Abriendo caminos

Relato ficticio sobre la vida de una chica y su relación con el tabaco. CW: smoking fetish.

Por fin terminaron la temporada de exámenes. En la tarde del viernes del último examen, Casia, desbordante de adrenalina, se unió a Óliver, Kety, Berta y algún otro amigo ciclista y salieron de la ciudad hacia un albergue a setenta kilómeros de allí. Almudena y otros veteranos de la Ruta Viracocha llevaban tiempo hablando de salir a acampar y al final su proyecto había confluido con los deseos de Casia de hacer una ruta ciclista larga al acabar el curso, por lo que proyectaron hacer un campamento en la comarca de Malplena, una zona de interior poco habitada, a ciento y tantos kilómetros, donde podrían darse un baño de naturaleza.

Evelia Villaverde había invitado a cenar a su casa a Casia, Patricia y Fabiola para ese mismo viernes. Casia excusó su presencia por razón de su compromiso deportivo, sugirió que Almudena la sustituyera, la baronesa aceptó y Casia convenció a Almudena de que asistiera, aunque esta no podría quedarse hasta tarde, dado que a la mañana siguiente salía para montar el campamento en Malplena.

La velada resultó muy tranquila, la propia Evelia había acabado ese día su temporada de exámenes y estaba cansada. Fabiola y Patricia acudieron con sus parejas, Marcos y Basilio. Acudieron también otro par de estudiantes amigos de Evelia, con inquietudes artísticas, dos pintores, una clarinetista , un guitarrista de rock, una frutera y su hija.

La frutera Hortensia era la suministradora habitual de frutas y verduras de Evelia, tenía un puesto en el mercado de abastos del barrio y era una mujer de unos sesenta años, de aire recio, teñida de rubio, con orígenes humildes y con aire tenaz, de mujer que pisa fuerte, una reina proletaria de barrio. La acompañaba su hija Marcela, de veintipocos años, con curvas pero no obesa, con su pelo castaño teñido al estilo californiano, con expresión dulce e inocentona, tenía un trato confiado y cercano con su madre, a pesar de que Hortensia parecía una mujer dura era protectora y respetuosa con su hija. Según avanzó la velada y la conversación, Almudena se fue dando cuenta de que Clara tenía alguna limitación cognitiva.   Con los postres sirvieron café y colocaron ceniceros en la mesa. Uno de los pintores, el guitarrista, Hortensia, Marcela y Fabiola sacaron sus cajetillas de cigarrillos. El tabaco de la frutera y su hija era de la misma marca. Encendieron cigarrillos y exhalaron humo con expresión de satisfacción.

– Que bueno- celebró Fabiola tras su segunda calada.   Marcela fumaba en presencia de su madre con espontaneidad, relajada y contenta  , como si se sintiera amparada o quizá más conectada con su madre al fumar, dando caladas sin complejos y expulsando lentos y abundantes conos anchos de humo. Se recreaba en las sensaciones del fumar y parecía sentirse orgullosa de su dominio sobre aquella actividad adulta, que la equiparaba a su madre. Si no fuera por su dominio de la técnica del fumar parecería que hacía poco que había descubierto las satisfacciones del tabaco. En aquella situación a Almudena le dieron ganas de fumar un puro y contempló a los fumadores con envidia. El pintor fumador captó la expresión de Almudena y le ofreció un cigarrillo, pero esta rechazó la invitación.

– Almudena no fuma cigarrillos, fuma puros de vez en cuando- comentó Fabiola. – Vaya, lo siento- dijo Evelia- no tengo puros en casa.    

A la mañana siguiente Almudena, Fabiola, Marcos y su hermano pequeño Tristán, Bayta, Maia, Ingrid acompañada de dos primos adolescentes, Nissa, Ricardo, Joaquín, Ana Topisto se juntaron en la estación de tren con mochilas y tiendas de campaña para dirigirse a la comarca de Malplena, para unirse al campamento del Círculo Excursionista. Los padres de Almudena y Rufo iban a usar el coche familiar ese fin de semana, por lo que habían optado por el transporte público. En la estación se juntaron con más gente de la que solía asistir a las caminatas del Círculo. Tras el tren, cogieron un autobús que les dejó en un pueblo de Malplena, junto a un polideportivo. Allí les recibieron Irene, Artemisa y Emilia, la prima de Rebeca, que habían ido a buscarles en coche para trasladarles al campamento. Tras efusivos besos y abrazos Fabiola e Íngrid sacaron sus cigarrillos, Irene le aceptó uno a Fabiola, las tres se dieron fuego y llenaron sus pulmones de humo con satisfacción. Las conductoras miraron el montón de equipaje y al grupo de viajeros con escepticismo.

