He probado que tal funciona la web de un modelo de lenguaje, lo comúnmente llamado “inteligencia artificial” para escribir un relato de fumadoras.
El modelo de lenguaje se ha esforzado lo suyo en que los personajes se alejen del tabaco. La intención le honra pero no es lo más adecuado si se quiere orientar la narración a la capnolagnia, por lo que tratar de evitar esa deriva en las sucesivas instrucciones dadas al modelo de lenguaje.
Además parece que los modelos de lenguaje tienen tendencia a convertir cualquier narración en una historia de crecimiento personal, lo cual en un relato de este tipo resulta curioso.
Con muy escasas modificaciones, este es el resultado.
Mónica miró con una mezcla de anticipación y culpa a su sobrina Catarina, sentada frente a ella en la pequeña terraza de su apartamento. El sol de la tarde bañaba la ciudad de Lisboa, proyectando sombras alargadas entre los edificios. Una suave brisa marina traía consigo el aroma salado del Atlántico, mezclándose con el olor a café recién hecho que emanaba de las tazas sobre la mesa.
Catarina, con sus 17 años, mantenía una expresión seria, casi desafiante. Sus ojos color avellana, habitualmente cálidos y risueños, ahora mostraban una determinación fría. Su cabello castaño, recogido en una coleta alta, se agitaba ligeramente con el viento.
Mónica, de 35 años, se sentía incómoda. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien, pero una parte de ella, esa parte rebelde y despreocupada que a menudo entraba en conflicto con su papel de tía responsable, estaba curiosa por ver cómo se desarrollaría la situación.
“¿Estás segura de esto, Catarina?” preguntó Mónica, dando una última oportunidad a su sobrina para echarse atrás.
Catarina asintió con firmeza. “Un trato es un trato, tía. Cuatro cigarrillos, cuatro días diferentes, y me llevas al concierto. Empecemos de una vez.”
Mónica suspiró, sacando el paquete de cigarrillos de su bolso. Lo abrió con un movimiento practicado y extrajo dos cigarrillos. Le ofreció uno a Catarina, quien lo tomó con dedos temblorosos.
“Recuerda, no tienes que inhalar profundamente. Solo... deja que el humo entre en tu boca y luego exhala”, instruyó Mónica, encendiendo su propio cigarrillo.
Catarina observó a su tía, imitando sus movimientos. Colocó el filtro entre sus labios, inclinándose hacia el encendedor que Mónica le ofrecía. La llama parpadeó, iluminando brevemente el rostro de la joven. Catarina inhaló suavemente, y el extremo del cigarrillo se encendió con un resplandor naranja.
El primer contacto del humo con su boca fue desconcertante. Era cálido, áspero y tenía un sabor que Catarina no pudo describir inmediatamente. No era desagradable, pero tampoco agradable. Era... diferente. Extraño. Prohibido.
Siguiendo las instrucciones de su tía, Catarina no inhaló profundamente. Dejó que el humo flotara en su boca por un momento antes de exhalarlo. Para su sorpresa, logró hacerlo sin toser, aunque sintió un ligero cosquilleo en la garganta.
“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica, observando atentamente a su sobrina.
Catarina frunció el ceño, considerando la pregunta. “Es... raro. No sé si me gusta o no.”
Mónica asintió comprensivamente. “El primer cigarrillo suele ser así. Nadie disfruta realmente el primero.”
Catarina dio otra calada, esta vez un poco más larga. El humo llenó su boca, y esta vez, sin querer, inhaló un poco. Inmediatamente, sintió una sensación de ardor en su garganta y comenzó a toser.
Mónica rápidamente le acercó su taza de café. “Toma un sorbo, ayudará.”
Catarina bebió agradecida, sintiendo cómo el líquido calmaba la irritación en su garganta. Miró el cigarrillo en su mano con una mezcla de fascinación y repulsión. Una parte de ella quería apagarlo y olvidar todo el asunto, pero otra parte, una parte que no reconocía del todo, quería continuar, explorar esta nueva sensación.
