Capnolagnia

Escritos y ocurrencias sobre fetichismo de fumadoras. Palabras clave: #fetichismo #fumadoras #smokingfetish #rauchenfetisch #fumatrice #fumeuse

Esta narración es la segunda parte del relato “Experiencia lisboeta”. Si no las has leído antes, puedes leer la primera parte aquí.


Esa noche, cuando Mónica llamó a Irene, ella le contó sobre su encuentro con Lucía. “Hoy me encontré con una compañera de primaria”, comenzó Catarina. “Nos pusimos al día y... bueno, fumé un cigarrillo con ella.”

Mónica escuchó en silencio mientras Catarina le narraba los detalles, esperando su reacción. En lugar de regañarla, Mónica preguntó con calma: “¿Y qué sentiste?”

“Fue raro”, respondió Catarina. “Familiar pero extraño. No me gustó realmente, pero tampoco fue horrible.”

Más tarde, cuando Catarina estaba con Daniel, le contó la anécdota de manera desenfadada. “Me encontré con Lucía y acabé fumando un cigarrillo. Fue una experiencia curiosa”, dijo sin darle demasiada importancia.

Daniel la miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. “¿Y eso? Pensé que no te gustaba fumar.”

Catarina se encogió de hombros. “Digamos que fue más por curiosidad que por otra cosa. No creo que vuelva a hacerlo.”

Y era verdad. El encuentro con Lucía había sido solo eso: un momento pasajero de experimentación que no cambiaría su perspectiva sobre el tabaco.

Cuando Catarina le contó a Daniel sobre su encuentro con Lucía, él la escuchó con atención, apoyado contra el respaldo del sofá. Al llegar a la parte en la que mencionó que había fumado un cigarrillo, Daniel arqueó una ceja, claramente sorprendido.

“¿Tú fumaste?” preguntó, con un tono más curioso que crítico.

“Sí, pero fue solo por curiosidad”, respondió Catarina, encogiéndose de hombros. “Lucía estaba tan tranquila fumando y hablando de lo mucho que le gusta que me dio por probar otra vez. Pero no es algo que quiera repetir.”

Daniel se quedó pensativo por un momento antes de responder. “Bueno, no puedo decir que me encante la idea, pero entiendo que quisieras experimentar. ¿Y qué sentiste?”

Catarina rió suavemente. “Fue raro. No sé si me gustó o no. Fue más como un recordatorio de por qué no quiero hacerlo habitualmente.”

Daniel asintió, relajándose un poco. “Mientras no se convierta en un hábito, no voy a sermonearte. Pero si alguna vez necesitas que te recuerde lo malo que es para ti, aquí estoy.”

Catarina sonrió, agradecida por su comprensión. “Gracias, pero creo que ya aprendí la lección.”

Daniel, al escuchar la historia de Catarina sobre su encuentro con Lucía y el cigarrillo, sintió una mezcla de sorpresa, curiosidad y ligera preocupación. Por un lado, entendía que Catarina era una persona reflexiva y no tomaba decisiones impulsivas, pero por otro, no podía evitar preguntarse qué la había llevado a probar algo que sabía que no le gustaba.

Aunque no expresó ningún juicio, su mente se llenó de preguntas: ¿Fue solo curiosidad? ¿Quería encajar con Lucía? ¿O simplemente estaba explorando algo nuevo? Sin embargo, al notar el tono ligero con el que Catarina relataba la experiencia y su clara postura de no repetirlo, Daniel se relajó.

“Bueno,” pensó para sí mismo, “todos tenemos momentos en los que hacemos cosas por experimentar o entender mejor algo. Mientras no se convierta en un hábito, no hay mucho de qué preocuparse.” Al final, valoró la sinceridad de Catarina al compartirlo con él y decidió confiar en su criterio.


Era una soleada tarde de viernes en Lisboa cuando Catarina decidió salir a patinar con Clara y su amiga Tereza. El aire fresco de febrero invitaba a disfrutar del exterior, y las tres amigas se encontraron en el Parque Eduardo VII, punto de partida de su recorrido por la ciudad.

Catarina se ajustó los patines, sintiendo la emoción del ejercicio por venir. Clara y Tereza ya estaban listas, con sus cascos y protecciones puestas. Con una sonrisa, Catarina dio el primer impulso y se deslizó por el camino pavimentado del parque.

El trío comenzó su recorrido descendiendo por la suave pendiente del Parque Eduardo VII. Catarina sentía el viento en su rostro mientras ganaban velocidad, esquivando hábilmente a los paseantes y turistas que disfrutaban de la tarde. Pasaron junto a la estatua del Marqués de Pombal, donde un grupo de niños jugaba alegremente.

“¡Vamos hacia Avenida da Liberdade!”, gritó Clara por encima del ruido de las ruedas sobre el pavimento. Catarina asintió, disfrutando de la sensación de libertad que le proporcionaban los patines.

Al llegar a la Avenida da Liberdade, se encontraron con un ambiente más urbano. Los árboles que flanqueaban la avenida proporcionaban sombra intermitente mientras se deslizaban por las amplias aceras. Catarina observó los elegantes edificios a ambos lados, las tiendas de lujo y los hoteles de renombre.

“Chicas, ¿qué tal si nos desviamos hacia el Jardim do Príncipe Real?”, sugirió Tereza. Las otras dos estuvieron de acuerdo, y pronto se encontraron patinando cuesta arriba por calles más estrechas.

El Jardim do Príncipe Real estaba lleno de vida. Parejas paseaban de la mano, grupos de amigos charlaban animadamente en los bancos, y algunos turistas sacaban fotos del majestuoso cedro que domina el centro del jardín. Catarina, Clara y Tereza dieron un par de vueltas alrededor del parque, disfrutando de la atmósfera relajada.

Continuaron su recorrido hacia el Miradouro de São Pedro de Alcântara. Aquí, decidieron hacer una breve pausa para recuperar el aliento y admirar las vistas panorámicas de Lisboa. Catarina se quitó el casco y se pasó la mano por el pelo, sintiendo el calor del ejercicio en sus mejillas.

“¿Qué os parece si bajamos hacia el Cais do Sodré?”, propuso Catarina, ansiosa por seguir moviéndose. Sus amigas asintieron con entusiasmo.

Descendieron con cuidado por las empinadas calles del Bairro Alto, zigzagueando entre los transeúntes y esquivando los adoquines más irregulares. El barrio empezaba a cobrar vida con la llegada del atardecer, y los bares y restaurantes comenzaban a llenarse.

Al llegar al Cais do Sodré, el ambiente era completamente diferente. El río Tajo brillaba con los últimos rayos del sol, y la brisa marina refrescaba sus rostros acalorados. Patinaron por el paseo marítimo, disfrutando de la vista de los barcos y del puente 25 de Abril a lo lejos.

“Mirad, ¡hay un montón de gente en las terrazas!”, exclamó Clara, señalando hacia una zona llena de cafeterías y bares con mesas al aire libre.

Catarina redujo la velocidad, observando con curiosidad las terrazas abarrotadas. Grupos de amigos reían y charlaban, parejas compartían copas de vino, y familias disfrutaban de meriendas tardías. Su mirada se detuvo en las mujeres que fumaban en las mesas.

Vio a una joven, quizás de su edad, encendiendo un cigarrillo con gesto despreocupado mientras hablaba animadamente con sus amigas. Un poco más allá, una mujer de mediana edad daba una calada a su cigarrillo mientras leía un libro, pareciendo completamente relajada. En otra mesa, un grupo de mujeres mayores compartía risas y cigarrillos.

Catarina se sorprendió a sí misma observándolas con una mezcla de curiosidad y algo que no supo identificar del todo. ¿Fascinación, quizás? Recordó sus recientes experiencias fumando con Mónica y Lucía, y se dio cuenta de que ya no veía el acto de fumar con la misma desaprobación de antes.

Se preguntó cuántas de esas mujeres serían fumadoras habituales y cuántas, como ella misma recientemente, fumadoras ocasionales o sociales. ¿Cuántas de ellas disfrutaban realmente del cigarrillo y cuántas lo hacían más por costumbre o por el aspecto social?

“¡Catarina, cuidado!”, gritó Tereza, sacándola de sus pensamientos justo a tiempo para esquivar a un ciclista que pasaba cerca.

“Perdón, me he distraído”, se disculpó Catarina, volviendo a concentrarse en el patinaje.

Continuaron su recorrido hacia el Parque das Nações, siguiendo el paseo marítimo. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Catarina sentía el cansancio en sus piernas, pero era una sensación agradable, de esfuerzo bien empleado.

En el Parque das Nações, se maravillaron con la arquitectura moderna y los amplios espacios. Patinaron junto al Oceanário, donde varios grupos de turistas sacaban fotos, y luego se dirigieron hacia la zona del teleférico.

“¿Qué os parece si terminamos nuestro recorrido aquí y nos tomamos algo?”, sugirió Clara, señalando una terraza cercana con vistas al río.

Catarina y Tereza estuvieron de acuerdo, y pronto se encontraron sentadas en una mesa, quitándose los patines y estirando las piernas. Pidieron refrescos y algunas tapas para compartir.

Mientras esperaban su pedido, Catarina no pudo evitar fijarse en una mujer joven en la mesa de al lado que acababa de encender un cigarrillo. La observó discretamente, notando cómo parecía disfrutar de cada calada, exhalando el humo con un gesto que parecía casi de alivio.

“¿En qué piensas, Catarina?”, preguntó Tereza, notando su distracción.

Catarina dudó un momento antes de responder. “Solo pensaba en lo diferente que veo ahora a las personas que fuman. Antes las juzgaba más, pero después de haber probado con Mónica y Lucía... no sé, supongo que entiendo un poco más por qué lo hacen”.

Clara la miró con curiosidad. “¿Te refieres a que ahora te atrae la idea de fumar?”

“No, no es eso”, respondió Catarina rápidamente. “Es más bien que ya no lo veo tan blanco y negro. Me pregunto cuántas de estas personas fuman regularmente y cuántas solo de vez en cuando, como hice yo”.

Tereza asintió comprensivamente. “Supongo que es normal que tu perspectiva cambie después de haberlo experimentado. Pero recuerda que sigue siendo perjudicial para la salud, sin importar con qué frecuencia se haga”.

Catarina estuvo de acuerdo. “Lo sé, y no tengo intención de convertirlo en un hábito. Pero tengo que admitir que entiendo un poco más el atractivo social que puede tener”.

La conversación derivó hacia otros temas mientras disfrutaban de su merienda tardía. Hablaron sobre el recorrido que habían hecho, los lugares que habían visto y lo bien que se sentían después del ejercicio.

Cuando terminaron, el cielo ya estaba oscuro y las luces de la ciudad brillaban sobre el Tajo. Se pusieron de nuevo los patines para el último tramo hasta sus casas.

Mientras patinaban de vuelta, Catarina reflexionó sobre la tarde. El ejercicio la había dejado con una agradable sensación de cansancio físico, y la compañía de sus amigas la hacía sentir contenta y relajada. Lisboa, con sus colinas, su río y su gente, seguía sorprendiéndola y enamorándola cada día.

Al llegar a su casa, Catarina se despidió de Clara y Tereza con un abrazo, agradeciendo la maravillosa tarde que habían compartido. Ya en su habitación, mientras se quitaba los patines, pensó en las mujeres que había visto fumando en las terrazas. No pudo evitar preguntarse si algún día volvería a sentir la curiosidad de probar un cigarrillo, pero rápidamente descartó la idea. Por ahora, estaba satisfecha con la emoción y la libertad que le proporcionaban sus patines y las calles de Lisboa.

Se duchó, dejando que el agua caliente relajara sus músculos después del ejercicio. Mientras se secaba el pelo, Catarina sonrió al espejo, satisfecha con la joven activa y curiosa que le devolvía la mirada. Lisboa le había enseñado mucho sobre sí misma, y estaba ansiosa por descubrir qué más le depararía la ciudad.

Esa noche, Catarina se durmió con el agradable cansancio del ejercicio en su cuerpo y la mente llena de imágenes de Lisboa: sus colinas, sus terrazas llenas de vida, el brillo del Tajo al atardecer y la sensación de libertad al deslizarse sobre sus patines por las calles de la ciudad que llamaba hogar.


Dos semanas después, Catarina salió con Daniel, su hermana y un grupo de amigos a un bar en el centro de la ciudad. La noche transcurría entre risas y conversaciones animadas cuando uno de los amigos de Daniel, Marta, sacó una cajetilla de cigarrillos y ofreció uno a Catarina. Sin pensarlo demasiado, Catarina aceptó.

Al encender el cigarrillo y dar la primera calada, sintió una mezcla de placer y relajación que no había experimentado antes. El humo cálido llenaba sus pulmones mientras su mente se despejaba momentáneamente. Notó cómo la nicotina le daba una ligera sensación de euforia y calma a la vez, como si el mundo se ralentizara por un instante[1][5]. Esta vez no hubo torpeza ni incomodidad; disfrutó plenamente del momento.

Daniel observó desde el otro lado de la mesa, sorprendido pero sin intervenir. Sabía que Catarina había probado un cigarrillo con Lucía semanas atrás, pero verla fumar ahora, en público y con naturalidad, lo dejó pensativo. Marta sonrió cómplice y comentó: “Te queda bien fumar, Catarina. Tienes estilo.” Catarina rió, aunque sintió una punzada de nervios al captar la mirada de Daniel.

Mientras seguían charlando con el grupo, Catarina se dio cuenta de que fumar en público delante de amigos le daba una sensación inesperada de pertenencia y confianza. Sin embargo, también notó una pequeña voz interna que le advertía sobre las implicaciones de este nuevo hábito.

Al volver a casa esa noche, Catarina reflexionó sobre lo sucedido. Por un lado, recordó el placer inmediato que había sentido al fumar y cómo eso parecía integrarla más en el grupo. Por otro lado, no podía ignorar las posibles consecuencias a largo plazo ni la reacción silenciosa de Daniel. Se preguntó si estaba comenzando a cruzar una línea o simplemente explorando algo pasajero. Mientras apagaba las luces para dormir, decidió que debía pensar más detenidamente en lo que significaba para ella este nuevo descubrimiento.


En las semanas siguientes, Catarina y Daniel comenzaron a construir un romance lleno de complicidad y pasión. Pasaban tardes paseando por parques y calles tranquilas, disfrutando de la compañía mutua. Una tarde, mientras caminaban junto al río, Daniel tomó la mano de Catarina y la atrajo hacia él. Bajo la luz cálida del atardecer, se miraron profundamente antes de compartir un beso apasionado, uno que parecía detener el tiempo.

En otra ocasión, mientras estaban en casa de Daniel escuchando música suave, él le susurró: “Me encanta cómo haces que todo parezca más sencillo cuando estás cerca.” Catarina sonrió y respondió: “Contigo siento que puedo ser yo misma.” Ese tipo de conversaciones íntimas fortalecían su conexión, llevándolos a abrirse más el uno al otro.

La relación alcanzó un nuevo nivel de intimidad una noche en la que ambos se dejaron llevar por el deseo. Todo comenzó con caricias suaves y miradas cargadas de intención. En ese momento, Catarina sintió una mezcla de nervios y emoción; pero con cada gesto y palabra de Daniel, la confianza entre ambos creció. Fue una experiencia llena de ternura y pasión que los unió aún más.

Después de esa noche, Catarina reflexionó sobre lo profundo que se había vuelto su vínculo con Daniel. Se sentía segura y amada como nunca antes, pero también consciente de lo importante que era cuidar esa relación tan especial. Para ella, cada momento compartido con Daniel era una confirmación de que estaban construyendo algo significativo juntos.


En las semanas siguientes al cigarrillo que Catarina disfrutó aquella noche con los amigos de Daniel, se encontró en dos ocasiones más con la oportunidad de fumar.

Una tarde, Catarina y Daniel asistieron a una reunión en casa de Marta, la misma amiga que le había ofrecido el cigarrillo la vez anterior. Mientras charlaban en el balcón con otros invitados, Marta sacó su cajetilla y, con una sonrisa, le ofreció uno a Catarina.

“¿Quieres otro? La última vez parecía que lo disfrutaste”, dijo Marta, guiñándole un ojo.

