mucho el sabor del cigarrillo.
Para aprovechar el tiempo de estudio y facilitar las consultas en la biblioteca, algunos días se quedaba con las amigas a comer en la universidad para ponerse pronto a estudiar en la biblioteca. Tras las comidas, junto a la entrada del comedor del campus se juntaba un buen grupo de fumadores que copaban las mesas al aire libre situadas al sol frente al edificio del comedor para fumar y tomar café. En el campus los fumadores eran franca minoría pero en ese concreto momento y lugar dominaban el ambiente. Por supuesto Valentina también iba a fumar allí, arrastrando a sus amigas a tomar café, tomar el sol (cuando lo había) y relajarse un poco antes de irse a la biblioteca. Cuando iba a fumar solía ofrecer un cigarrillo a sus amigas. Estando en aquel ambiente tan tabaquista y en compañía de Valentina, a Almudena le solía apetecer fumar, aunque había rechazado las invitaciones de Valentina cuando esta le había ofrecido. En ocasiones Valentina ofrecía cigarrillos a gente que sabía que no fumaba, en la creencia de que la condición de no fumador es una fase que lo natural es que se supere, se le hacía raro que sus amigas se abstuvieran de fumar.
Un soleado día de marzo, en uno de esos cafés de sobremesa, Valentina se encendió un pitillo y Almudena sacó una cajita de puritos Montecristo.
– ¿Me das fuego? – le pidió a Valentina, ante la mirada sorprendida de la pandilla.
– Claro.
Almudena soltó unas bocanadas de humo tras encender el purito y enseguida dio otra para saborearlo con más atención.
– Siendo estanquera tenías que fumar algo original – dijo Valentina dando una lenta calada a su cigarrillo, contenta de que su amiga fumara con ella.
– Es la primera vez que fumo uno de estos, quería ver si son más como cigarrillos o como puros.
– ¿Y que tal?
– No es realmente como un puro pero está mucho mejor que un cigarrillo. Es rico.
– ¿Pero fumas? – le preguntó Casia sorprendida y contrariada.
– No, había fumado un poco hace unos meses y luego paré. Pero me gusta y quizá ahora fume de vez en cuando.
Fumar un purito en el campus había atraído algunas miradas pero Almudena no se encontró incómoda. No se hubiera atrevido a fumar un puro pero un purito resultaba más discreto y podía afrontar alguna mirada de extrañeza, le gustó la experiencia y pensó que podía repetirla de vez en cuando.
CW: smoking fetish, capnolagnia.
Este relato no pretende ser una apología del tabaquismo ni una negación de sus indudables efectos tóxicos y adictivos, ni del lógico derecho a disfrutar de ambientes libres de humo. La única intención de este cuento es lúdica, es un relato que juega con la #capnolagnia, el fetichismo del tabaco (#smokingfetish) o fetichismo de #fumadoras, y sus descripciones de la experiencia tabaquista y sus consecuencias no son necesariamente realistas.
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