“¿Quieres parar?” preguntó Mónica, notando la indecisión en el rostro de su sobrina.
Catarina negó con la cabeza. “No, estoy bien. Continuaré.”
Dio otra calada, esta vez más cuidadosa. El sabor era menos chocante ahora, y logró exhalar el humo sin toser. Observó cómo se disipaba en el aire, formando espirales y patrones efímeros antes de desaparecer.
A medida que continuaba fumando, Catarina comenzó a notar cambios sutiles en su cuerpo. Su cabeza se sentía ligeramente más ligera, y había una sensación de zumbido apenas perceptible en sus extremidades. No era desagradable, pero era definitivamente nuevo y un poco desconcertante.
“¿Sientes algo?” preguntó Mónica, notando el cambio en la expresión de Catarina.
“Creo que sí”, respondió Catarina lentamente. “Me siento un poco... diferente. Es difícil de describir.”
Mónica asintió. “Es normal. La nicotina está afectando tu sistema nervioso. ¿Te sientes mareada o con náuseas?”
Catarina negó con la cabeza. “No, solo... ligera. Y un poco nerviosa, creo.”
Continuaron fumando en silencio por unos minutos más. Catarina observaba fascinada cómo el cigarrillo se consumía lentamente, dejando tras de sí una columna de ceniza. Cuando llegó casi al filtro, Mónica le indicó cómo apagarlo en el cenicero.
“¿Y bien?” preguntó Mónica cuando ambas habían terminado. “¿Qué te ha parecido la experiencia?”
Catarina se tomó un momento para responder, analizando sus sensaciones. “Ha sido... interesante. No tan terrible como pensaba que sería, pero tampoco entiendo por qué la gente lo disfruta tanto.”
Mónica sonrió con una mezcla de alivio y preocupación. “Es complicado, ¿verdad? Muchos empezamos por curiosidad o presión social, y antes de darnos cuenta, se convierte en un hábito.”
Catarina asintió, pensativa. “Entiendo un poco mejor por qué es tan difícil dejarlo. La sensación es... seductora, de alguna manera.”
“Exactamente”, dijo Mónica. “Por eso es tan importante no empezar. Una vez que comienzas, es muy fácil caer en la adicción.”
Se hizo un silencio entre ellas, cada una sumida en sus propios pensamientos. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. La brisa se había vuelto más fresca, y Catarina se estremeció ligeramente.
“¿Tienes frío?” preguntó Mónica, notando el escalofrío de su sobrina.
Catarina asintió. “Un poco. Y me siento un poco rara. ¿Podemos entrar?”
“Claro”, respondió Mónica, levantándose y recogiendo las tazas de café. “Vamos a la cocina. Te prepararé algo de comer. A veces, fumar por primera vez puede bajar el azúcar en sangre.”
Entraron al apartamento, dejando atrás el olor a tabaco que aún flotaba en la terraza. En la cocina, Mónica comenzó a preparar unos sándwiches mientras Catarina se sentaba en un taburete, observándola.
“Tía”, comenzó Catarina después de un momento de silencio, “¿por qué me pediste que hiciera esto? Sabes que estoy en contra del tabaco.”
Mónica dejó de untar mantequilla en el pan y miró a su sobrina. Sus ojos reflejaban una mezcla de culpa y algo más... ¿preocupación? ¿miedo?
“Honestamente, Catarina, ni yo misma lo sé con certeza”, admitió Mónica. “Parte de mí quería que entendieras por qué es tan difícil dejarlo. Otra parte... supongo que una parte egoísta de mí quería compartir esto contigo, por extraño que suene.”
Catarina frunció el ceño. “Pero sabes que es malo para la salud. Tú misma has intentado dejarlo varias veces.”
Mónica asintió, volviendo a su tarea de preparar los sándwiches. “Lo sé, y tienes razón. No debería haberte pedido que lo hicieras. Me dejé llevar por un impulso estúpido y egoísta.”
“Pero acepté”, dijo Catarina en voz baja. “Podría haberme negado.”