Catarina sonrió amablemente y negó con la cabeza. “Gracias, pero no. Creo que fue solo cosa de esa noche. No es lo mío.”

Marta se encogió de hombros y encendió su propio cigarrillo. “Como quieras. Pero si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.”

Mientras Marta se alejaba para unirse a otro grupo, Catarina notó la mirada de Daniel desde el otro lado del balcón. Él no dijo nada, pero su expresión parecía tranquila. Catarina pensó: “No quiero que esto se convierta en algo habitual. Fue un momento curioso, pero no quiero que defina quién soy.”

Semanas después, Catarina salió con Daniel y algunos amigos a un bar animado del centro. Durante la noche, uno de los amigos del grupo encendió un cigarrillo y le ofreció uno a Catarina.

“¿Te animas? Es viernes, después de todo”, bromeó él mientras sostenía la cajetilla frente a ella.

Catarina dudó por un instante, recordando cómo había disfrutado aquel cigarrillo semanas atrás. Pero luego pensó en cómo se había sentido después: la mezcla de placer inmediato y las preguntas sobre si estaba cruzando una línea personal. Con una sonrisa tranquila, respondió: “No, gracias. Estoy bien así.”

El amigo asintió sin insistir y siguió fumando mientras charlaban sobre otros temas. Daniel estaba cerca y escuchó la interacción; aunque no dijo nada en el momento, más tarde le tomó la mano mientras caminaban hacia casa y le susurró: “Me gusta que seas fiel a ti misma.”

Esa frase resonó en Catarina durante el resto del camino. Pensó: “Es verdad. No necesito fumar para sentirme parte de algo o para disfrutar del momento. Lo importante es ser auténtica conmigo misma.” Aunque todavía recordaba el placer fugaz del cigarrillo que había disfrutado semanas atrás, cada vez estaba más segura de que no era algo que quisiera incorporar a su vida.

Al llegar a casa esa noche, Catarina se sintió orgullosa de sus decisiones recientes. Sabía que había probado fumar como una forma de experimentar algo nuevo, pero también entendía que no necesitaba repetirlo para sentirse plena o conectada con los demás. En su mente quedó claro que su curiosidad inicial ya estaba satisfecha y que podía disfrutar de su vida —y de su relación con Daniel— sin depender de esos momentos pasajeros.


Catarina se encontraba estudiando en casa de su tía Mónica, aprovechando el silencio y la tranquilidad del lugar. Mientras repasaba sus apuntes, un pensamiento inesperado cruzó su mente: hacía tiempo que no fumaba un cigarrillo. La idea la sorprendió, pues no se consideraba fumadora, pero recordó la última vez que había probado uno y cómo lo había disfrutado.

Dejando el bolígrafo sobre la mesa, Catarina se recostó en la silla y se sumergió en sus pensamientos. Se preguntaba si realmente le había gustado el sabor del tabaco o si el placer había venido más bien de la situación social en la que se encontraba aquella vez. “¿Disfrutaría igual si fumara ahora, sola en casa de mi tía?”, se cuestionó.

La duda la llevó a imaginarse fumando un cigarrillo en ese mismo momento. En su fantasía, se veía a sí misma sentada junto a la ventana abierta, con un cigarrillo entre los dedos, exhalando el humo suavemente mientras observaba la calle. Casi podía sentir la sensación de calma y el ligero mareo que recordaba de aquella experiencia[2].

Decidida a satisfacer su curiosidad, Catarina se levantó y comenzó a buscar tabaco por la casa. Revisó cajones y estanterías, pero para su sorpresa, no encontró ni rastro de cigarrillos o tabaco. Fue entonces cuando notó algo diferente en el ambiente: el olor de la casa había cambiado sutilmente. Ya no percibía ese leve aroma a tabaco al que estaba acostumbrada en las visitas a su tía.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y entró la tía Mónica acompañada de una amiga. Catarina las saludó, aún algo desconcertada por su búsqueda infructuosa.

“Catarina, cariño, ¿qué tal va el estudio?”, preguntó Mónica mientras dejaba su bolso.

“Bien, tía. Oye, ¿has cambiado algo en la casa? Huele diferente”, comentó Catarina, curiosa.

Mónica sonrió ampliamente. “¡Ah, eso! Pues sí, hay una gran novedad. Llevo siete días sin fumar. He dejado el tabaco por completo.”

Catarina se quedó sorprendida por la noticia. “¡Vaya, tía! Eso es fantástico. Felicidades, debe ser todo un logro.”

“Gracias, cielo. La verdad es que está siendo un reto, pero me siento muy orgullosa. Cada día que pasa es una pequeña victoria”, respondió Mónica con satisfacción.

Mientras escuchaba a su tía hablar sobre su decisión de dejar de fumar, Catarina reflexionó sobre su propio impulso de hace unos momentos. Se dio cuenta de que el deseo había sido pasajero y que, en realidad, no necesitaba el cigarrillo para sentirse bien o relajada. La determinación de su tía la inspiró, reafirmando su decisión de no convertir el fumar en un hábito en su vida.


Catarina y sus amigas Lucía y Clara se encontraron en una acogedora cafetería de Lisboa. Lucía sacó un cigarrillo y lo encendió con destreza, exhalando el humo suavemente. Clara, emocionada, comenzó a compartir detalles sobre su reciente noviazgo.

“Chicas, no os podéis imaginar lo increíble que está siendo”, dijo Clara con una sonrisa radiante. “Llevamos tres meses juntos y la conexión es... wow. Hacemos el amor en cuanto tenemos la oportunidad. El otro día pasamos toda la tarde en ello, una y otra vez”.

Catarina y Lucía intercambiaron miradas de complicidad. “¿Y dónde conseguís tanta privacidad?”, preguntó Catarina curiosa.

Clara suspiró. “Ese es el problema. Ambos vivimos con nuestros padres, así que tenemos que ser creativos. Hemos probado de todo: parques apartados, el coche... incluso una vez en el baño de un centro comercial”.

Las chicas rieron y siguieron haciendo preguntas sobre la nueva relación de Clara. Lucía, mientras tanto, terminó su cigarrillo y lo apagó en el cenicero.

Más tarde, Laura, la hermana de Daniel, y su prima Paula se unieron al grupo. Clara, notando la presencia de las recién llegadas, cambió sutilmente de tema.

Paula sacó su cajetilla de cigarrillos y ofreció a las demás. Todas declinaron, pero Lucía aprovechó para encender otro de los suyos. Paula encendió el suyo con un mechero plateado, dando una calada profunda y exhalando el humo en anillos perfectos. Lucía, por su parte, fumaba con gestos más relajados, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos con elegancia y dando caladas cortas y frecuentes.

“Oid, chicas”, dijo Laura, captando la atención del grupo. “Voy a participar en una competición de atletismo en Coimbra el próximo mes. Hay algunas plazas de hotel baratas disponibles si alguna quiere acompañarme y hacer un pequeño viaje”.

Las chicas mostraron interés inmediato. Catarina pensó que podría ser una buena oportunidad para un cambio de aires y pasar tiempo con sus amigas. Mientras discutían los detalles del posible viaje, el aroma del café se mezclaba con el humo de los cigarrillos de Lucía y Paula, creando una atmósfera familiar y acogedora en la cafetería lisboeta.


En los meses siguientes, los círculos sociales de Catarina y Daniel comenzaron a entrelazarse de manera natural. Lo que comenzó con encuentros casuales en cafeterías y bares de Lisboa se convirtió en salidas grupales planificadas. Los amigos de Catarina, como Lucía y Clara, empezaron a congeniar con los de Daniel, creando una dinámica grupal más amplia y diversa.

Un sábado por la tarde, Catarina fue invitada a comer a casa de los padres de Daniel. Nerviosa pero emocionada, llegó con un pequeño regalo para sus anfitriones. La madre de Daniel la recibió con un abrazo cálido, mientras que su padre le estrechó la mano con una sonrisa amable.

Durante la comida, la conversación fluyó con naturalidad. Catarina se enteró de que ambos padres de Daniel habían sido fumadores en el pasado, pero lo habían dejado hace años por motivos de salud. Sin embargo, el padre de Daniel mencionó que aún disfrutaba de una pipa ocasional, especialmente después de las comidas o en momentos de reflexión.

“Fue difícil dejarlo”, comentó la madre de Daniel, “pero nos apoyamos mutuamente y lo conseguimos. Aunque Salvador aún tiene su pequeño vicio con la pipa”, añadió con una sonrisa cómplice hacia su marido.

El padre de Daniel asintió, sacando una elegante pipa de madera de un cajón cercano. “Es más un ritual que un hábito ahora”, explicó. “Me ayuda a pensar, especialmente cuando tengo que tomar decisiones importantes sobre el negocio”.

Catarina escuchó con interés, recordando sus propias experiencias y reflexiones sobre el tabaco. La conversación luego derivó hacia otros temas, y ella se sintió cada vez más cómoda en el ambiente familiar de los padres de Daniel.

Al final de la comida, Catarina se dio cuenta de que esta visita no solo le había permitido conocer mejor a la familia de Daniel, sino que también le había dado una nueva perspectiva sobre las relaciones a largo plazo y cómo las parejas pueden apoyarse mutuamente en los cambios de vida.


Catarina, Lucía, Daniel y otra amiga acompañaron a Laura a su competición de atletismo en Coimbra. Durante un momento de descanso, mientras el grupo se relajaba en una terraza cercana al hotel, Lucía sacó su cajetilla de cigarrillos. Catarina, recordando su curiosidad no resuelta, decidió aprovechar la oportunidad.

“Oye, Lucía, ¿me das uno?”, preguntó Catarina, sorprendiendo a todos.

Lucía le tendió un cigarrillo con una sonrisa cómplice. Catarina lo encendió y dio la primera calada. Inmediatamente, sintió cómo el humo cálido llenaba sus pulmones, provocándole una ligera sensación de mareo que encontró curiosamente placentera. El sabor, que antes le había parecido desagradable, ahora le resultaba rico y complejo. Con cada inhalación, notaba una oleada de relajación extendiéndose por su cuerpo.

“Vaya, se nota que le has cogido el gusto”, comentó Lucía, observando cómo Catarina fumaba con aparente naturalidad.

Catarina exhaló lentamente, disfrutando de la sensación. “La verdad es que sí. Ahora lo encuentro mucho más agradable que antes”.

Daniel, sentado cerca, observaba la escena con una mezcla de sorpresa y preocupación. Aunque inicialmente se sintió contrariado al ver a Catarina fumar, no pudo evitar fijarse en su estilo al hacerlo. La forma en que sostenía el cigarrillo entre sus dedos, cómo inhalaba suavemente y exhalaba con gracia, le pareció extrañamente atractiva. Notó cómo Catarina parecía relajarse y disfrutar genuinamente del momento.

Mientras Catarina terminaba su cigarrillo, Daniel reflexionó sobre la situación. Aunque no le gustaba la idea de que Catarina fumara regularmente, se dio cuenta de que este parecía ser un hábito ocasional. “Quizás no sea tan malo si solo lo hace de vez en cuando”, pensó, intentando reconciliar sus sentimientos encontrados.

Catarina, por su parte, se sorprendió de lo mucho que había disfrutado de la experiencia. El cigarrillo no solo le había proporcionado una sensación física placentera, sino también un momento de conexión social con su amiga. Sin embargo, era consciente de los riesgos y no tenía intención de convertirlo en un hábito regular.


La hermana mayor de Catarina, siempre amante de los animales, finalmente convenció a la familia de adoptar un perro. Después de visitar varios refugios y protectoras, encontraron uno que encajaba perfectamente con su estilo de vida: un perro mestizo de tamaño mediano, de carácter tranquilo y sociable. Lo llamaron Trufo.

Al principio, hubo algunos ajustes y nuevas rutinas que incorporar. Sin embargo, la familia rápidamente se adaptó a la presencia de Trufo en el hogar. Sus travesuras juguetonas y su cariño incondicional pronto conquistaron los corazones de todos. Trufo se convirtió en un miembro más de la familia, llenando la casa de alegría y vitalidad.

Catarina, aunque inicialmente no era la más entusiasta con la idea de tener un perro, pronto desarrolló un vínculo especial con Trufo. Comenzó a sacarlo a pasear por los parques de Lisboa, disfrutando de su compañía y de las largas caminatas al aire libre. Trufo siempre se mostraba feliz de acompañarla, moviendo la cola con entusiasmo y saltando a su alrededor.

Con el tiempo, Catarina empezó a llevarse a Trufo cuando hacía actividades al aire libre con su novio Daniel y sus amigas. Trufo se convirtió en un miembro más del grupo, uniéndose a sus excursiones por la costa, sus picnics en el campo y sus paseos por la ciudad. A Daniel también le encantaba la compañía de Trufo y disfrutaba viéndolo correr y jugar en libertad.

En esas salidas, Trufo demostraba ser un perro sociable y bien educado, interactuando amigablemente con otros perros y personas. Catarina se sentía orgullosa de él y disfrutaba compartiendo momentos especiales con Trufo, Daniel y sus amigas, creando recuerdos inolvidables juntos.


En los siguientes seis meses, Irene fumó en siete ocasiones, aunque rechazó muchas más invitaciones, manteniendo su consumo como algo esporádico.

Una tarde, mientras estudiaba con Lucía en un parque, su amiga sacó un cigarrillo. Irene, sintiéndose relajada y curiosa, aceptó uno. Mientras fumaban, charlaron sobre sus clases y sus planes para el verano, disfrutando de un momento de complicidad.

En otra ocasión, Irene se encontró con Paula en una fiesta. Paula le ofreció un cigarrillo de una marca que Irene no había probado antes. Al fumarlo, Irene notó un sabor más suave y aromático, lo que le hizo reflexionar sobre las diferentes experiencias que el tabaco podía ofrecer.

Un día, tras una tutoría, Irene se encontró fumando con una de sus profesoras. Mientras compartían un cigarrillo, la profesora le habló sobre su tesis doctoral y le dio consejos valiosos sobre su carrera académica. Irene se sintió adulta y respetada en esa conversación.

La experiencia más inusual fue cuando Irene coincidió paseando a Trufo con una señora mayor llamada Carmen, que también paseaba a su perro. Carmen le ofreció un cigarrillo y, al aceptarlo, Irene notó cómo la señora parecía rejuvenecer, disfrutando de la compañía de alguien más joven. Compartieron anécdotas sobre sus mascotas y rieron juntas, creando un vínculo inesperado.

Con el tiempo, Irene empezó a ver el tabaco de manera diferente. Ya no lo percibía como algo inherentemente negativo, sino como una fuente ocasional de placer y conexión social. Sin embargo, mantuvo su decisión de no convertirlo en un hábito regular, consciente de los riesgos para la salud. Irene apreciaba estos momentos esporádicos de fumar como experiencias que le permitían relacionarse de manera diferente con las personas y disfrutar de instantes de relajación, sin dejar que el tabaco dominara su vida cotidiana.


Tras un agradable encuentro con sus amigas en una terraza de Lisboa, donde Catarina había fumado un cigarrillo, Clara decidió abordar el tema que le preocupaba. Mientras caminaban juntas de regreso a casa, Clara no pudo contener más su inquietud.

“Catarina, tengo que decirte algo”, comenzó Clara con tono serio. “Me preocupa verte fumar, no puedo creer que hayas empezado a fumar, aunque sea de vez en cuando. Es un vicio asqueroso, adictivo y muy dañino para la salud. No entiendo cómo alguien como tú puede encontrarlo interesante”.

Catarina, sorprendida por la repentina confrontación, se detuvo y miró a su amiga. “Clara, aprecio tu preocupación, pero creo que estás exagerando un poco”.

“¿Exagerando? Catarina, el tabaco mata. Es adictivo y perjudicial para la saludp. No puedo creer que alguien tan inteligente como tú encuentre interesante algo así”, insistió Clara.

Catarina respiró hondo, preparándose para defender su posición. “Mira, Clara, entiendo tu punto de vista. Yo misma solía pensar así. Ahora que lo he experimentado he descubierto que la realidad es más compleja, puedo apreciar por qué algunas personas lo disfrutan”.