– Vamos a tener que hacer varios viajes- dijo Emilia. Las otras conductoras asintieron. – Nosotros vamos en bici- dijo Tristán, que  con Marcos y Ricardo revisaban las bicicletas que se habían traído. – Aun así- dijo Irene.   Tras unas cuantas idas y venidas, todos estuvieron en el lugar de campamento con sus pertrechos, donde les esperaban Rebeca con sus primas adolescentes y su novio Lorenzo, Matilde, Ángela, Patricia, su novio Basilio con su hermana África y Mila, amiga de esta. Había varios de los habituales del círculo senderista, como Silvia, que se había traido a dos primas más jóvenes, y diversos veteranos de la Ruta Viracocha. Almudena se inquietó al ver que estaba Ángela, pensando en el efecto que una chica tan desinhibida sexualmente podía causar en aquel grupo. Le asustó un poco pero también sintió cierta expectación por las situaciones divertidas que podían crearse. Al acercarse Ángela a saludar besó a Almudena en los labios. -¿Dispuesta a pasártelo bien? – le dijo Almudena, que había dudado si preguntarle si iba a ser buena. -Dispuestísima.   Joaquín vio el beso de Almudena y Ángela con contrariedad. Hacía unos meses que había salido de una relación de pareja, en el viaje en tren hasta Malplena había estado charlando con Almudena y su viejo interés romántico por la chica se había reavivado, por lo que encontrarse con la posibilidad de que Almudena fuera lesbiana era un jarro de agua fría.   Al llegar al campamento ya se estaban encendiendo los campingás para preparar la comida y los recién llegados se unieron a los preparativos. Tras la comida los fumadores encendieron sus cigarrillos. Irene, que no solía fumar cigarrillos en las salidas del Círculo Senderista, con la presencia de más fumadoras se sintió mucho más cómoda para fumar y encendió un cigarrillo contenta.

-¿Fumas? – le dijo sorprendida una prima de Rebeca de catorce años. -Por desgracia si. Es un asco pero estoy enganchada y no lo puedo dejar. No empieces nunca.

La chica se fue a otro lado.

-Mentira, me encanta fumar- aclaró Irene a sus acompañantes con una sonrisa traviesa, cuando se alejaron los oídos púberes, antes de dar una buena calada e inhalarla con delectación.

  Tras la comida, algunos se quedaron en el campamento charlando o echando la siesta y otros salieron a explorar la zona, caminando por senderos que les llevaban en distintas direcciones. Los grupos no se volvieron a reunir hasta las nueve, para la cena. Cuando Almudena volvía al campamento vieron llegar por el camino a Casia y sus compañeros de salida ciclista, exhaustos y felices. Se dieron abrazos y besos sudorosos, antes de que los ciclistas fueran a ducharse a un lugar discreto junto al arroyo, donde amigos solícitos habían colgado al sol unas duchas solares.

Antes de cenar, aprovechando el crepúsculo, levantaron rápidamente las tiendas convirtiendo en minutos el simple picnic en un auténtico campamento. Habían preferido tener las tiendas desmontadas durante el día para evitar posibles denuncias o quejas de vecinos quisquillosos.

Al acabar la cena, Almudena vió que Íngrid, Laura y Fabiola se disponían a fumar.

-Esperad chicas- las interrumpió Almudena, levantándose- os invito a un puro.

Le hicieron caso algo indecisas y Almudena volvió volando de su tienda con una purera con Montecristos y Vega Fina. Buscó con la mirada a Irene y a Maia y las llamó. También vió a Lorenzo, que estaba con Rebeca y sus sobrinas, pero se cortó de llamarlo para que no le vieran fumar las adolescentes.

-Fuma uno Irene. Maia, si te apetece...

Le apeteció, para disimulado disgusto de Rufo. Irene, Fabiola y Maia se atrevieron con un Montecristo, como Almudena, mientras que Íngrid y Laura eligieron un suave Vega Fina.

-¡Que rico!– dijo Irene, que nunca había fumado un puro Montecristo. Maia le dio la razón para satisfacción de Almudena.

Óliver vió a sus amigas fumando cigarros, le dió envidia y le preguntó a Almudena si le podía invitar. Almudena le dió a elegir y Óliver encendió el último Montecristo que tenía Almudena.

Fumadores y no fumadores se relajaron en una agradable charla, sentados en corros.