“Sí, pero yo soy la adulta aquí. Debería haber sido más responsable.” Mónica terminó los sándwiches y le pasó uno a Catarina. “Come. Te ayudará con la sensación de mareo.”
Catarina mordió su sándwich, masticando lentamente. El sabor del jamón y el queso parecía más intenso de lo habitual, y se dio cuenta de que tenía más hambre de la que creía.
“¿Siempre da tanta hambre?” preguntó entre bocados.
Mónica sonrió. “A veces. Afecta a cada persona de manera diferente.”
Comieron en silencio por un rato, cada una perdida en sus pensamientos. Cuando terminaron, Mónica recogió los platos y comenzó a lavarlos.
“¿Quieres que cancelemos el trato?” preguntó de repente, sin volverse.
Catarina la miró sorprendida. “¿Qué?”
“El trato”, repitió Mónica, girándose para mirar a su sobrina. “Los cuatro cigarrillos por el concierto. Podemos cancelarlo. Te llevaré al concierto de todos modos.”
Catarina consideró la oferta por un momento. Una parte de ella quería aceptar, olvidar toda esta locura y volver a su relación normal con su tía. Pero otra parte, esa parte que había encontrado la experiencia “interesante”, vacilaba.
“No”, dijo finalmente Catarina. “Un trato es un trato. Además... creo que entiendo un poco mejor por qué la gente fuma ahora. No me gusta, pero lo entiendo.”
Mónica la miró con una mezcla de orgullo y preocupación. “Eres muy madura, Catarina. Pero prométeme algo.”
“¿Qué?”
“Que esto no te hará empezar a fumar regularmente. Que entiendes que es peligroso y adictivo.”
Catarina asintió solemnemente. “Lo prometo, tía. No tengo intención de convertirme en fumadora.”
Mónica sonrió, aliviada. “Bien. Y yo prometo que después de esto, voy a hacer un esfuerzo real por dejarlo. Tienes razón en que es malo para la salud.”
Se miraron por un momento, llegando a un entendimiento silencioso. Luego, Catarina bostezó, la fatiga de la nueva experiencia finalmente alcanzándola.
“Creo que debería irme a casa”, dijo, levantándose del taburete.
Mónica asintió. “Te acompaño a la puerta.”
Mientras Catarina se ponía su chaqueta y recogía su mochila, Mónica la observaba, notando los pequeños cambios en su sobrina. Parecía más mayor de alguna manera, como si la experiencia la hubiera hecho madurar de repente.
“Nos vemos mañana en la cena familiar, ¿verdad?” preguntó Mónica mientras abría la puerta.
Catarina asintió. “Sí, allí estaré.”
Se abrazaron brevemente, y luego Catarina salió al pasillo.
“Catarina”, llamó Mónica justo antes de que su sobrina llegara al ascensor. “Gracias por confiar en mí, incluso cuando hago tonterías.”
Catarina sonrió. “Para eso está la familia, ¿no? Para aguantar nuestras locuras.”
Con un último intercambio de sonrisas, Catarina entró en el ascensor y Mónica cerró la puerta de su apartamento. Se apoyó contra ella, exhalando un largo suspiro. Había sido una tarde intensa, llena de emociones contradictorias. Parte de ella se sentía culpable por haber introducido a su sobrina al tabaco, pero otra parte estaba agradecida por la conexión más profunda que parecían haber forjado.
Mónica se dirigió a la cocina y miró el paquete de cigarrillos que había dejado sobre la encimera. Lo tomó, considerándolo por un momento, y luego lo guardó en un cajón. “Mañana”, se prometió a sí misma. “Mañana empezaré a dejarlo.”
Con esa promesa en mente, Mónica se preparó para la noche, consciente de que los próximos días traerían más conversaciones difíciles y momentos de conexión con su sobrina. Solo esperaba que, al final, todo esto los acercara en lugar de separarlos.
Los días siguientes pasaron en un torbellino de actividad para Mónica e Catarina. La cena familiar del día después de su primera experiencia con el cigarrillo fue tensa al principio, con miradas cómplices intercambiadas entre tía y sobrina, pero pronto la normalidad de la reunión familiar se impuso.