“¿Compleja? ¿Qué puede ser complejo en algo que causa cáncer y enfermedades cardíacas?”, replicó Clara, visiblemente frustrada.

“Clara, no estoy negando los riesgos para la salud. Soy consciente de ellos. Pero también he descubierto que fumar no es el asco que pensaba. De hecho, es bastante placentero y tiene un sabor rico que no esperaba”, explicó Catarina.

Clara la miró incrédula. “¿Placentero? ¿Rico? Catarina, ¿te estás escuchando?”

“Sí, Clara, me escucho. Y entiendo que te resulte difícil de comprender. Yo tenía la misma opinión que tú, pero era por desconocimiento. No lo había probado y me dejaba llevar por prejuicios”, respondió Catarina con calma.

“Pero Catarina, ¿no te das cuenta de que estás poniendo en riesgo tu salud? El tabaco afecta a casi todos los órganos del cuerpo”, insistió Clara.

Catarina asintió, reconociendo el punto de su amiga. “Soy consciente de los riesgos, Clara. Por eso fumo muy ocasionalmente y no tengo intención de convertirlo en un hábito regular. Lo veo como una experiencia ocasional, como tomar una copa de vino”.

“No puedes comparar el tabaco con el vino, Catarina. El tabaco es mucho más adictivo y perjudicial”, argumentó Clara.

“Entiendo tu punto d vista, Clara. Pero creo que estás simplificando demasiado. Sí, el tabaco tiene riesgos, pero también los tiene el alcohol, la comida rápida, o incluso el estrés del trabajo. La clave está en la moderación y en ser consciente de lo que uno hace”, respondió Catarina.

Clara sacudió la cabeza, aún no convencida. “Pero Catarina, ¿no te preocupa convertirte en adicta? El tabaco es altamente adictivo”.

“Clara, aprecio tu preocupación, de verdad. Pero confío en mi capacidad para mantener el control. No fumo a diario, ni siquiera semanalmente. Son experiencias muy ocasionales y conscientes”, explicó Catarina.

Tras un momento de silencio, Clara suspiró. “No sé, Catarina. Sigo pensando que es un error. Me preocupas”.

Catarina sonrió suavemente a su amiga. “Lo sé, Clara, y te lo agradezco. Prometo ser cuidadosa y estar atenta a cualquier señal de que se esté convirtiendo en un problema. ¿Te parece bien?”

Clara asintió, aunque aún con reservas. “Supongo que es lo mejor que puedo esperar por ahora. Solo... cuídate, ¿vale?”

“Lo haré, Clara. Gracias por preocuparte”, respondió Catarina, abrazando a su amiga.

Mientras se despedían y cada una tomaba su camino, Clara no pudo evitar seguir dándole vueltas a la conversación. Aunque seguía preocupada por su amiga, las palabras de Catarina la habían hecho reflexionar.

Clara siempre había visto el tabaco como algo completamente negativo, sin matices. Pero la perspectiva de Catarina, alguien a quien respetaba y consideraba inteligente, la había dejado pensativa. ¿Era posible que hubiera algo más en el tabaco de lo que ella siempre había creído?

Recordó cómo Catarina había mencionado el placer y el sabor. Clara nunca había considerado que fumar pudiera ser una experiencia agradable. Siempre lo había visto como algo desagradable y perjudicial. Pero ahora se preguntaba si quizás había sido demasiado tajante en su juicio.

También pensó en el argumento de Catarina sobre la moderación. Clara siempre había visto el tabaco como algo que inevitablemente llevaba a la adicción. Pero ¿era posible mantenerlo como algo ocasional, como decía Catarina? Clara no estaba segura, pero tenía que admitir que Catarina parecía tener control sobre la situación.

Sin embargo, los riesgos para la salud seguían preocupándola. Clara había leído mucho sobre los efectos nocivos del tabaco, y eso no era algo que pudiera ignorar fácilmente. Se preguntó si Catarina estaba subestimando estos riesgos o si realmente los estaba sopesando de manera consciente.

Mientras caminaba hacia su casa, Clara se dio cuenta de que, aunque seguía en desacuerdo con la decisión de Catarina, la conversación había ampliado su perspectiva. Quizás las cosas no eran tan blancas o negras como siempre había pensado. Tal vez había espacio para el debate y la reflexión en temas que antes consideraba cerrados.

Clara decidió que, aunque seguiría preocupándose por su amiga, también intentaría ser más abierta y menos crítica. Después de todo, Catarina era una adulta capaz de tomar sus propias decisiones. Lo mejor que Clara podía hacer era estar ahí para ella, apoyarla y, si fuera necesario, ayudarla si alguna vez las cosas se salían de control.

Con estos pensamientos, Clara llegó a su casa, sintiéndose un poco más sabia y un poco menos segura de sus convicciones anteriores. La vida, reflexionó, era más compleja de lo que a veces queremos admitir, y las experiencias de los demás pueden enseñarnos mucho si estamos dispuestos a escuchar.

Mientras tanto, Catarina continuó su camino a casa, también reflexionando sobre la conversación. Aunque entendía la preocupación de Clara, se sentía segura de su decisión. Sin embargo, las palabras de su amiga le recordaron la importancia de mantenerse vigilante y no caer en la complacencia.

Al llegar a casa, Catarina decidió investigar más sobre los efectos del tabaco en la salud. Quería estar completamente informada y ser capaz de tomar decisiones conscientes. Pasó la siguiente hora leyendo artículos científicos y estudios sobre el tema.

Lo que encontró reforzó lo que ya sabía: el tabaco, especialmente cuando se consume de manera habitual, podía tener graves consecuencias para la salud. Sin embargo, también encontró información sobre los efectos del consumo ocasional, que parecían ser menos severos, aunque no inexistentes.

Catarina se prometió a sí misma que mantendría su consumo como algo verdaderamente ocasional y que estaría atenta a cualquier señal de que pudiera estar convirtiéndose en un hábito. También decidió que, si en algún momento sentía que estaba perdiendo el control, buscaría ayuda inmediatamente.

Con estas reflexiones en mente, Catarina se preparó para dormir. Antes de acostarse, miró su teléfono y vio un mensaje de Clara: “Sigo preocupada, pero respeto tu decisión. Estoy aquí si me necesitas”. Catarina sonrió, agradecida por tener una amiga que se preocupaba tanto por ella, incluso cuando no estaban de acuerdo.

En los días siguientes, la conversación con Clara siguió resonando en la mente de Catarina. Se dio cuenta de que, aunque estaba segura de su posición, las preocupaciones de su amiga no eran infundadas. Decidió que sería más consciente de su consumo de tabaco y que lo mantendría como algo verdaderamente ocasional.

Una tarde, mientras paseaba a Trufo por el parque, Catarina se reunió con Daniel. Decidió contarle sobre la conversación con Clara y sus reflexiones posteriores.

“Daniel, ¿recuerdas que te conté que a veces fumo?”, comenzó Catarina.

Daniel asintió, un poco sorprendido por el tema. “Sí, lo recuerdo. ¿Ha pasado algo?”

Catarina le contó sobre la discusión con Clara y cómo la había hecho reflexionar. “Me ha hecho pensar mucho sobre por qué fumo y si realmente vale la pena el riesgo”, explicó.

Daniel escuchó atentamente, sin interrumpir. Cuando Catarina terminó, se quedó pensativo por un momento antes de responder. “Entiendo por qué Clara está preocupada. El tabaco puede ser peligroso. Pero también entiendo tu punto de vista sobre la moderación y la experiencia ocasional”.

Catarina agradeció la comprensión de Daniel. “Sí, es complicado. Por un lado, disfruto esos momentos ocasionales. Por otro, no quiero poner en riesgo mi salud ni preocupar a las personas que me importan”.

“Creo que lo importante es que eres consciente de los riesgos y que mantienes el control”, respondió Daniel. “Pero también creo que es bueno que estés dispuesta a cuestionarte y a reflexionar sobre ello”.

Catarina asintió, agradecida por la perspectiva equilibrada de Daniel. “Tienes razón. Creo que seguiré siendo muy cuidadosa y manteniéndolo como algo muy ocasional. Y si en algún momento siento que se está convirtiendo en algo más, lo dejaré”.

Daniel sonrió y tomó la mano de Catarina. “Me parece una decisión sensata. Y recuerda que estoy aquí para apoyarte, sea cual sea tu decisión”.

Mientras continuaban su paseo con Trufo, Catarina se sintió afortunada de tener personas en su vida que se preocupaban por ella y la apoyaban, incluso cuando no estaban completamente de acuerdo con sus decisiones.

En las semanas siguientes, Catarina mantuvo su promesa de ser más consciente de su consumo de tabaco. Rechazó varias ofertas de cigarrillos en situaciones sociales, eligiendo fumar solo en momentos muy específicos y espaciados.

Un día, mientras estudiaba en la biblioteca de la universidad, Catarina se encontró con su profesora, la Dra. Martins, con quien había compartido un cigarrillo en una ocasión anterior. La profesora la invitó a tomar un café en la cafetería del campus.

Mientras conversaban sobre los proyectos académicos de Catarina, la Dra. Martins sacó su cajetilla de cigarrillos. “¿Te apetece uno?”, ofreció.

Catarina dudó por un momento, recordando su conversación con Clara y sus reflexiones posteriores. “Gracias, pero creo que paso esta vez”, respondió con una sonrisa.

La Dra. Martins asintió, sin insistir. “Entiendo. ¿Puedo preguntar por qué? La última vez parecías disfrutarlo”.

Catarina aprovechó la oportunidad para compartir sus pensamientos. “Es cierto que lo disfruté, pero he estado reflexionando mucho sobre ello. Una amiga mía me expresó su preocupación y me hizo pensar en los riesgos y en por qué realmente fumo”.

La profesora escuchó con interés. “Es una reflexión muy madura, Catarina. El tabaco es un tema complejo, con muchas facetas a considerar”.

“Exacto”, continuó Catarina. “He decidido ser muy selectiva y consciente sobre cuándo y por qué fumo. No quiero que se convierta en un hábito automático o en algo que haga sin pensar”.

La Dra. Martins sonrió con aprobación. “Esa es una actitud muy reflexiva. Es importante ser consciente de nuestras decisiones y sus posibles consecuencias. Ya sea con el tabaco o con cualquier otro aspecto de la vida”.

La conversación derivó hacia temas académicos, pero Catarina se sintió reforzada en su decisión. El apoyo de su profesora a su enfoque reflexivo le dio confianza en que estaba manejando la situación de manera madura y responsable.

Esa noche, mientras cenaba con Daniel, Catarina le contó sobre su encuentro con la Dra. Martins y su decisión de no fumar en esa ocasión.

Daniel la miró con una mezcla de orgullo y cariño. “Me alegra ver cómo estás manejando esto, Catarina. Estás siendo muy consciente y responsable”.

Catarina sonrió, agradecida por el apoyo. “Gracias, Daniel. Creo que es importante ser honesta conmigo misma y con los demás sobre esto. No quiero que el tabaco se convierta en algo que defina quién soy o que controle mis decisiones”.

“Eso es lo que más admiro de ti”, respondió Daniel. “Tu capacidad para reflexionar y tomar decisiones conscientes, incluso en temas complicados como este”.

Mientras terminaban la cena, Catarina se sintió en paz con sus decisiones. Sabía que el tema del tabaco seguiría siendo complejo, pero se sentía equipada para manejarlo de manera responsable y reflexiva.

En los meses siguientes, Catarina mantuvo su enfoque consciente hacia el tabaco. Hubo ocasiones en las que decidió fumar, siempre de manera muy ocasional y en situaciones específicas. Pero también hubo muchas más ocasiones en las que decidió no hacerlo, sintiéndose igualmente cómoda con ambas decisiones.

Un día, mientras paseaba a Trufo por el parque, se encontró con Carmen, la señora mayor con la que había compartido un cigarrillo meses atrás. Carmen la saludó con alegría y le ofreció un cigarrillo, como había hecho en su encuentro anterior.

Catarina sonrió amablemente. “Gracias, Carmen, pero hoy no. ¿Te importa si te acompaño mientras tú fumas?”

Carmen asintió, encendiendo su cigarrillo. “Por supuesto que no me importa. Pero dime, ¿has dejado de fumar?”

“No exactamente”, respondió Catarina. “Simplemente estoy siendo más selectiva sobre cuándo fumo. He estado reflexionando mucho sobre ello”.

Carmen la mi


Durante una visita a la casa de Daniel, Catarina se encontró en una situación inesperada. El padre de Daniel, Salvador, sacó su colección de pipas después de la cena. Notando la curiosidad en los ojos de Catarina, le ofreció probar.

“¿Te gustaría experimentar con la pipa, Catarina?”, preguntó Salvador con una sonrisa amable.

Catarina, recordando sus experiencias previas con el tabaco, decidió aceptar la invitación. Salvador le explicó cómo cargar la pipa y encenderla correctamente. Catarina dio una calada suave, sintiendo el sabor rico y aromático del tabaco de pipa. La sensación era diferente a la de los cigarrillos, más densa y compleja.

“Es interesante”, comentó Catarina, sorprendida por la experiencia. “Tiene un sabor muy distinto al de los cigarrillos”.

Salvador asintió, compartiendo algunas anécdotas sobre su afición a la pipa. Mientras conversaban, Catarina reflexionó sobre cómo esta nueva experiencia se sumaba a su cambiante percepción del tabaco. Aunque seguía siendo consciente de los riesgos para la salud, encontró en este momento una conexión inesperada con el padre de Daniel.

Daniel observaba la escena con una mezcla de sorpresa y curiosidad, notando cómo Catarina parecía integrarse cada vez más en su familia.


Catarina se encontraba en la terraza de un café con su madre y Liana, una amiga elegante de esta última. Liana sacó una pitillera plateada y extrajo un cigarrillo con un gesto fluido y refinado. Lo encendió con un mechero de diseño, inhalando suavemente y exhalando el humo en delicados anillos. Su postura era relajada pero distinguida, sosteniendo el cigarrillo entre sus dedos largos con una gracia natural.

Catarina no pudo evitar sentir una punzada de envidia al observar cómo Liana fumaba con tanta satisfacción y estilo. Cuando Liana se dispuso a encender un segundo cigarrillo, Catarina no pudo contenerse más:

“Disculpa, Liana, ¿podrías darme uno?”, preguntó Catarina, sorprendiendo a su madre.

“¡Catarina! ¿Desde cuándo fumas?”, exclamó su madre, visiblemente contrariada.

Catarina, algo incómoda, explicó: “Mamá, solo fumo ocasionalmente. Es algo que he empezado a explorar recientemente”.

Liana, intentando suavizar la tensión, intervino: “Querida, entiendo tu preocupación. Pero Catarina ya es adulta y puede tomar sus propias decisiones. Además, si lo hace con moderación, no tiene por qué ser un problema”.

Las tres mujeres continuaron conversando mientras Liana e Catarina fumaban. Hablaron sobre las percepciones cambiantes del tabaco en la sociedad, los riesgos para la salud y las razones por las que algunas personas lo encuentran atractivo. Gradualmente, la conversación derivó hacia otros temas, como los viajes recientes de Liana y los estudios de Catarina, mientras el humo de los cigarrillos se desvanecía en el aire de la tarde.


Catarina se sorprendió al ver a su tía Mónica encender un cigarrillo durante una visita a su casa. Hacía un año que Mónica había dejado de fumar, y verla con un cigarrillo en la mano era inesperado.

“Tía, ¿has vuelto a fumar?”, preguntó Catarina con curiosidad.

Mónica sonrió con un dejo de culpabilidad. “Sí, cariño. Pero no te preocupes, ahora fumo mucho menos que antes. Solo unos pocos a la semana”.

Catarina asintió, comprendiendo la complejidad de la situación. “¿Y cómo te sientes al respecto?”

“Es complicado”, respondió Mónica. “Por un lado, me siento un poco culpable por haber vuelto. Pero por otro, disfruto esos pocos cigarrillos que me permito. Es como si ahora los apreciara más”.

Catarina se sentó junto a su tía, sintiendo una extraña complicidad. “Te entiendo. Yo también fumo ocasionalmente”.