-Estarás horrorizada con lo del tabaco- le dijo Óliver a Berta Prada, la enérgica deportista de mediana edad. -¡Que va! Yo fumaba de joven. Me gustaba, pero lo dejé del todo a los treinta y dos para mejorar mi rendimiento deportivo y porque ya estaba pensando en ser madre. -¿Fumabas y hacías deporte?– le preguntó Casia sorprendida. – Ya se que no es muy recomendable pero si, aunque en los últimos años fumaba poco. En aquella época no era tan raro.

Silvia estaba molesta porque sus sobrinas Mafalda y Antía, al ver que en el campamento había fumadores, habían sacado cigarrillos y se habían puesto a fumar abiertamente. Mafalda tenía dieciséis años, más grandona, cabello claro, sonriente y con un algo de candor infantil. Antía tenía diecisiete años y cultivaba una estética gótica, con una melena negro azabache.

Aparecieron algunos instrumentos musicales y empezó a sonar música. Casia tenía ganas de tocar con Óliver, pero tuvo que esperar a que este acabara su puro. Finalmente llegó su turno y tocaron. En ese momento apareció Ángela, a la que Almudena no había visto desde hacía horas. -¿Donde estabas?– le preguntó Almudena. -En el bosque, follando. Almudena se quedó en silencio expectante. -Mujer, con tantos chicos y chicas guapas no pretenderás que desperdicie la ocasión ¿no? Bien a gusto que me he quedado. -¿Y que fue? ¿Chico o chica? -Chico    

A la mañana siguiente, cuando estaban preparando los desayunos, apareció una pareja de unos setenta años que vivían por a zona con aire serio. Dijeron que allí no se podía estar y se tenían que ir, con alusiones a la Guardia Civil. Irene y un chico charlaron con ellos en tono apaciguador pero los vecinos se mostraban inflexibles. Aquella situación no había sorprendido a nadie, era algo que sabían que podía pasar por lo que no se estresaron mucho. Tras la marcha de los vecinos hostiles, en una improvisada asamblea, se decidió recoger el campamento y cambiarse a otra ubicación. Sacaron mapas de la zona y barajaron diferentes lugares. Viendo que había una casa de retiro budista, Casia sugirió que sus inmediaciones podían ser un buen lugar porque, en sus salidas ciclistas, en varias ocasiones se había quedado a dormir en establecimientos religiosos y le parecía buena opción. Alguien llamó por teléfono al centro budista para ver si había donde acampar por allí y si ponían pegas, y le dijeron que había un bosquecillo despejado de maleza adecuado para acampar y que estaban encantados de tener visitantes en las inmediaciones de la casa de retiro. Se buscaron en los mapas diferentes rutas para ir hasta el centro budista, por diferentes paisajes y con diversos grados de dificultad, pensando en que era mejor separarse en grupos para evitar susceptibilidades de gente de la zona con rechazo hacia la acampada libre. Los que tenían bicicleta eligieron rutas por carretera y pista, en particular Berta Prada eligió la ruta en bici más corta porque se sentía bastante vapuleada después de estar pedaleando dos días y se le notaba que caminaba con cierta rigidez. “No me había o había quedado tan mazada desde mis primeras salidas. Es lo que tiene ser una deportista cincuentona”, dijo.

Así que, tras un demoroso desayuno y recoger e las cosas, se dividieron en grupos y se dispersaron por los senderos y pistas de Malplena para, hacia las cuatro de la tarde, converger en el centro budista, en una colina retirada, entre arboleda dispersa, cuyo principal acceso era una pista de tierra y lejos de cualquier caserío. Los recibieron tres monjes rapados y algún usuario laico, cuyo grado de implicación en la casa era difícil de discernir. La casa de retiro estaba construida a partir de una antigua casa de campo restaurada a la que habían añadido unas alas y anexos en madera. Los encargados de la casa les dijeron que podían dejar bultos en un cobertizo.

Montaron el campamento e Íngrid se relajó encendiendo un cigarrillo. En seguida se le unieron Mafalda y Antía, sentándose en corro.

-Le pegaste el vicio a tu hermana ¿eh? – le dijo Íngrid a Antía. -¡Que va! La gente piensa eso pero fue al revés, fue ella la que empezó a fumar antes, con catorce años, yo empecé hace unos meses. -Antía no quería nada con el tabaco y me decía que tenía que dejarlo, pero la convencí de que lo probara y acabó gustándole. A veces fumaba conmigo y le gustaba pero se resistía a fumar. -No quería coger el vicio, pero... -No tienes nada de que avergonzarte, yo también se lo rico que es fumar ¿Como decir que no a esta satisfacción? -Si, con Mafalda fumé de vez en cuando, pero al estar con fumadores en el instituto empecé a fumar a diario.