El segundo cigarrillo llegó una semana después. Esta vez, se reunieron en un parque cercano al apartamento de Mónica. Era un día soleado de primavera, con el aroma de las flores recién abiertas flotando en el aire.
Catarina llegó con una mezcla de nerviosismo y curiosidad. La experiencia anterior había sido desconcertante, pero no del todo desagradable, y una parte de ella estaba ansiosa por explorar más esas sensaciones.
“¿Lista?” preguntó Mónica cuando Catarina se sentó junto a ella en un banco alejado.
Catarina asintió, observando cómo su tía sacaba el paquete de cigarrillos. Esta vez, Mónica le ofreció el encendedor, permitiendo que Catarina encendiera su propio cigarrillo.
La primera calada fue más fácil esta vez. Catarina sabía qué esperar, y logró inhalar sin toser. El sabor seguía siendo extraño, pero no tan chocante como la primera vez.
“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica después de un momento.
Catarina exhaló lentamente, observando el humo dispersarse en el aire. “Es diferente esta vez. No tan... intenso, supongo.”
Mónica asintió. “Sí, el cuerpo se adapta rápidamente. Es parte de lo que hace que sea tan adictivo.”
Fumaron en silencio por un rato, cada una perdida en sus pensamientos. Catarina notó que la sensación de mareo era menos pronunciada esta vez, pero aún sentía ese ligero zumbido en su cuerpo.
“Tía”, dijo Catarina de repente, “¿cómo empezaste a
Dos semanas después del segundo cigarrillo, Mónica e Catarina se encontraron en el centro de Lisboa para el tercer cigarrillo del acuerdo. Era un sábado por la tarde, y las calles estaban llenas de gente disfrutando del buen tiempo primaveral.
Mónica había sugerido encontrarse en la Plaza del Comercio, un amplio espacio abierto junto al río Tajo. Cuando Catarina llegó, encontró a su tía sentada en uno de los bancos que bordeaban la plaza, observando a los turistas y locales que paseaban por el lugar.
“Hola, tía”, saludó Catarina, sentándose junto a Mónica.
Mónica sonrió, pero Catarina notó que parecía un poco nerviosa. “Hola, cariño. ¿Cómo estás?”
“Bien”, respondió Catarina, mirando alrededor. “¿Estás segura de que quieres que lo hagamos aquí? Hay mucha gente.”
Mónica asintió. “Sí, creo que es importante que entiendas cómo se siente fumar en un lugar público. Muchas veces, la presión social juega un papel importante en el hábito de fumar.”
Catarina frunció el ceño, pero no discutió. Observó cómo su tía sacaba el paquete de cigarrillos de su bolso y extraía dos. Le ofreció uno a Catarina, quien lo tomó con dedos ligeramente temblorosos.
“Recuerda”, dijo Mónica en voz baja, “no tienes que hacerlo si no quieres.”
Catarina negó con la cabeza. “No, está bien. Un trato es un trato.”
Mónica encendió su cigarrillo y luego le ofreció el encendedor a Catarina. La joven lo tomó, consciente de las miradas curiosas de algunos transeúntes. Con un movimiento que ya no era tan torpe como la primera vez, Catarina encendió su cigarrillo y dio la primera calada.
El sabor ya le era familiar, pero la sensación de fumar en público era completamente nueva. Catarina se sentía expuesta, como si todos los ojos de la plaza estuvieran fijos en ella. Notó las miradas de desaprobación de algunas personas mayores que pasaban, y la curiosidad en los ojos de algunos adolescentes.
“¿Cómo te sientes?” preguntó Mónica, notando la tensión en los hombros de su sobrina.
Catarina exhaló lentamente, observando cómo el humo se mezclaba con el aire de la plaza. “Es... extraño. Me siento observada.”
Mónica asintió. “Sí, eso es parte de la experiencia de fumar en público. A veces te hace sentir cool, otras veces te hace sentir juzgada. Es complicado.”