Mónica la miró sorprendida. “¿En serio? No lo sabía”.

“Sí, empecé hace un tiempo. Solo de vez en cuando, en situaciones sociales o momentos especiales”.

Mónica sonrió y le ofreció un cigarrillo a Catarina. “¿Quieres compartir uno conmigo?”

Catarina dudó por un momento, pero luego aceptó. Ambas encendieron sus cigarrillos y fumaron en silencio por unos minutos, disfrutando de la compañía mutua y del momento compartido.

“Es curioso”, dijo Mónica después de un rato. “Nunca pensé que compartiría un cigarrillo contigo de esta manera”.

Catarina asintió. “Yo tampoco. Pero de alguna manera, se siente bien. Como si compartiéramos un secreto”.

Mientras fumaban, hablaron sobre sus experiencias con el tabaco, los motivos por los que fumaban y cómo manejaban la moderación. Fue una conversación abierta y honesta, sin juicios, que fortaleció el vínculo entre tía y sobrina.

Dos semanas después, Catarina recibió una llamada inesperada de Clara.

“Catarina, tengo algo que decirte”, comenzó Clara con voz nerviosa. “He estado pensando mucho en nuestra conversación sobre el tabaco y... bueno, creo que me gustaría probar un cigarrillo”.

Catarina se quedó sin palabras por un momento. “¿Estás segura, Clara? Pensé que estabas totalmente en contra”.

“Lo sé, lo sé”, respondió Clara. “Pero después de nuestra charla, me di cuenta de que quizás estaba juzgando sin saber realmente cómo es. Quiero experimentarlo por mí misma, aunque sea solo una vez”.

Catarina reflexionó por un momento. “Entiendo. Si estás segura, podríamos quedar con Lucía. Ella tiene más experiencia y podría guiarte mejor”.

Acordaron encontrarse en el parque al día siguiente. Cuando llegaron, Lucía ya las esperaba con una sonrisa curiosa.

“Así que quieres probar, ¿eh?”, le dijo a Clara con un tono amistoso.

Clara asintió, visiblemente nerviosa. “Sí, creo que es hora de que tenga mi propia experiencia”.

Lucía sacó su cajetilla y le ofreció un cigarrillo a Clara. Con manos temblorosas, Clara lo tomó y lo examinó detenidamente.

“Primero, tienes que encenderlo”, explicó Lucía, ofreciéndole un mechero. “Inhala suavemente mientras lo enciendes”.

Clara siguió las instrucciones, tosiendo un poco con la primera calada. “Es... diferente a lo que esperaba”, dijo entre toses.

“Toma pequeñas caladas al principio”, aconsejó Catarina. “No necesitas inhalar profundamente”.

Clara asintió y lo intentó de nuevo. Esta vez, logró inhalar sin toser. Su expresión cambió de sorpresa a curiosidad.

“Es extraño”, comentó. “Siento un ligero mareo, pero también una especie de calidez”.

Catarina y Lucía observaban atentamente las reacciones de Clara. Notaron cómo, con cada calada, parecía relajarse más y manejar el cigarrillo con mayor naturalidad.

“¿Qué te parece?”, preguntó Lucía después de un rato.

Clara exhaló lentamente. “Es... interesante. No es lo que esperaba en absoluto. Hay una sensación de relajación, pero también de alerta. Y el sabor es más complejo de lo que imaginaba”.

Catarina sonrió, recordando su propia primera experiencia. “Cada uno lo experimenta de manera diferente. ¿Cómo te sientes ahora que lo has probado?”

Clara reflexionó por un momento. “Me siento... satisfecha de haberlo intentado. Ahora entiendo mejor por qué algunas personas disfrutan fumando. Pero también soy consciente de los riesgos y no creo que vaya a convertirlo en un hábito”.

Lucía asintió con aprobación. “Esa es una actitud muy madura, Clara. Lo importante es tomar decisiones informadas”.

Mientras Clara terminaba su cigarrillo, Catarina y Lucía intercambiaron miradas. Ambas recordaban sus propias experiencias iniciales y cómo habían evolucionado sus perspectivas sobre el tabaco.

“Es fascinante ver cómo alguien experimenta esto por primera vez”, comentó Lucía en voz baja a Catarina. “Me hace reflexionar sobre mi propio viaje con el tabaco”.

Catarina asintió. “Sí, es como ver nuestro propio pasado reflejado. Pero también me hace apreciar cómo hemos madurado en nuestra relación con el fumar”.

Después de que Clara apagó su cigarrillo, las tres amigas se sentaron en un banco del parque para hablar sobre la experiencia.

“¿Y bien?”, preguntó Catarina. “¿Qué conclusiones sacas?”

Clara sonrió. “Bueno, definitivamente ha sido una experiencia reveladora. Entiendo mejor por qué la gente fuma, pero también por qué es tan difícil dejarlo. Siento que ahora puedo hablar del tema con más conocimiento de causa”.

Lucía asintió. “Es importante tener esa perspectiva. Muchas veces juzgamos sin entender realmente”.

“Exacto”, continuó Clara. “No creo que vaya a convertirme en fumadora, pero ahora puedo empatizar más con quienes lo son. Y también entiendo mejor tu posición, Catarina”.

Catarina sonrió, agradecida por la comprensión de su amiga. “Me alegra que hayas podido tener esta experiencia. Y estoy orgullosa de cómo lo has manejado”.

Las tres amigas continuaron charlando, compartiendo sus pensamientos y reflexiones sobre el tabaco, la adicción y las decisiones personales. Fue una conversación profunda y significativa que fortaleció su amistad y amplió sus perspectivas.

En los meses siguientes, Catarina continuó con su hábito de fumar esporádicamente. Mantuvo su promesa de ser consciente y cuidadosa, fumando solo en ocasiones especiales o momentos de reflexión.

Un día, mientras paseaba a Trufo por el parque, se encontró con Daniel. Decidió compartir con él las últimas novedades sobre su relación con el tabaco.

“Daniel, ¿recuerdas que te conté sobre mi tía Mónica y cómo había dejado de fumar?”, comenzó Catarina.

Daniel asintió. “Sí, me acuerdo. ¿Ha pasado algo?”

Catarina le contó sobre el encuentro con su tía y cómo habían compartido un cigarrillo. También le habló sobre la experiencia de Clara.

“Es interesante cómo las cosas han evolucionado”, comentó Daniel. “¿Y tú cómo te sientes con todo esto?”

Catarina reflexionó por un momento. “Me siento... en paz, supongo. Sigo fumando ocasionalmente, pero cada vez soy más consciente de por qué lo hago y cuándo lo hago. No es algo automático, sino una decisión consciente cada vez”.

Daniel la escuchó atentamente. “Me alegra que hayas encontrado un equilibrio. Siempre me ha impresionado tu capacidad para reflexionar sobre tus acciones”.

Catarina sonrió, agradecida por el apoyo de Daniel. “Gracias por entenderlo. Sé que no es un tema fácil para mucha gente”.

Mientras continuaban su paseo, Catarina pensó en cómo su relación con el tabaco había evolucionado a lo largo del tiempo. Desde su primera experiencia hasta ahora, había aprendido mucho sobre sí misma y sobre cómo manejar sus decisiones de manera responsable.

Recordó las palabras de su profesora, la Dra. Martins, sobre la importancia de ser consciente de nuestras decisiones y sus consecuencias. Catarina sentía que había crecido mucho en ese aspecto.

También pensó en Clara y en cómo su amiga había dado un paso valiente al querer entender algo que antes rechazaba completamente. Eso le hizo reflexionar sobre la importancia de mantener una mente abierta y estar dispuesta a cuestionar nuestras propias creencias.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, Catarina y Daniel se sentaron en un banco del parque. Trufo se acurrucó a sus pies, cansado después del paseo.

“¿Sabes?”, dijo Catarina después de un momento de silencio. “Toda esta experiencia con el tabaco me ha enseñado mucho más que solo sobre fumar. Me ha enseñado sobre la toma de decisiones, sobre la empatía, sobre cómo nuestras perspectivas pueden cambiar con el tiempo”.

Daniel asintió, tomando su mano. “Es fascinante cómo algo aparentemente simple puede llevarnos a reflexiones tan profundas”.

“Exacto”, continuó Catarina. “Y me ha hecho darme cuenta de que la vida está llena de estas pequeñas decisiones que nos van formando como personas. No se trata solo de fumar o no fumar, sino de cómo abordamos cada elección que hacemos”.

Mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados, Catarina se sintió agradecida por todo lo que había aprendido y experimentado. Sabía que su viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal estaba lejos de terminar, pero se sentía equipada para enfrentar lo que viniera, con una mente abierta y un corazón reflexivo.


*Aquí termina el relato, compuesto mediante el modelo de lenguaje Perplexity: https://www.perplexity.ai/search/seguir-el-relato-irene-esta-es-SjM1xGuPTwaOEpJClmIjfg?utm_source=copy_output *

He probado que tal funciona la web de un modelo de lenguaje, lo comúnmente llamado “inteligencia artificial” para escribir un relato de fumadoras.

El modelo de lenguaje se ha esforzado lo suyo en que los personajes se alejen del tabaco. La intención le honra pero no es lo más adecuado si se quiere orientar la narración a la capnolagnia, por lo que tratar de evitar esa deriva en las sucesivas instrucciones dadas al modelo de lenguaje.

Además parece que los modelos de lenguaje tienen tendencia a convertir cualquier narración en una historia de crecimiento personal, lo cual en un relato de este tipo resulta curioso.

Con muy escasas modificaciones, este es el resultado.


Mónica miró con una mezcla de anticipación y culpa a su sobrina Catarina, sentada frente a ella en la pequeña terraza de su apartamento. El sol de la tarde bañaba la ciudad de Lisboa, proyectando sombras alargadas entre los edificios. Una suave brisa marina traía consigo el aroma salado del Atlántico, mezclándose con el olor a café recién hecho que emanaba de las tazas sobre la mesa.

Catarina, con sus 17 años, mantenía una expresión seria, casi desafiante. Sus ojos color avellana, habitualmente cálidos y risueños, ahora mostraban una determinación fría. Su cabello castaño, recogido en una coleta alta, se agitaba ligeramente con el viento.

Mónica, de 35 años, se sentía incómoda. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien, pero una parte de ella, esa parte rebelde y despreocupada que a menudo entraba en conflicto con su papel de tía responsable, estaba curiosa por ver cómo se desarrollaría la situación.

“¿Estás segura de esto, Catarina?” preguntó Mónica, dando una última oportunidad a su sobrina para echarse atrás.

Catarina asintió con firmeza. “Un trato es un trato, tía. Cuatro cigarrillos, cuatro días diferentes, y me llevas al concierto. Empecemos de una vez.”

Mónica suspiró, sacando el paquete de cigarrillos de su bolso. Lo abrió con un movimiento practicado y extrajo dos cigarrillos. Le ofreció uno a Catarina, quien lo tomó con dedos temblorosos.

“Recuerda, no tienes que inhalar profundamente. Solo... deja que el humo entre en tu boca y luego exhala”, instruyó Mónica, encendiendo su propio cigarrillo.

Catarina observó a su tía, imitando sus movimientos. Colocó el filtro entre sus labios, inclinándose hacia el encendedor que Mónica le ofrecía. La llama parpadeó, iluminando brevemente el rostro de la joven. Catarina inhaló suavemente, y el extremo del cigarrillo se encendió con un resplandor naranja.

El primer contacto del humo con su boca fue desconcertante. Era cálido, áspero y tenía un sabor que Catarina no pudo describir inmediatamente. No era desagradable, pero tampoco agradable. Era... diferente. Extraño. Prohibido.

Siguiendo las instrucciones de su tía, Catarina no inhaló profundamente. Dejó que el humo flotara en su boca por un momento antes de exhalarlo. Para su sorpresa, logró hacerlo sin toser, aunque sintió un ligero cosquilleo en la garganta.

“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica, observando atentamente a su sobrina.

Catarina frunció el ceño, considerando la pregunta. “Es... raro. No sé si me gusta o no.”

Mónica asintió comprensivamente. “El primer cigarrillo suele ser así. Nadie disfruta realmente el primero.”

Catarina dio otra calada, esta vez un poco más larga. El humo llenó su boca, y esta vez, sin querer, inhaló un poco. Inmediatamente, sintió una sensación de ardor en su garganta y comenzó a toser.

Mónica rápidamente le acercó su taza de café. “Toma un sorbo, ayudará.”

Catarina bebió agradecida, sintiendo cómo el líquido calmaba la irritación en su garganta. Miró el cigarrillo en su mano con una mezcla de fascinación y repulsión. Una parte de ella quería apagarlo y olvidar todo el asunto, pero otra parte, una parte que no reconocía del todo, quería continuar, explorar esta nueva sensación.

“¿Quieres parar?” preguntó Mónica, notando la indecisión en el rostro de su sobrina.

Catarina negó con la cabeza. “No, estoy bien. Continuaré.”

Dio otra calada, esta vez más cuidadosa. El sabor era menos chocante ahora, y logró exhalar el humo sin toser. Observó cómo se disipaba en el aire, formando espirales y patrones efímeros antes de desaparecer.

A medida que continuaba fumando, Catarina comenzó a notar cambios sutiles en su cuerpo. Su cabeza se sentía ligeramente más ligera, y había una sensación de zumbido apenas perceptible en sus extremidades. No era desagradable, pero era definitivamente nuevo y un poco desconcertante.

“¿Sientes algo?” preguntó Mónica, notando el cambio en la expresión de Catarina.

“Creo que sí”, respondió Catarina lentamente. “Me siento un poco... diferente. Es difícil de describir.”

Mónica asintió. “Es normal. La nicotina está afectando tu sistema nervioso. ¿Te sientes mareada o con náuseas?”

Catarina negó con la cabeza. “No, solo... ligera. Y un poco nerviosa, creo.”

Continuaron fumando en silencio por unos minutos más. Catarina observaba fascinada cómo el cigarrillo se consumía lentamente, dejando tras de sí una columna de ceniza. Cuando llegó casi al filtro, Mónica le indicó cómo apagarlo en el cenicero.

“¿Y bien?” preguntó Mónica cuando ambas habían terminado. “¿Qué te ha parecido la experiencia?”

Catarina se tomó un momento para responder, analizando sus sensaciones. “Ha sido... interesante. No tan terrible como pensaba que sería, pero tampoco entiendo por qué la gente lo disfruta tanto.”

Mónica sonrió con una mezcla de alivio y preocupación. “Es complicado, ¿verdad? Muchos empezamos por curiosidad o presión social, y antes de darnos cuenta, se convierte en un hábito.”

Catarina asintió, pensativa. “Entiendo un poco mejor por qué es tan difícil dejarlo. La sensación es... seductora, de alguna manera.”

“Exactamente”, dijo Mónica. “Por eso es tan importante no empezar. Una vez que comienzas, es muy fácil caer en la adicción.”

Se hizo un silencio entre ellas, cada una sumida en sus propios pensamientos. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. La brisa se había vuelto más fresca, y Catarina se estremeció ligeramente.

“¿Tienes frío?” preguntó Mónica, notando el escalofrío de su sobrina.

Catarina asintió. “Un poco. Y me siento un poco rara. ¿Podemos entrar?”

“Claro”, respondió Mónica, levantándose y recogiendo las tazas de café. “Vamos a la cocina. Te prepararé algo de comer. A veces, fumar por primera vez puede bajar el azúcar en sangre.”

Entraron al apartamento, dejando atrás el olor a tabaco que aún flotaba en la terraza. En la cocina, Mónica comenzó a preparar unos sándwiches mientras Catarina se sentaba en un taburete, observándola.

“Tía”, comenzó Catarina después de un momento de silencio, “¿por qué me pediste que hiciera esto? Sabes que estoy en contra del tabaco.”

Mónica dejó de untar mantequilla en el pan y miró a su sobrina. Sus ojos reflejaban una mezcla de culpa y algo más... ¿preocupación? ¿miedo?

“Honestamente, Catarina, ni yo misma lo sé con certeza”, admitió Mónica. “Parte de mí quería que entendieras por qué es tan difícil dejarlo. Otra parte... supongo que una parte egoísta de mí quería compartir esto contigo, por extraño que suene.”