Rebeca, Irene, Artemisa, Casia y Almudena se unieron al grupo. Rebeca había oído las últimas frases y le habían sorprendido.

-¿Empezaste a fumar por el ambiente del instituto? ¡Pero si en los institutos ya casi no hay fumadores! -En mi instituto si- afirmó Antía. -¿Cual es tu instituto?– preguntó Almudena. -El “Almudena Grandes” ¡Anda, tocaya tuya!

“Tenía que ser”, pensó Almudena, al saber que Antía y Rebeca iban al instituto de Naira, la hija de la estanquera Agata, que junto con sus amigas las hermanas Gutiérrez se dedicaban a animar a fumar a sus compañeros.

-¿Conocéis a Naira o las hermanas Gutiérrez?

-A Naira no, pero a Rosario y Sibila Gutiérrez si- dijo Antía.

-Mi primer pitillo lo fumé con Sibila, es muy simpática- explicó Mafalda- No me gustó mucho pero fue interesante, Sibila me explicó como hacer para no toser mucho y me fue bastante bien. Otro día me invitó de nuevo y ya me empezó a gustar. Desde entonces fumaba de vez en cuando y me encantó. Cuando podía me hacía con una cajetilla.

-Una vez mis padres encontraron un paquete de tabaco en nuestro cuarto ¡Y me echaron la culpa a mi!-explicó Antía- Ni se les pasó por la cabeza que Mafaldita pudiera fumar. Me llevé yo la bronca. En una fiesta familiar le cogió un cigarrillo a un tío, se lo encendió y se puso a fumar delante de todo el mundo... y ni por esas, pensaban que era una travesura y seguían sin pensar que Mafalda pudiera ser fumadora.

-Si- confirmó Mafalda sonriendo al recordar la situación- ya hacía tiempo que fumaba a diario y me estaba muriendo por un pitillo, así que me encendí ese cigarrillo y que pasara lo que tuviera que pasar ¿Y tu, Irene? ¿Como empezaste?

A Mafalda le llamaba la atención que una joven tan centrada e intelectual como Irene fumara. Esta contó al grupo la historia que Almudena ya conocía, de como su tía Circe, descontenta con su rechazo al tabaco, le había hecho fumar cinco cigarrillos para que conociera lo que era el tabaco, con lo que Irene había aprendido la técnica de fumar, se había familiarizado con las sensaciones físicas de la inhalación de humo de tabaco y dejó se percibir el fumar como algo completamente ajeno. Circe le facilitaba el acceso a los cigarrillos con lo que la curiosidad le llevó a repetir la experiencia y adquirir gusto por fumar, empezando a hacerlo esporádicamente, hasta que en el primer curso de la universidad y con la influencia de una relación amorosa se convirtió en una adicción diaria que le resultaba más satisfactoria que problemática.

A las fumadoras del grupo les gustó la historia del grupo e incluso Rebeca y Casia la encontraron interesante, una explicación de como se podía coger un vicio que no tenían la menor intención de adquirir.

-¿Y como empezaste tu a fumar, Íngrid?– le preguntó Almudena a su amiga- La primera vez que te vi fumar fue en la fiesta de fin de curso de segundo de bachillerato, pero no debía ser la primera vez.

-No, en realidad empecé con catorce años- explicó Íngrid para sorpresa de Almudena y Rebeca.

Íngrid se dispuso a contar su historia y encendió un cigarrillo, lo que no tardaron en imitar Antía y Mafalda. A Artemisa le sugestionó el ambiente tabaquista, salió corriendo y al poco volvió con un cigarrillo electrónico de aspecto bastante parecido a los cigarrillos de verdad, pero algo más grande. “Es sin nicotina. Es divertido fumarlo”, explicó antes de ponerse a vapear con cierta teatralidad mientras Íngrid narraba sus primeras experiencias con el tabaco.

CONTINUARÁ.

Se pueden ver los capítulos anteriores en https://es.scribd.com/document/461561444/El-mundo-del-sabor-Almudena-descubre-el-encanto-de-fumar

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CW: smoking fetish, capnolagnia.

Este relato no pretende ser una apología del tabaquismo ni una negación de sus indudables efectos tóxicos y adictivos, ni del lógico derecho a disfrutar de ambientes libres de humo. La única intención de este cuento es lúdica, es un relato que juega con la #capnolagnia, el fetichismo del tabaco (#smokingfetish) o fetichismo de #fumadoras, y sus descripciones de la experiencia tabaquista y sus consecuencias no son necesariamente realistas.

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