Continuaron fumando en silencio por un momento. Catarina notó que, a pesar de la incomodidad inicial, una parte de ella disfrutaba de la sensación de rebeldía que le proporcionaba el acto de fumar en público. Era como si estuviera desafiando las normas sociales, haciendo algo que se suponía que no debía hacer.
“¿Ves a esos chicos de allí?” dijo Mónica, señalando discretamente a un grupo de adolescentes que estaban cerca de la fuente central de la plaza. “Fíjate en cómo nos miran.”
Catarina observó al grupo. Efectivamente, algunos de los chicos las miraban con curiosidad, cuchicheando entre ellos.
“Probablemente están sorprendidos de ver a alguien de tu edad fumando”, continuó Mónica. “Puede que algunos de ellos estén tentados a probar después de verte.”
Catarina sintió una punzada de culpa. “No quiero ser un mal ejemplo”, murmuró.
Mónica le dio una palmadita en la rodilla. “Lo sé, cariño. Pero es importante que entiendas el impacto que fumar puede tener, no solo en ti, sino en los que te rodean.”
Siguieron fumando, y poco a poco, Catarina comenzó a relajarse. La sensación de la nicotina en su sistema se estaba volviendo familiar, y se encontró disfrutando del zumbido ligero que le producía.
“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿crees que alguna vez dejarás de fumar del todo?”
Mónica suspiró, mirando su cigarrillo casi consumido. “Quiero hacerlo, Catarina. De verdad que sí. Es solo que... es más difícil de lo que parece.”
“Pero lo has intentado antes, ¿verdad?”
“Sí, varias veces. La última vez logré estar seis meses sin fumar. Pero luego... bueno, la vida se complicó y volví a caer en el hábito.”
Catarina asintió, pensativa. “Entiendo. Pero no te rindes, ¿verdad?”
Mónica sonrió, conmovida por la preocupación de su sobrina. “No, no me rindo. De hecho, he estado pensando en intentarlo de nuevo pronto.”
“Me alegro”, dijo Catarina, apagando su cigarrillo en el cenicero público que había junto al banco. “Sabes que te apoyaré, ¿verdad?”
“Lo sé, cariño. Gracias.”
Se quedaron sentadas un rato más, observando la actividad de la plaza. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados que se reflejaban en las aguas del Tajo.
“¿Quieres ir a tomar algo?” preguntó Mónica finalmente. “Conozco un café cerca de aquí que hace unos pasteles de nata increíbles.”
Catarina sonrió. “Claro, me encantaría.”
Se levantaron y comenzaron a caminar, mezclándose con la multitud de la plaza. Mientras caminaban, Catarina notó que el sabor del cigarrillo aún persistía en su boca, y se encontró deseando algo dulce para contrarrestarlo.
El café que Mónica había mencionado estaba a solo unas calles de distancia. Era un lugar pequeño y acogedor, con mesas de madera y sillas de mimbre en la terraza. Se sentaron afuera, disfrutando de los últimos rayos de sol del día.
“Dos cafés y dos pasteles de nata, por favor”, pidió Mónica cuando se acercó el camarero.
Mientras esperaban su pedido, Catarina se encontró reflexionando sobre la experiencia de fumar en público.
“Sabes”, dijo, “entiendo un poco mejor por qué la gente fuma en grupos ahora. Es como... una actividad social.”
Mónica asintió. “Sí, esa es una de las razones por las que es tan difícil dejarlo. No es solo la adicción física, sino también el aspecto social.”
“Pero también vi cómo algunas personas nos miraban mal”, añadió Catarina.
“Exacto. Es una espada de doble filo. Por un lado, te puede hacer sentir parte de un grupo, pero por otro, te expone a la desaprobación social.”
El camarero llegó con sus cafés y pasteles. Catarina tomó un bocado de su pastel de nata y cerró los ojos de placer. El sabor dulce y cremoso era el contrapunto perfecto al sabor amargo que el cigarrillo había dejado en su boca.
“Esto está delicioso”, murmuró.
Mónica sonrió. “Te lo dije. Es uno de mis lugares favoritos en la ciudad.”