Catarina frunció el ceño. “Pero sabes que es malo para la salud. Tú misma has intentado dejarlo varias veces.”

Mónica asintió, volviendo a su tarea de preparar los sándwiches. “Lo sé, y tienes razón. No debería haberte pedido que lo hicieras. Me dejé llevar por un impulso estúpido y egoísta.”

“Pero acepté”, dijo Catarina en voz baja. “Podría haberme negado.”

“Sí, pero yo soy la adulta aquí. Debería haber sido más responsable.” Mónica terminó los sándwiches y le pasó uno a Catarina. “Come. Te ayudará con la sensación de mareo.”

Catarina mordió su sándwich, masticando lentamente. El sabor del jamón y el queso parecía más intenso de lo habitual, y se dio cuenta de que tenía más hambre de la que creía.

“¿Siempre da tanta hambre?” preguntó entre bocados.

Mónica sonrió. “A veces. Afecta a cada persona de manera diferente.”

Comieron en silencio por un rato, cada una perdida en sus pensamientos. Cuando terminaron, Mónica recogió los platos y comenzó a lavarlos.

“¿Quieres que cancelemos el trato?” preguntó de repente, sin volverse.

Catarina la miró sorprendida. “¿Qué?”

“El trato”, repitió Mónica, girándose para mirar a su sobrina. “Los cuatro cigarrillos por el concierto. Podemos cancelarlo. Te llevaré al concierto de todos modos.”

Catarina consideró la oferta por un momento. Una parte de ella quería aceptar, olvidar toda esta locura y volver a su relación normal con su tía. Pero otra parte, esa parte que había encontrado la experiencia “interesante”, vacilaba.

“No”, dijo finalmente Catarina. “Un trato es un trato. Además... creo que entiendo un poco mejor por qué la gente fuma ahora. No me gusta, pero lo entiendo.”

Mónica la miró con una mezcla de orgullo y preocupación. “Eres muy madura, Catarina. Pero prométeme algo.”

“¿Qué?”

“Que esto no te hará empezar a fumar regularmente. Que entiendes que es peligroso y adictivo.”

Catarina asintió solemnemente. “Lo prometo, tía. No tengo intención de convertirme en fumadora.”

Mónica sonrió, aliviada. “Bien. Y yo prometo que después de esto, voy a hacer un esfuerzo real por dejarlo. Tienes razón en que es malo para la salud.”

Se miraron por un momento, llegando a un entendimiento silencioso. Luego, Catarina bostezó, la fatiga de la nueva experiencia finalmente alcanzándola.

“Creo que debería irme a casa”, dijo, levantándose del taburete.

Mónica asintió. “Te acompaño a la puerta.”

Mientras Catarina se ponía su chaqueta y recogía su mochila, Mónica la observaba, notando los pequeños cambios en su sobrina. Parecía más mayor de alguna manera, como si la experiencia la hubiera hecho madurar de repente.

“Nos vemos mañana en la cena familiar, ¿verdad?” preguntó Mónica mientras abría la puerta.

Catarina asintió. “Sí, allí estaré.”

Se abrazaron brevemente, y luego Catarina salió al pasillo.

“Catarina”, llamó Mónica justo antes de que su sobrina llegara al ascensor. “Gracias por confiar en mí, incluso cuando hago tonterías.”

Catarina sonrió. “Para eso está la familia, ¿no? Para aguantar nuestras locuras.”

Con un último intercambio de sonrisas, Catarina entró en el ascensor y Mónica cerró la puerta de su apartamento. Se apoyó contra ella, exhalando un largo suspiro. Había sido una tarde intensa, llena de emociones contradictorias. Parte de ella se sentía culpable por haber introducido a su sobrina al tabaco, pero otra parte estaba agradecida por la conexión más profunda que parecían haber forjado.

Mónica se dirigió a la cocina y miró el paquete de cigarrillos que había dejado sobre la encimera. Lo tomó, considerándolo por un momento, y luego lo guardó en un cajón. “Mañana”, se prometió a sí misma. “Mañana empezaré a dejarlo.”

Con esa promesa en mente, Mónica se preparó para la noche, consciente de que los próximos días traerían más conversaciones difíciles y momentos de conexión con su sobrina. Solo esperaba que, al final, todo esto los acercara en lugar de separarlos.


Los días siguientes pasaron en un torbellino de actividad para Mónica e Catarina. La cena familiar del día después de su primera experiencia con el cigarrillo fue tensa al principio, con miradas cómplices intercambiadas entre tía y sobrina, pero pronto la normalidad de la reunión familiar se impuso.

El segundo cigarrillo llegó una semana después. Esta vez, se reunieron en un parque cercano al apartamento de Mónica. Era un día soleado de primavera, con el aroma de las flores recién abiertas flotando en el aire.

Catarina llegó con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. La experiencia anterior había sido desconcertante, pero no del todo desagradable, y una parte de ella estaba ansiosa por explorar más esas sensaciones.

“¿Lista?” preguntó Mónica cuando Catarina se sentó junto a ella en un banco alejado.

Catarina asintió, observando cómo su tía sacaba el paquete de cigarrillos. Esta vez, Mónica le ofreció el encendedor, permitiendo que Catarina encendiera su propio cigarrillo.

La primera calada fue más fácil esta vez. Catarina sabía qué esperar, y logró inhalar sin toser. El sabor seguía siendo extraño, pero no tan chocante como la primera vez.

“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica después de un momento.

Catarina exhaló lentamente, observando el humo dispersarse en el aire. “Es diferente esta vez. No tan... intenso, supongo.”

Mónica asintió. “Sí, el cuerpo se adapta rápidamente. Es parte de lo que hace que sea tan adictivo.”

Fumaron en silencio por un rato, cada una perdida en sus pensamientos. Catarina notó que la sensación de mareo era menos pronunciada esta vez, pero aún sentía ese ligero zumbido en su cuerpo.

“Tía”, dijo Catarina de repente, “¿cómo empezaste a


Dos semanas después del segundo cigarrillo, Mónica e Catarina se encontraron en el centro de Lisboa para el tercer cigarrillo del acuerdo. Era un sábado por la tarde, y las calles estaban llenas de gente disfrutando del buen tiempo primaveral.

Mónica había sugerido encontrarse en la Plaza del Comercio, un amplio espacio abierto junto al río Tajo. Cuando Catarina llegó, encontró a su tía sentada en uno de los bancos que bordeaban la plaza, observando a los turistas y locales que paseaban por el lugar.

“Hola, tía”, saludó Catarina, sentándose junto a Mónica.

Mónica sonrió, pero Catarina notó que parecía un poco nerviosa. “Hola, cariño. ¿Cómo estás?”

“Bien”, respondió Catarina, mirando alrededor. “¿Estás segura de que quieres que lo hagamos aquí? Hay mucha gente.”

Mónica asintió. “Sí, creo que es importante que entiendas cómo se siente fumar en un lugar público. Muchas veces, la presión social juega un papel importante en el hábito de fumar.”

Catarina frunció el ceño, pero no discutió. Observó cómo su tía sacaba el paquete de cigarrillos de su bolso y extraía dos. Le ofreció uno a Catarina, quien lo tomó con dedos ligeramente temblorosos.

“Recuerda”, dijo Mónica en voz baja, “no tienes que hacerlo si no quieres.”

Catarina negó con la cabeza. “No, está bien. Un trato es un trato.”

Mónica encendió su cigarrillo y luego le ofreció el encendedor a Catarina. La joven lo tomó, consciente de las miradas curiosas de algunos transeúntes. Con un movimiento que ya no era tan torpe como la primera vez, Catarina encendió su cigarrillo y dio la primera calada.

El sabor ya le era familiar, pero la sensación de fumar en público era completamente nueva. Catarina se sentía expuesta, como si todos los ojos de la plaza estuvieran fijos en ella. Notó las miradas de desaprobación de algunas personas mayores que pasaban, y la curiosidad en los ojos de algunos adolescentes.

“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica, notando la tensión en los hombros de su sobrina.

Catarina exhaló lentamente, observando cómo el humo se mezclaba con el aire de la plaza. “Es... extraño. Me siento observada.”

Mónica asintió. “Sí, eso es parte de la experiencia de fumar en público. A veces te hace sentir cool, otras veces te hace sentir juzgada. Es complicado.”

Continuaron fumando en silencio por un momento. Catarina notó que, a pesar de la incomodidad inicial, una parte de ella disfrutaba de la sensación de rebeldía que le proporcionaba el acto de fumar en público. Era como si estuviera desafiando las normas sociales, haciendo algo que se suponía que no debía hacer.

“¿Ves a esos chicos de allí?” dijo Mónica, señalando discretamente a un grupo de adolescentes que estaban cerca de la fuente central de la plaza. “Fíjate en cómo nos miran.”

Catarina observó al grupo. Efectivamente, algunos de los chicos las miraban con curiosidad, cuchicheando entre ellos.

“Probablemente están sorprendidos de ver a alguien de tu edad fumando”, continuó Mónica. “Puede que algunos de ellos estén tentados a probar después de verte.”

Catarina sintió una punzada de culpa. “No quiero ser un mal ejemplo”, murmuró.

Mónica le dio una palmadita en la rodilla. “Lo sé, cariño. Pero es importante que entiendas el impacto que fumar puede tener, no solo en ti, sino en los que te rodean.”

Siguieron fumando, y poco a poco, Catarina comenzó a relajarse. La sensación de la nicotina en su sistema se estaba volviendo familiar, y se encontró disfrutando del zumbido ligero que le producía.

“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿crees que alguna vez dejarás de fumar del todo?”

Mónica suspiró, mirando su cigarrillo casi consumido. “Quiero hacerlo, Catarina. De verdad que sí. Es solo que... es más difícil de lo que parece.”

“Pero lo has intentado antes, ¿verdad?”

“Sí, varias veces. La última vez logré estar seis meses sin fumar. Pero luego... bueno, la vida se complicó y volví a caer en el hábito.”

Catarina asintió, pensativa. “Entiendo. Pero no te rindes, ¿verdad?”

Mónica sonrió, conmovida por la preocupación de su sobrina. “No, no me rindo. De hecho, he estado pensando en intentarlo de nuevo pronto.”

“Me alegro”, dijo Catarina, apagando su cigarrillo en el cenicero público que había junto al banco. “Sabes que te apoyaré, ¿verdad?”

“Lo sé, cariño. Gracias.”

Se quedaron sentadas un rato más, observando la actividad de la plaza. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que se reflejaban en las aguas del Tajo.

“¿Quieres ir a tomar algo?” preguntó Mónica finalmente. “Conozco un café cerca de aquí que hace unos pasteles de nata increíbles.”

Catarina sonrió. “Claro, me encantaría.”

Se levantaron y comenzaron a caminar, mezclándose con la multitud de la plaza. Mientras caminaban, Catarina notó que el sabor del cigarrillo aún persistía en su boca, y se encontró deseando algo dulce para contrarrestarlo.

El café que Mónica había mencionado estaba a solo unas calles de distancia. Era un lugar pequeño y acogedor, con mesas de madera y sillas de mimbre en la terraza. Se sentaron afuera, disfrutando de los últimos rayos de sol del día.

“Dos cafés y dos pasteles de nata, por favor”, pidió Mónica cuando se acercó el camarero.

Mientras esperaban su pedido, Catarina se encontró reflexionando sobre la experiencia de fumar en público.

“Sabes”, dijo, “entiendo un poco mejor por qué la gente fuma en grupos ahora. Es como... una actividad social.”

Mónica asintió. “Sí, esa es una de las razones por las que es tan difícil dejarlo. No es solo la adicción física, sino también el aspecto social.”

“Pero también vi cómo algunas personas nos miraban mal”, añadió Catarina.

“Exacto. Es una espada de doble filo. Por un lado, te puede hacer sentir parte de un grupo, pero por otro, te expone a la desaprobación social.”

El camarero llegó con sus cafés y pasteles. Catarina tomó un bocado de su pastel de nata y cerró los ojos de placer. El sabor dulce y cremoso era el contrapunto perfecto al sabor amargo que el cigarrillo había dejado en su boca.

“Esto está delicioso”, murmuró.

Mónica sonrió. “Te lo dije. Es uno de mis lugares favoritos en la ciudad.”

Comieron en silencio por un momento, disfrutando de la comida y la atmósfera relajada del café.

“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿puedo preguntarte algo?”

“Claro, cariño. Lo que sea.”

“¿Por qué accediste a llevarme al concierto a cambio de que fumara? Quiero decir, sé que me lo explicaste antes, pero sigo sin entenderlo del todo.”

Mónica dejó su taza de café y miró a su sobrina con seriedad. “Honestamente, Catarina, fue un error de juicio por mi parte. Supongo que una parte de mí quería que entendieras por qué fumo, por qué es tan difícil dejarlo. Pero otra parte... creo que estaba buscando una conexión contigo.”

“¿Una conexión?”

“Sí. Verás, cuando yo tenía tu edad, mi relación con mis padres y otros adultos de la familia era bastante tensa. Fumar era una forma de rebelarme, de sentirme adulta. Y aunque sé que no es saludable, una parte de mí asocia fumar con esa sensación de independencia y madurez.”

Catarina asintió lentamente, procesando las palabras de su tía. “Entiendo. Pero sabes que no necesitamos fumar para conectar, ¿verdad?”

Mónica sonrió, con los ojos brillantes de emoción. “Lo sé, cariño. Y me alegro de que nuestra relación sea lo suficientemente fuerte como para que puedas decirme estas cosas.”

Se quedaron en silencio por un momento, cada una sumida en sus propios pensamientos.

“¿Sabes qué?” dijo Mónica de repente. “Creo que voy a intentar dejarlo de nuevo. Después de tu último cigarrillo, por supuesto.”

Catarina la miró sorprendida. “¿En serio?”

“Sí. Esta experiencia... me ha hecho darme cuenta de lo tonto que es seguir fumando. Y no quiero ser un mal ejemplo para ti o para tus primos.”

Catarina sonrió ampliamente. “Eso es genial, tía. Estoy orgullosa de ti.”

“Gracias, cariño. Voy a necesitar todo el apoyo que pueda conseguir.”

“Lo tendrás”, prometió Catarina. “Estaré contigo en cada paso del camino.”

Terminaron sus pasteles y cafés, charlando sobre el próximo concierto y los planes para el verano. Cuando se levantaron para irse, el cielo ya estaba oscuro, las estrellas comenzando a asomarse sobre la ciudad.

“Te acompaño a casa”, dijo Mónica mientras caminaban por las calles iluminadas de Lisboa.

“Gracias, tía”, respondió Catarina. “Y gracias por... bueno, por todo. Por confiar en mí lo suficiente como para compartir esto conmigo.”

Mónica pasó un brazo por los hombros de su sobrina. “Gracias a ti por ser tan madura y comprensiva. Eres una chica increíble, Catarina.”

Caminaron juntas hacia la casa de Catarina, su relación más fuerte que nunca, a pesar de (o quizás debido a) la extraña experiencia que habían compartido.


Las semanas siguientes pasaron rápidamente. Catarina estaba ocupada con los exámenes finales del curso, y Mónica se encontraba inmersa en un gran proyecto en el trabajo. Sin embargo, ambas eran conscientes de que quedaba un cigarrillo más en su acuerdo.

Finalmente, un mes después del tercer cigarrillo, llegó el día del concierto. Mónica recogió a Catarina temprano en la mañana para el viaje de 150 kilómetros hasta la ciudad donde se celebraba el evento.

“¿Estás emocionada?” preguntó Mónica mientras salían de Lisboa.

Catarina asintió entusiasmada. “¡Muchísimo! No puedo creer que vaya a ver a mi banda favorita en vivo.”

“Me alegro”, sonrió Mónica. “Te lo mereces, has trabajado muy duro este año.”

El viaje transcurrió entre conversaciones animadas y canciones a todo volumen. A medida que se acercaban a su destino, Catarina notó que Mónica parecía un poco nerviosa.

“¿Estás bien, tía?” preguntó.

Mónica asintió, pero sus manos apretaban el volante con más fuerza de la necesaria. “Sí, es solo que... bueno, sabes que queda un cigarrillo más en nuestro acuerdo, ¿verdad?”

Catarina se tensó ligeramente. Con toda la emoción del concierto, casi había olvidado ese detalle. “Oh, sí. Es cierto.”

“Estaba pensando”, continuó Mónica, “que podríamos hacerlo antes del concierto. Si quieres, claro. O podemos olvidarnos de todo el asunto.”

Catarina consideró la propuesta por un momento. Una parte de ella quería decir que no, que ya habían cumplido suficiente con el trato. Pero otra parte, esa parte curiosa y rebelde que había descubierto durante esta experiencia, quería completar el acuerdo.

“Está bien”, dijo finalmente. “Hagámoslo antes del concierto.”

Mónica asintió, una mezcla de alivio y preocupación en su rostro. “De acuerdo. Conozco un parque cerca del lugar del concierto. Podemos parar allí.”

Llegaron a la ciudad una hora antes del inicio del concierto. Tal como había dicho Mónica, había un pequeño parque a unas calles del estadio donde se celebraba el evento. Aparcaron el coche y caminaron hasta un banco alejado, bajo la sombra de un gran roble.

Mónica sacó el paquete de cigarrillos de su bolso. Solo quedaban dos.

“¿Estás segura de esto?” preguntó, ofreciéndole uno a Catarina.

Catarina tomó el cigarrillo, girándolo entre sus dedos. “Sí, estoy segura. Un trato es un trato, ¿no?”

Mónica sonrió débilmente y encendió su cigarrillo antes de pasarle el encendedor a Catarina. La joven encendió el suyo con una confianza que no tenía en su primer intento, hace ya casi dos meses.

Fumaron en silencio por un momento, cada una perdida en sus pensamientos. Catarina notó que el sabor ya no le resultaba desagradable. De hecho, una parte de ella lo encontraba casi... agradable. Este pensamiento la asustó un poco.

“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿crees que me volveré adicta después de esto?”

Mónica la miró seriamente. “Es poco probable con solo cuatro cigarrillos, Catarina. Pero la adicción puede comenzar de formas sutiles. Por eso es tan importante no empezar.”

Catarina asintió, dando otra calada. “Entiendo. Es solo que... bueno, ya no me resulta tan desagradable como al principio.”

“Lo sé”, dijo Mónica con un suspiro. “Así es como empieza. Primero lo toleras, luego lo aceptas, y antes de que te des cuenta, lo necesitas.”

Se quedaron en silencio de nuevo, el humo de sus cigarrillos elevándose perezosamente.


Mientras Mónica e Catarina se dirigían al lugar del concierto, Catarina, con la curiosidad que siempre la había caracterizado, rompió el silencio del coche con una pregunta que llevaba días rondándole la cabeza.

“Tía, ¿cómo empezaste a fumar?”, preguntó, girándose hacia Mónica desde el asiento del copiloto.

Mónica suspiró profundamente. Sabía que esta pregunta llegaría tarde o temprano, y aunque no estaba orgullosa de su respuesta, decidió ser honesta. “Bueno, fue hace muchos años, cuando tenía más o menos tu edad. Creo que tenía 17 o 18 años.”

“¿Y por qué lo hiciste?” insistió Catarina, genuinamente interesada.

“Fue una combinación de cosas”, comenzó Mónica, mientras mantenía los ojos en la carretera. “Por un lado, estaba en un grupo de amigos donde todos fumaban. En esa época parecía algo normal, incluso 'cool'. Quería encajar, sentirme parte del grupo. Además, estaba pasando por una etapa rebelde. Mis padres eran muy estrictos y fumar era mi forma de desafiar sus reglas.”

Catarina asintió lentamente. “¿Y te gustó desde el principio?”

Mónica rió suavemente. “Para nada. El primer cigarrillo fue horrible. Tosí como si me estuviera ahogando y el sabor era asqueroso. Pero seguí intentándolo porque no quería parecer débil delante de mis amigos. Con el tiempo, me acostumbré al sabor y a la sensación.”

“¿Y cuándo te diste cuenta de que te habías enganchado?” preguntó Catarina.

“Creo que fue cuando me di cuenta de que ya no podía pasar un día sin fumar”, respondió Mónica con sinceridad. “Al principio era algo ocasional, solo cuando estaba con mis amigos. Pero luego empecé a hacerlo sola, y antes de darme cuenta, se convirtió en un hábito diario.”

Catarina se quedó pensativa por un momento antes de hablar nuevamente. “¿Y por qué querías que yo fumara contigo? ¿Solo para entenderlo?”

Mónica miró brevemente a su sobrina antes de volver a concentrarse en la carretera. “Fue más complicado que eso”, admitió. “Sabía que estabas molesta conmigo por mi hábito y temía que eso afectara nuestra relación. Quería que entendieras lo difícil que es dejarlo y lo fácil que es caer en él. También... no sé cómo explicarlo bien, pero verte crecer y convertirte en una mujercita me hizo ilusión compartir algo contigo, aunque fuera algo tan tonto como esto.”

Catarina no respondió inmediatamente. Miró por la ventana mientras procesaba las palabras de su tía. Finalmente dijo: “Bueno, creo que ahora entiendo un poco mejor por qué fumas. Pero también espero que algún día puedas dejarlo.”

Mónica sonrió con tristeza. “Yo también lo espero, cariño.”

Cuando llegaron al lugar del concierto, el ambiente estaba lleno de energía juvenil. Grupos de adolescentes y jóvenes adultos se reunían alrededor del estadio, algunos cantando canciones del grupo mientras esperaban para entrar.

“¡Ahí están mis amigas!” exclamó Catarina emocionada al ver a un grupo de chicas cerca de la entrada.

“Ve con ellas”, dijo Mónica con una sonrisa. “Te recogeré aquí cuando termine el concierto.”

Catarina abrazó rápidamente a su tía antes de correr hacia sus amigas. Mónica se quedó observándola por un momento, sintiendo una mezcla de orgullo y nostalgia al ver a Catarina tan feliz y llena de vida.

Durante el concierto, Catarina lo pasó en grande con sus amigas. Cantaron a pleno pulmón todas las canciones del grupo y saltaron al ritmo de la música bajo las luces brillantes del escenario. Por unas horas, Catarina se olvidó por completo del trato con su tía y simplemente disfrutó del momento.

Cuando el concierto terminó y las multitudes comenzaron a dispersarse, Catarina encontró a Mónica esperándola cerca del coche.

“¿Qué tal estuvo?” preguntó Mónica mientras arrancaba el motor.

“¡Fue increíble!” respondió Catarina con entusiasmo. “Gracias por traerme, tía.”

De camino a casa, ambas permanecieron en silencio durante un rato, cada una sumida en sus pensamientos. Finalmente, Catarina habló.

“Tía... gracias por ser honesta conmigo sobre todo esto del tabaco”, dijo en voz baja.

Mónica sonrió suavemente. “Gracias a ti por escucharme y no juzgarme.”

Esa noche marcó un nuevo capítulo en su relación: una conexión más profunda basada en la honestidad y la comprensión mutua. Aunque el trato había sido inusual e imperfecto, había logrado acercarlas más que nunca antes.


Al día siguiente del concierto, Catarina regresó al instituto con una mezcla de emociones. A pesar de haber disfrutado mucho la experiencia, las reflexiones sobre el trato con su tía seguían rondando su mente. Al sonar el timbre que marcaba el final de las clases, Catarina recogió sus cosas y salió del edificio acompañada de su amiga Clara.

“¿Qué tal el concierto?” preguntó Clara mientras caminaban juntas hacia la salida.

“Fue increíble”, respondió Catarina con una sonrisa. “Lo pasé genial con mis amigas.”

Sin embargo, antes de que pudiera continuar, ambas se detuvieron al notar un grupo de chicos fumando cerca de la puerta del instituto. Eran estudiantes mayores que ellas, conocidos por su actitud despreocupada y rebelde. Uno de ellos sostenía un cigarrillo con aire despreocupado mientras hablaba animadamente con los demás.

Clara frunció el ceño. “¿Otra vez estos? Siempre están aquí fumando como si fuera lo más cool del mundo.”

Catarina los observó en silencio. Durante mucho tiempo, había sentido una mezcla de rechazo y curiosidad hacia esas escenas. Pero ahora, después de su experiencia reciente con Mónica, algo dentro de ella había cambiado. No podía evitar reflexionar sobre lo que había aprendido.

“¿Sabes?”, dijo finalmente, “antes pensaba que fumar era solo una tontería para parecer mayor o rebelde. Pero ahora entiendo que hay más detrás de eso. A veces, es una forma de encajar o lidiar con cosas que no saben cómo manejar.”

Clara la miró sorprendida. “¿Y eso a qué viene? ¿No me digas que ahora te parecen interesantes esos chicos.”

Catarina negó rápidamente con la cabeza. “No es eso. Solo... creo que entiendo mejor por qué lo hacen. Pero eso no significa que esté bien.”

Mientras se alejaban del instituto, pasaron por un parque cercano donde un grupo de compañeros del instituto estaba reunido en círculo. Entre ellos destacaba Marcos, un chico conocido por su actitud desafiante y su reputación de “malote”. Catarina nunca había tenido una buena opinión de él; siempre le había parecido arrogante y poco respetuoso.

Cuando las vio acercarse, Marcos sonrió con suficiencia y levantó un paquete de cigarrillos.

“Eh, Catarina, Clara”, las llamó. “¿Quieren uno? Es gratis.”

Clara puso los ojos en blanco y murmuró: “Qué pesado”. Pero antes de que pudiera responderle, Catarina habló.

“No, gracias”, dijo con firmeza pero sin hostilidad.

Marcos arqueó una ceja, claramente sorprendido por la seguridad en su respuesta. “¿Estás segura? No pasa nada por probar.”

“Ya lo he probado”, respondió Catarina sin vacilar. “Y no me interesa.”

Marcos pareció desconcertado por un momento antes de encogerse de hombros y volver a centrarse en sus amigos.

Clara miró a Catarina con curiosidad mientras continuaban caminando. “¿Lo has probado? ¿Cuándo?”

Catarina dudó un momento antes de responder. “Fue con mi tía Mónica. Es una historia larga... pero básicamente fue parte de un trato para ir al concierto.”

Clara la miró boquiabierta. “¿Tu tía te hizo fumar? ¿En serio?”

“No fue exactamente así”, explicó Catarina rápidamente. “Fue más complicado... pero aprendí mucho sobre por qué la gente fuma y lo difícil que es dejarlo.”

Clara asintió lentamente, aunque parecía seguir procesando la información.

Más adelante en su camino a casa, pasaron frente a una peluquería pequeña y algo anticuada. En la puerta estaba sentada una señora mayor, visiblemente frágil y encorvada, fumando un cigarrillo mientras esperaba a que se le secara el tinte en el cabello.

La imagen impactó a Catarina más de lo que esperaba. Había algo profundamente triste en ver a alguien tan mayor aferrándose a un hábito tan dañino. El cigarrillo temblaba ligeramente entre sus dedos arrugados mientras exhalaba el humo con dificultad.

“Es increíble cómo algunas personas nunca dejan de fumar”, comentó Clara en voz baja.

Catarina asintió, sintiendo una punzada en el pecho al pensar en Mónica. Aunque adoraba a su tía, no podía evitar imaginarla en una situación similar si no lograba dejar el tabaco algún día.

“Sí”, dijo finalmente. “Es triste pensar cuánto daño puede hacer algo así y cómo puede acompañarte toda la vida si no logras dejarlo.”

El resto del camino transcurrió en silencio mientras ambas reflexionaban sobre lo que habían visto. Para Catarina, cada encuentro relacionado con el tabaco parecía reforzar sus sentimientos encontrados: entendía mejor las razones detrás del hábito, pero también veía con más claridad las consecuencias devastadoras que podía tener.

Cuando llegó a casa esa tarde, Catarina decidió escribir en su diario sobre todo lo que había vivido desde que comenzó el trato con Mónica: sus primeras experiencias fumando, las conversaciones honestas con su tía y las reflexiones que había tenido desde entonces.

Al cerrar el cuaderno después de escribir la última línea, supo algo con certeza: nunca quería convertirse en alguien dependiente del tabaco. Y aunque entendía mejor a quienes fumaban, también estaba decidida a ser un ejemplo para otros jóvenes como ella.

Esa noche envió un mensaje a Mónica: “Gracias por todo lo que me enseñaste estas semanas. Sé que fue raro al principio, pero creo que aprendí mucho sobre ti... y sobre mí misma.”

La respuesta llegó casi al instante: “Gracias a ti por escucharme y entenderme mejor. Eres increíblemente madura para tu edad, Catarina.”

Con una sonrisa tranquila en los labios, Catarina apagó su teléfono y se preparó para dormir, sabiendo que estaba creciendo no solo como persona sino también fortaleciendo aún más su relación con Mónica.


Esa tarde, Catarina estaba sentada en el salón de su casa, hojeando un libro mientras sus padres conversaban con un amigo de la familia que había venido de visita. Era un hombre de unos cincuenta años, con cabello entrecano y una voz grave que llenaba la habitación. Catarina no estaba prestando demasiada atención a la charla hasta que escuchó algo que captó su interés.

“¿Sabes que el hijo de Pedro ha empezado a fumar?” comentó el hombre, cruzando las piernas mientras tomaba un sorbo de café. “Tiene solo 16 años, y ya anda con un cigarrillo en la mano como si fuera lo más natural del mundo.”

La madre de Catarina suspiró, visiblemente preocupada. “Es una pena que los jóvenes sigan cayendo en eso. Con toda la información que hay hoy en día sobre lo dañino que es, uno pensaría que lo evitarían.”

“Sí”, añadió su padre. “Pero supongo que a esa edad se dejan llevar por la presión social o por querer parecer mayores.”

El amigo asintió. “Exacto. Y lo peor es que cuanto antes empiezan, más difícil les resulta dejarlo después. Es como si no entendieran las consecuencias a largo plazo.”

Catarina, que hasta entonces había permanecido callada, decidió intervenir. Cerró su libro y miró al grupo con seriedad. “Es verdad que muchos adolescentes no piensan en las consecuencias, pero también creo que hay más razones detrás de por qué empiezan a fumar.”

El hombre levantó una ceja, intrigado. “¿Ah sí? ¿Qué razones crees tú?”

“Bueno”, comenzó Catarina, eligiendo cuidadosamente sus palabras, “algunos lo hacen porque quieren encajar en un grupo o porque ven a los adultos fumando y creen que es normal. Otros lo hacen por curiosidad o porque piensan que les ayudará a lidiar con el estrés.”

“Eso puede ser cierto”, admitió el hombre. “Pero sigue siendo una decisión equivocada.”

Catarina asintió. “Lo sé. Pero creo que en lugar de solo decirles que está mal, deberíamos tratar de entender por qué lo hacen y ayudarles a encontrar otras formas de manejar esas emociones o situaciones.”

Su madre la miró con sorpresa y algo de orgullo. “Tienes razón, Catarina. Es importante hablar con ellos desde la empatía.”

“Exacto”, continuó Catarina. “Y también creo que los adultos tienen una responsabilidad enorme. Si ven a sus padres o familiares fumando, es más probable que ellos también lo hagan algún día.”

El amigo asintió lentamente. “Es un buen punto. A veces no nos damos cuenta del impacto que tenemos como ejemplo para los jóvenes.”

La conversación continuó por un rato más, pero Catarina se sintió satisfecha por haber compartido su perspectiva. Sabía que sus propias experiencias recientes con el tabaco le habían dado una visión más profunda del tema, y esperaba que sus palabras ayudaran a los adultos de su vida a reflexionar.

Cuando finalmente el amigo se despidió y se fue, la madre de Catarina se acercó a ella con una sonrisa.

“Has hablado muy bien hoy”, le dijo mientras le daba un abrazo. “Estoy orgullosa de cómo has madurado.”

Catarina sonrió tímidamente. “Gracias, mamá. Solo espero que podamos hacer algo para evitar que más jóvenes caigan en ese hábito.”

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Catarina reflexionó sobre cómo había cambiado su perspectiva sobre el tabaco en las últimas semanas. Aunque seguía siendo firme en su decisión de no fumar nunca más, también entendía mejor las razones detrás del hábito y la importancia de abordar el tema desde la comprensión en lugar del juicio.

Se prometió a sí misma seguir siendo un ejemplo positivo para sus amigos y familiares, y tal vez incluso influir en ellos para adoptar hábitos más saludables en el futuro.


Catarina fue a comer a casa de una amiga. Durante la sobremesa, la madre de su amiga sacó un paquete de cigarrillos y lo encendió con naturalidad. Catarina observó el movimiento, recordando sus recientes experiencias con su tía Mónica.

“Me encanta fumar”, comentó la mujer, dando una calada y exhalando el humo lejos de la mesa. “Es mi pequeño momento de placer del día.”

Catarina sintió una mezcla de incomodidad y comprensión. Después de su experiencia con Mónica, entendía que fumar no era simplemente un acto de rebeldía, sino algo más complejo. Sin embargo, también recordaba todo lo que había aprendido sobre los riesgos del tabaco.

La mujer notó la mirada de Catarina. “¿Pasa algo?”

“No, nada”, respondió Catarina educadamente, aunque su expresión reflejaba una ligera preocupación.

Mientras la madre de su amiga continuaba fumando, Catarina no pudo evitar pensar en su tía y en su promesa de intentar dejar el tabaco. La escena le recordó la importancia de mantener una actitud comprensiva pero firme sobre los riesgos del tabaquismo.


Catarina entró al apartamento de Mónica con su mochila colgada al hombro y la intención de estudiar antes de ir a su clase de baile. El lugar estaba silencioso; su tía no estaba en casa, lo cual no era raro, ya que Mónica solía salir por las tardes para hacer recados o trabajar en algún proyecto. Catarina dejó sus cosas en la mesa del comedor y se dirigió a la cocina para buscar algo de agua.

Al regresar al salón, su mirada se posó en una cajetilla de cigarrillos abierta sobre la mesa de centro. Junto a ella había un mechero decorativo, con un diseño vintage que Mónica había mencionado alguna vez que le gustaba coleccionar. Catarina se detuvo en seco, sintiendo cómo una mezcla de emociones la invadía.

Se acercó lentamente a la mesa y tomó la cajetilla entre sus manos. Había varios cigarrillos dentro, perfectamente alineados. Su mente comenzó a divagar. Era tan fácil. Solo tenía que sacar uno, encenderlo con el mechero y volver a experimentar esa sensación que había sentido las veces anteriores con su tía. La idea le resultaba tentadora, pero también inquietante.

“¿Qué sentiría esta vez?” pensó para sí misma. Recordó el ligero mareo, el cosquilleo en su cuerpo y el sabor amargo que al principio había detestado pero que luego se había vuelto tolerable. Sin embargo, también recordó las conversaciones con Mónica, las reflexiones sobre los riesgos del tabaco y las imágenes que había visto recientemente: los chicos fumando fuera del instituto, la señora mayor frente a la peluquería.

Catarina dejó la cajetilla sobre la mesa y se sentó en el sofá frente a ella. Sabía que no quería convertirse en alguien que fumara regularmente, pero no podía negar que la curiosidad seguía ahí, latente. Era como si una pequeña voz dentro de ella susurrara: “Solo uno más, no pasa nada.”

Mientras miraba fijamente el mechero, recordó algo que Mónica le había dicho después del tercer cigarrillo: “Es fácil caer en esto porque parece inofensivo al principio. Pero cada vez es más difícil parar.”

Esa frase resonó en su mente como una advertencia. Catarina sabía que si cedía ahora, sería más difícil resistir la próxima vez. Además, ¿qué pensaría Mónica si supiera que había fumado sola? La decepción de su tía sería mucho peor que cualquier curiosidad pasajera.

Finalmente, Catarina se levantó del sofá con decisión. Tomó la cajetilla y el mechero y los guardó en un cajón del mueble de la sala para no tenerlos a la vista.

“Esto no es para mí”, murmuró para sí misma mientras volvía a sentarse y sacaba sus libros para estudiar.

Aunque todavía sentía un leve impulso, Catarina se sintió orgullosa de haber resistido la tentación. Sabía que enfrentarse a estos momentos era parte del proceso de aprender a tomar decisiones responsables. Y aunque aún estaba explorando quién era y qué quería ser, tenía claro algo: no quería ser esclava de un hábito como el tabaco.

Cuando Mónica llegó más tarde esa tarde, Catarina no mencionó lo sucedido. Pero mientras estudiaban juntas antes de que Catarina saliera para su actividad, sintió una renovada admiración por su tía y por todo lo que había compartido con ella sobre sus propias luchas con el tabaco.

Ese día marcó un pequeño triunfo personal para Catarina: había enfrentado una tentación real y había salido fortalecida.


Otro día Catarina llegó al apartamento de Mónica después de clase, lista para repasar algunos apuntes antes de ir a su actividad de la tarde. Mónica estaba en casa, sentada en la mesa del comedor con una taza de té y un libro abierto frente a ella. Al verla entrar, sonrió y dejó el libro a un lado.

“Hola, Catarina. ¿Cómo te fue en el instituto?” preguntó Mónica mientras se levantaba para saludarla.

“Bien, nada fuera de lo normal”, respondió Catarina, dejando su mochila en el sofá. “¿Te importa si estudio aquí antes de salir?”

“Por supuesto que no. Si necesitas algo, avísame”, dijo Mónica mientras recogía su taza y la llevaba a la cocina.

Después de unos minutos, Catarina sacó sus libros y comenzó a trabajar. Sin embargo, notó que Mónica parecía inquieta, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo empezar. Finalmente, su tía se sentó frente a ella y soltó un suspiro.

“Catarina, hay algo que quiero hablar contigo”, comenzó Mónica, con un tono serio pero cálido.

Catarina levantó la vista de sus apuntes, curiosa. “¿Qué pasa?”

Mónica jugueteó con un mechón de su cabello mientras hablaba. “He estado pensando mucho en lo que hicimos... ya sabes, el trato que hicimos con los cigarrillos.”

Catarina se mantuvo en silencio, dejándola continuar.

“Fue emocionante compartir eso contigo”, admitió Mónica con una sonrisa melancólica. “De alguna manera me hizo sentir más cerca de ti, como si estuviera compartiendo algo personal e íntimo. Pero también tengo muchos remordimientos.”

“¿Remordimientos?” preguntó Catarina, sorprendida.

“Sí”, dijo Mónica con sinceridad. “Sé que no fue lo correcto. Aunque mi intención era que entendieras lo difícil que es dejarlo y por qué fumo, no puedo evitar sentirme culpable por haberte involucrado en algo tan dañino.”

Catarina asintió lentamente. “Entiendo lo que dices. Pero también aprendí mucho gracias a eso. No solo sobre el tabaco, sino sobre ti y tus luchas.”

Mónica sonrió agradecida por las palabras de su sobrina antes de continuar: “Aun así, he decidido que no volveré a ofrecerte tabaco nunca más.”

Catarina sintió un alivio inmediato al escuchar esas palabras, pero antes de que pudiera responder, Mónica añadió: “Bueno... al menos no hasta dentro de un año.”

La joven arqueó una ceja y rió suavemente. “¿Un año? ¿Por qué un año?”

Mónica se encogió de hombros con una sonrisa traviesa. “No sé... tal vez porque para entonces serás mayor y más madura. Pero espero que para ese momento ya ni siquiera yo esté fumando.”

Ambas rieron juntas ante el comentario, pero Catarina aprovechó la oportunidad para hablar con franqueza. “Tía, no necesitas esperar un año ni ofrecerme nada más para conectar conmigo. Ya somos cercanas. Y aunque entiendo mejor por qué fumas, espero que algún día puedas dejarlo del todo.”

Mónica asintió con seriedad. “Lo estoy intentando, Catarina. Es un proceso lento y difícil, pero quiero hacerlo por mí misma... y también por ti.”

La conversación terminó con un abrazo cálido entre ambas antes de que Catarina volviera a concentrarse en sus estudios. Mientras repasaba sus apuntes, sintió una profunda gratitud por la relación honesta y abierta que tenía con su tía.

Aunque el tema del tabaco seguía siendo complicado para ambas, Catarina sabía que habían dado un paso importante hacia adelante: entenderse mutuamente sin juzgarse y apoyarse en sus respectivos caminos hacia decisiones más saludables y responsables.


Catarina llevaba ya varios meses saliendo con Daniel, un chico amable y divertido que había conocido en la universidad. Su relación iba bien, y un día él la invitó a conocer a su hermana mayor, Laura, y a una prima que estaba de visita, Paula. Daniel había hablado mucho de ellas, describiéndolas como personas cercanas y agradables, así que Catarina aceptó con entusiasmo.

Cuando llegó a casa de Daniel esa tarde, Laura la recibió con una sonrisa cálida y un abrazo. Paula, por su parte, era una chica extrovertida y simpática que irradiaba confianza. Después de charlar un rato en el salón sobre temas triviales, Paula sacó un paquete de cigarrillos de su bolso y encendió uno con naturalidad mientras hablaba.

“Espero que no les moleste”, dijo Paula mientras exhalaba el humo con una sonrisa relajada. “Para mí, fumar es uno de esos pequeños placeres que hacen la vida más llevadera.”

Catarina observó cómo Paula sostenía el cigarrillo con elegancia, casi como si formara parte de su personalidad. Aunque no podía evitar recordar sus propias experiencias recientes con el tabaco, se sintió incómoda al escuchar la afirmación tan despreocupada de Paula.

“¿De verdad crees que vale la pena?” preguntó Catarina con curiosidad, tratando de mantener un tono neutral.

Paula asintió sin dudar. “Claro que sí. Sé que no es lo más saludable del mundo, pero me gusta. Es mi momento para desconectar y relajarme. Además, siempre he pensado que la vida es demasiado corta para privarte de las cosas que disfrutas.”

Laura intervino rápidamente, probablemente notando la incomodidad de Catarina. “Bueno, cada quien tiene sus hábitos. Yo nunca he fumado porque no me atrae, pero entiendo por qué a algunas personas les gusta.”

Catarina asintió lentamente, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Recordó las conversaciones con Mónica y cómo su tía había descrito el tabaco como algo seductor pero peligroso. También pensó en las veces que había visto a otras personas fumar: los chicos fuera del instituto, la madre de su amiga, e incluso aquella señora mayor frente a la peluquería. Cada uno parecía tener una relación diferente con el cigarrillo.

“Supongo que depende de cómo lo veas”, dijo Catarina finalmente. “Para mí, no vale la pena arriesgar tu salud por algo así. Pero entiendo que cada persona tiene sus razones.”

Paula sonrió ampliamente. “Esa es una forma madura de verlo. Aunque te diré algo: si alguna vez cambias de opinión y quieres probarlo otra vez, avísame. Siempre llevo cigarrillos conmigo.”

Catarina rió suavemente pero negó con la cabeza. “No creo que eso pase.”

La conversación cambió rápidamente a otros temas más ligeros mientras seguían charlando y riendo juntos. Sin embargo, las palabras de Paula quedaron grabadas en la mente de Catarina durante el resto del día.

Esa noche, mientras caminaba hacia su residencia universitaria después de despedirse de Daniel y su familia, Catarina reflexionó sobre lo diferente que era cada persona en su relación con el tabaco. Para algunos era un hábito social; para otros, un placer personal; y para otros más, como ella misma había aprendido recientemente, una lucha constante contra algo que podía convertirse en una adicción.

A pesar de todo lo vivido y aprendido hasta ahora, Catarina se sintió firme en su decisión: no quería volver a fumar ni dejarse seducir por el aparente encanto del tabaco. Había visto demasiado para ignorar los riesgos y sabía que tenía otras formas más saludables de disfrutar los pequeños placeres de la vida.


Pasaron los meses y Catarina empezó sus estudios universitarios. Una tarde soleada, mientras Catarina paseaba por el campus universitario después de una clase, se encontró con una cara familiar que no veía desde hacía años. Era Lucía, una antigua compañera de primaria. Ambas se reconocieron al instante y se saludaron con entusiasmo.

“¡Catarina! No puedo creerlo, cuánto tiempo ha pasado”, exclamó Lucía, abrazándola con calidez.

“¡Lucía! Qué sorpresa verte aquí”, respondió Catarina, sonriendo ampliamente. “¿Qué haces por aquí? ¿Estás estudiando en esta universidad?”

“Sí, estoy en segundo de Psicología. ¿Y tú?”

“Yo estoy en primero de Filología Hispánica”, respondió Catarina. “¿Qué tal te ha ido todo este tiempo? Cuéntame.”

Se sentaron en un banco cercano y comenzaron a ponerse al día. Hablaron de sus estudios, sus familias y cómo habían cambiado desde aquellos días en primaria. Lucía seguía siendo tan simpática y carismática como Catarina la recordaba, pero ahora tenía un aire más relajado y seguro que la hacía parecer mucho mayor.

Después de un rato, Lucía sacó un paquete de cigarrillos de su bolso y encendió uno con movimientos fluidos y despreocupados. Catarina la observó mientras exhalaba el humo con visible satisfacción, como si fuera un ritual que disfrutaba profundamente.

“¿Fumas?” preguntó Catarina, sorprendida pero sin juzgar.

“Sí”, respondió Lucía con una sonrisa tranquila. “Empecé hace un par de años. Sé que no es lo mejor para la salud, pero me gusta. Es mi momento para desconectar.”

Catarina se quedó pensativa por un momento antes de decir algo que ni ella misma esperaba: “¿Me das uno?”

Lucía arqueó las cejas, claramente sorprendida. “¿Tú fumas?”

“No realmente”, admitió Catarina con una risa nerviosa. “Pero lo he probado antes... y no sé, me ha dado curiosidad otra vez.”

Lucía le ofreció el paquete sin dudarlo. “Claro, aquí tienes.”

Catarina tomó el cigarrillo con cierta torpeza y lo encendió con el mechero que Lucía le pasó. Dio una primera calada tímida, dejando que el humo llenara su boca antes de expulsarlo lentamente. El sabor era familiar pero aún extraño: una mezcla amarga y seca que no sabía si le gustaba o le disgustaba.

La segunda calada fue más profunda, aunque aún cuidadosa. Esta vez sintió el humo bajar por su garganta y llenar sus pulmones antes de exhalarlo en una nube delgada que se desvaneció rápidamente en el aire fresco del campus. La sensación era cálida y ligeramente abrasiva, pero también había algo reconfortante en ella, como si estuviera haciendo algo prohibido pero intrigante.

Mientras fumaba, Catarina notó cómo su cuerpo respondía al cigarrillo: un ligero mareo agradable, como si estuviera flotando; un cosquilleo en los dedos; y una calma inesperada que parecía desacelerar todo a su alrededor. Sin embargo, también sintió una punzada de culpa mezclada con curiosidad.

“¿Qué tal?” preguntó Lucía con una sonrisa divertida al ver la expresión pensativa de Catarina.

“No sé”, respondió Catarina después de un momento. “Es raro... No es exactamente agradable, pero tampoco es horrible.”

Lucía rió suavemente. “Así empieza para todos. Es más la sensación que el sabor lo que engancha.”

Catarina asintió mientras daba otra calada más larga esta vez. Al exhalar el humo, se dio cuenta de que estaba empezando a entender por qué algunas personas disfrutaban fumar: había algo casi meditativo en el acto de encender un cigarrillo, inhalar y exhalar lentamente.

Sin embargo, cuando terminó el cigarrillo y lo apagó en el suelo junto al banco (después de asegurarse de no dejarlo encendido), comenzó a notar los efectos secundarios menos agradables: un ligero ardor en la garganta, un sabor amargo persistente en la boca y una sensación extraña en el pecho.

“Bueno”, dijo finalmente mientras miraba el filtro aplastado del cigarrillo en el suelo. “Definitivamente no me voy a enganchar a esto.”

Lucía rió nuevamente. “Eso dicen todos al principio.”

Catarina sonrió pero negó con la cabeza. “No, en serio. Creo que es interesante probarlo para entenderlo mejor... pero no es algo que quiera hacer regularmente.”

Mientras caminaban juntas hacia la salida del campus después de despedirse, Catarina reflexionó sobre lo que acababa de experimentar. No podía evitar sentirse intrigada por cómo algo tan simple como fumar podía tener tantos matices: desde la sensación física hasta las emociones contradictorias que evocaba.

Por un lado, entendía por qué algunas personas veían fumar como un placer o una forma de relajarse; había algo casi ritualístico en ello. Pero por otro lado, no podía ignorar los efectos negativos inmediatos ni los riesgos a largo plazo que ya conocía demasiado bien gracias a Mónica y sus propias experiencias pasadas.

“Supongo que fumar es como esas películas raras que no sabes si te gustan o te incomodan”, pensó para sí misma mientras caminaba hacia su residencia universitaria. “Es interesante... pero definitivamente no quiero quedarme atrapada viéndolas todo el tiempo.”

Con esa reflexión ligera pero firme en mente, decidió dejar esa experiencia como una anécdota más para contar algún día... quizás incluso a Mónica, quien seguramente tendría mucho que decir al respecto.


El relato continúa en su segunda parte.

Nerea se empezó a fijar en que iban apareciendo compañeras suyas de su edad que fumaban, ya no solo las “chicas malas” que hasta entonces habían sido las únicas fumadoras de su edad, ahora descubría que chicas que no respondían a ese perfil habían empezado a fumar y ese fenómeno le resultaba fascinante por su propio interés por el tabaco ¡Chicas de su edad que fumaban! ¡Sorprendente! ¿Qué sentían? ¿Cómo era para ellas el fumar?

Muchas de estas nuevas fumadoras eran del tipo de chicas que se podría llamar pijas, chicas superficiales cuyo máximo interés era situarse bien en una jerarquía de alumnos decidida por ellas mismas, decidiendo quien era guay y quien no y empeñadas sin descanso en un juego de conspiraciones sociales. Para estas chicas fumar era una demostración de que eran gente de mundo y chicas desenvueltas. Nerea no tenía muchas ganas de relacionarse con ese tipo de chicas porque el trato con ellas era muy poco natural y fluido, siempre parecían estar compitiendo y tratando de quedar por encima de las demás, por lo que sabía que tratar de relacionarse con ellas traía más molestias que satisfacciones.

Pero aparte de las “fumadoras pijas” Nerea vio que aparecían algunas otras nuevas fumadoras que tampoco respondían al patrón de “chicas malas” y que solían no ser tan gregarias como las “pijitas” y las “malotas”. Empezó a buscar el trato con alguna de esas fumadoras tratando de satisfacer su curiosidad por como era ser fumadora para esas chicas y porque fumar le parecía algo muy vistoso y atractivo. Por eso Nerea buscó la amistad de fumadoras, aunque manteniéndolas como amigas secundarias y siguiendo con sus amigas habituales como amigas más cercanas.

Una tarde Nerea salió de clase algo más tarde por quedarse fotocopiando unos apuntes. Al salir del colegio se metió por el parque cercano y vio sentada sola en un banco a Pastora, una compañera con la que coincidía en las clases optativas de francés y con la que alguna vez charlaba porque en clase de francés no coincidía con ninguna amiga y Pastora le parecía una chica simpática en una situación parecida a la suya. Pastora es una chica menuda, de estatura similar a la de Nerea, de pelo liso y rubio, de color miel. Era miembro de una pequeña asociación ecologista local de la que también eran miembros las que por entonces eran sus amigas más cercanas, Lorena y Evelyn. Viste con un aire algo hippie y alternativo y es una chica serena. Al verla en el parque Nerea se fijó sorprendida en que estaba fumando, algo que no le pegaba nada en Pastora. Mientras fumaba, Pastora ojeaba un libro con poca atención, levantando cada poco tiempo la vista para echar un vistazo alrededor Se notaba que solo miraba el libro para entretenerse mientras se fumaba el cigarrillo, a falta de compañía. Nerea se acercó a saludarla.

-Hola Pastora ¿Qué tal? -Ah, hola Nerea. Bien- le contestó Pastora, alegrándose de tener compañía- ¿Y tu? -También bien ¿Qué lees? -“Memorias de Adriano”, está bastante bien pero en el parque no me concentro para leer- dijo cerrando el libro- ¿El de filosofía ya os puso el examen a los de la D? -Aun no- contestó Nerea, viendo que Pastora tenía ganas de conversación- No se si exigirá mucho. -No se, de momento no se ha portado muy mal pero dicen que otros años solía dar caña- dijo acercándose el cigarrillo a los labios. Dio una chupada y después soltó un apretado chorro de humo. -No sabía que fumaras. -Ah, es solo una tontería- dijo Pastora con una sonrisa un poco avergonzada- Es que este verano en casa de mis abuelos paternos solía andar con mis primas, que fuman, y me pareció que por fumar cuando andábamos por ahí mientras estaba de vacaciones con ellas no iba a pasar nada, pero después no pude parar. Es una tontería.

A Nerea le dio la impresión de que Pastora no quería que pensara que fumaba por darse importancia.

-¿Y antes de este verano nunca habías fumado?– preguntó Nerea curiosa. -Lo había probado y me había gustado, pero había decidido no fumar porque, ya sabes, fumar no es muy sano- dijo justo antes de dar otra calada.

Pastora se sintió algo incómoda por las preguntas de Nerea sobre el tabaco porque su reciente adicción era un accidente que le daba cierto pudor. Pero se le ocurrió que quizá lo que pasaba es que Nerea fumaba y quería un cigarrillo. Echó mano a su macuto buscando su cajetilla y le preguntó:

-Perdona, no te he ofrecido ¿Fumas? -Uh, no. No fumo- rehusó Nerea mientras Pastora dejaba de nuevo el paquete dentro del macuto, algo contrariada pensando que si Nerea no le preguntaba sobre el tabaco porque ella misma fumaba, quizá fuera porque lo desaprobaba y que ahora podía hacer algún comentario en contra. Nerea intuyó que Pastora podía estarse sintiendo criticada y trató de disipar esa sensación. -Pero no tengo nada contra los fumadores, si a alguien le gusta fumar por mi estupendo. Yo también lo probé alguna vez

Pastora sonrió relajada y dio otra calada.

-¿Y no te gustó? –le preguntó a Nerea. Bueno, no está mal- contestó con una sonrisa cómplice- pero paso. -Haces bien, antes de que te des cuenta ya no puedes pasar sin tabaco, no sabes la fuerza que tiene esto, no me veo capaz de dejarlo. -Vaya, debe ser un fastidio- dijo Nerea con expresión solidariamente apesadumbrada- da un poco de miedo ¿no? -Si, estar enganchada es una faena, nunca pensé que fuera a caer, nunca pensé que esto fuera conmigo, pero bueno, la verdad es que me gusta fumar así que tampoco me debo quejar mucho. Y bueno, hay mucha gente que fuma ¿no?

Nerea asintió. Pasaron a otros temas de conversación y Pastora acabó su cigarrillo.

La siguiente vez que coincidieron en clase de francés tras aquel encuentro en el parque, ya charlaron con más confianza y también empezaron a juntarse a hablar en los pasillos y en el patio, conociendo a sus respectivas amigas. Además a Nerea le gustaba acompañarla cuando Pastora iba a alguna parte a fumar y si se encontraba con ella al salir de clase se iba con ella a algún lugar un poco discreto.

-Mis padres no saben nada de que fumo- le explicó a Nerea- Este verano, en una fiesta que mis primas daban en casa, mis madre y una tía se asomaron a vigilar y me vieron con un pitillo en la mano, pero como la fiesta se había desmadrado un poco, todo el mundo estaba fumando y había alguna persona un poco borracha, mis padres pensaron que el pitillo era algo puntual por el ambiente que se había montado y que por lo menos yo no había bebido. Me riñeron un poco por lo del pitillo pero el asunto quedó tapado por la bronca que nos echaron por la fiesta, que se suponía que era una simple merendola.

En el instituto de Nerea era obligatorio comer en el centro, para no extender los horarios con el tiempo gastado por los alumnos en ir y volver a casa para comer. Pastora fumaba poco y fumar en los servicios no le resultaba muy atractivo, pero a veces después de comer sentía deseos de fumar y echaba un cigarrillo rápido en los baños. Así un día tras la comida, Nerea fue con su amiga Sandra a los servicios a hacer sus necesidades y, según entraron, vieron que justo se estaban lavando las manos Pastora, Evelyn y Lorena. Pastora sacó un paquete de tabaco y extrajo un cigarrillo.

-¿Pero cuando vas a dejar eso?– le dijo Lorena bajito para que no la oyeran dos chicas que estaban fumando en la esquina contraria. -Vaya ecologista estás hecha, ja ja- bromeó Evelyn. -Venga, no seáis plastas- protestó Pastora antes de encenderse el cigarrillo. -Bueno- dijo Evelyn- vamos saliendo al patio, no tardes.

Lorena y Evelyn se fueron de los servicios y Nerea y X entraron en sendos retretes. Cuando Nerea salió del retrete Pastora seguía allí fumando sola, sin hablar con las otras dos fumadoras que eran chicas en otra onda. Nerea y X se quedaron a hacerle compañía en los humeantes baños mientras fumaba con cierta prisa el cigarrillo.

-Lorena y Evelyn son muy antitabaco- comentó Pastora explicando la marcha de sus amigas e implícitamente agradeciendo su compañía.

Sandra pensó que Lorena y Evelyn tenían razón en mostrarse contrarias a que su amiga fumara, pero prescindió de hacer ningún comentario porque no creía que fuera a conseguir nada positivo con ello y porque le parecía que estaba bien no dejar a Pastora sola.

-La verdad es que fumar siendo ecologista no tiene mucha lógica- bromeó Pastora sonriendo. -Vas contra los humos industriales y llevas tu propia contaminación encima, ja ja – le picó Nerea. -Tampoco es exactamente lo mismo, supongo- dijo Sandra sorprendiéndose a si misma defendiendo compasivamente a Pastora. -Si, estos humos están mucho más ricos- rió Pastora haciendo que Sandra sacudiera la cabeza en un gesto de resignada y benévola desaprobación.

En la entrada de la wikipedia sobre capnolagnia, se dice que en las fantasías y ficciones de este fetichismo la #fumadora se describe como una mujer dulce. No estoy muy de acuerdo con esa afirmación. Si que es un tópico de los relatos de #capnolagnia (véase el amplio catálogo de relatos, en inglés, de http://smokingstories.net) el de la buena chica formal que descubre los placeres del tabaco, entiendo que porque resulta más atractiva la iniciación de una chica buena en un vicio que la convierte en una verdadera adulta (dicho esto desde una perspectiva fetichista) que el que coja el vicio una chica mala en la que este acto no resulta tan significativo. Luego la historia puede variar, puede ser que la buena chica fumadora siga siendo buena, o puede que se convierta en una chica más o menos mala, entendiendo esa conversión como una liberación de un marco restrictivo de normas de comportamiento o como una auténtica corrupción, que no es lo más frecuente en los cuentos fetichistas pero si hay algún relato en que se desarrolla ese tipo de trama.

Pero he de reconocer que si que suele existir cierto artificio en la descripción de las fumadoras en las historias de #fetichismo. En la vida real los fumadores, hombres y mujeres, tienden a ser irascibles. A veces ya tienen tendencia a la ira antes de ser fumadores (la gente problemática, los chicos malos del cole, suelen empezar a fumar), pero es que además la adicción a la nicotina produce irascibilidad cada vez que les baja el nivel de nicotina en sangre, mal humor del que suelen echar la culpa a cualquier persona o situación que se les cruce en ese momento, racionalizando su malestar, en vez de a su síndrome de abstinencia. Además muchos fumadores aprenden a sacar ganancia secundaria a esos momentos de mal humor, la agresividad de esos momentos les suele servir para ir conquistando posiciones de ventaja (conquistando espacios en que se les tolere el molestar fumando o en cuestiones ajenas al tabaco) a poco que las personas que les rodean hagan concesiones para evitar enfrentamientos con el fumador irascible, por lo que esas ganancias secundarias de la conducta mal humorada y agresiva le reafirman esa pauta de conducta.

En las ficciones fetichistas de fumadoras esos ciclos de irascibilidad no se producen, las #fumadoras son agradables, alegres y simpáticas sin que la cíclica caída de sus niveles de nicotina las ponga desagradables, como pasa con las fumadoras reales. Esa es una de las muchas ficciones habituales propias de los relatos de fetichismo de fumadoras que presenta un tabaquismo un tanto idealizado, diferente a como es en realidad.

#smokingfetish #sff #fetichismodefumadoras #rauchen #fumatrice #fumeuses

Hace unos días tuve un avistamiento de una fumadora que impactó fuertemente en mi #fetichismo. Yo caminaba por una calle tras el anochecer, en una tarde de invierno más cálida de lo que correspondería. Vi salir a la chica de no se donde, con un cigarrillo recién encendido. La chica tendría entre 20 y 25 años, delgada, guapa, con pelo negro recogido en una coleta, con un aspecto perfectamente sano y lozano. No se si era simplemente por ser guapa pero parecía buena chica.

Se cobijó bajo el umbral de un portal, cigarrillo y móvil en ristre. Dio una calada a su cigarrillo y exhaló un espectacular chorro de humo, abundante y cohesionado, bien visible bajo la iluminación nocturna, que cruzó el ancho de la acera. Se puso a manejar su móvil para entretener la fumada.

Fumaba de manera desenvuelta, sin una pizca de aprensión o inseguridad, aunque en un momento hizo un gestos como si no quisiera echar el humo a algún caminante. La poderosa exhalación de humo revelaba que era una #fumadora experta, bien enganchada a la nicotina, que manejaba sin problemas inhalaciones abundantes. Por otra parte, lo compacto y homogéneo del cono de humo, revelaba que sus pulmones aun son fuertes y saludables.

A parte de que la chica era guapa y joven, lo bonito de este avistamiento fue que fumaba como una fumadora de otras épocas en las que #fumar era algo que hacían las chicas que molaban y que se consideraba que reforzaba la imagen de independencia y desenvoltura de la mujer que fumaba, por lo que las chicas fumaban con cierto exhibicionismo y muy asertivamente. Esto me recuerda las lamentaciones tan habituales en foros de #smokingfetish sobre que ya no se ven fumadoras como las de antes, como por ejemplo en el interesante blog https://sobrefondonegro.blogspot.com/. Ese tipo de lamentaciones fetichistas suenan un poco a “abuelo cebolleta”, pero creo que tienen parte de razón, porque ha cambiado el significado social del #fumar (en parte se ha perdido la glamurización laboriosamente creada por la industria del cine), lo que afecta a la manera de fumar de las chicas, menos teatral y orgullosa. Además ha cambiado el perfil social y de edad de las fumadoras, pues al principio fumaban sobre todo mujeres jóvenes acomodadas y después vinieron fumadoras de más edad y más proletarias, lo que se carga el prestigio del tabaquismo femenino y la carga simbólica de libertad y empoderamiento que tenía. Recientemente la proliferación de los cigarrillos liados a mano quitan mucha estética al fumar. Por suerte la chica de la coleta seguía fumando por la antigua, como una diva del humo.

Unos días después vi a dos jóvenes #fumadoras muy diferentes, que caminaban fumando hacia un centro comercial. Una era bajita y ancha, estilo Sancho Panza, y en su forma de vestir no había ni un gramo de coquetería. La otra era estilizada, rubia, con un peinado impecable, quizá de peluquería reciente, y un abrigo de aire burgués. Las dos se veían chicas algo inseguras, más la alta, que a pesar de ser guapa tenía un lenguaje corporal inseguro. A pesar de todo se las veía contentas, disfrutando del tiempo libre y la amistad.

Seguramente la mayor diferencia entre la primera fumadora y las otras dos era el estilo desenvuelto, que parecía denotar una mayor seguridad en si misma que puede ser simplemente por carácter o quizá por razones de tipo social. Sin embargo, a pesar de las apariencias, la experiencia de fumar sería igual de satisfactoria para las tres jóvenes. Que a las tres les vaya muy bien en la vida.