Comieron en silencio por un momento, disfrutando de la comida y la atmósfera relajada del café.
“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿puedo preguntarte algo?”
“Claro, cariño. Lo que sea.”
“¿Por qué accediste a llevarme al concierto a cambio de que fumara? Quiero decir, sé que me lo explicaste antes, pero sigo sin entenderlo del todo.”
Mónica dejó su taza de café y miró a su sobrina con seriedad. “Honestamente, Catarina, fue un error de juicio por mi parte. Supongo que una parte de mí quería que entendieras por qué fumo, por qué es tan difícil dejarlo. Pero otra parte... creo que estaba buscando una conexión contigo.”
“¿Una conexión?”
“Sí. Verás, cuando yo tenía tu edad, mi relación con mis padres y otros adultos de la familia era bastante tensa. Fumar era una forma de rebelarme, de sentirme adulta. Y aunque sé que no es saludable, una parte de mí asocia fumar con esa sensación de independencia y madurez.”
Catarina asintió lentamente, procesando las palabras de su tía. “Entiendo. Pero sabes que no necesitamos fumar para conectar, ¿verdad?”
Mónica sonrió, con los ojos brillantes de emoción. “Lo sé, cariño. Y me alegro de que nuestra relación sea lo suficientemente fuerte como para que puedas decirme estas cosas.”
Se quedaron en silencio por un momento, cada una sumida en sus propios pensamientos.
“¿Sabes qué?” dijo Mónica de repente. “Creo que voy a intentar dejarlo de nuevo. Después de tu último cigarrillo, por supuesto.”
Catarina la miró sorprendida. “¿En serio?”
“Sí. Esta experiencia... me ha hecho darme cuenta de lo tonto que es seguir fumando. Y no quiero ser un mal ejemplo para ti o para tus primos.”
Catarina sonrió ampliamente. “Eso es genial, tía. Estoy orgullosa de ti.”
“Gracias, cariño. Voy a necesitar todo el apoyo que pueda conseguir.”
“Lo tendrás”, prometió Catarina. “Estaré contigo en cada paso del camino.”
Terminaron sus pasteles y cafés, charlando sobre el próximo concierto y los planes para el verano. Cuando se levantaron para irse, el cielo ya estaba oscuro, las estrellas comenzando a asomarse sobre la ciudad.
“Te acompaño a casa”, dijo Mónica mientras caminaban por las calles iluminadas de Lisboa.
“Gracias, tía”, respondió Catarina. “Y gracias por... bueno, por todo. Por confiar en mí lo suficiente como para compartir esto conmigo.”
Mónica pasó un brazo por los hombros de su sobrina. “Gracias a ti por ser tan madura y comprensiva. Eres una chica increíble, Catarina.”
Caminaron juntas hacia la casa de Catarina, su relación más fuerte que nunca, a pesar de (o quizás debido a) la extraña experiencia que habían compartido.
Las semanas siguientes pasaron rápidamente. Catarina estaba ocupada con los exámenes finales del curso, y Mónica se encontraba inmersa en un gran proyecto en el trabajo. Sin embargo, ambas eran conscientes de que quedaba un cigarrillo más en su acuerdo.
Finalmente, un mes después del tercer cigarrillo, llegó el día del concierto. Mónica recogió a Catarina temprano en la mañana para el viaje de 150 kilómetros hasta la ciudad donde se celebraba el evento.
“¿Estás emocionada?” preguntó Mónica mientras salían de Lisboa.
Catarina asintió entusiasmada. “¡Muchísimo! No puedo creer que vaya a ver a mi banda favorita en vivo.”
“Me alegro”, sonrió Mónica. “Te lo mereces, has trabajado muy duro este año.”
El viaje transcurrió entre conversaciones animadas y canciones a todo volumen. A medida que se acercaban a su destino, Catarina notó que Mónica parecía un poco nerviosa.
“¿Estás bien, tía?” preguntó.
Mónica asintió, pero sus manos apretaban el volante con más fuerza de la necesaria. “Sí, es solo que... bueno, sabes que queda un cigarrillo más en nuestro acuerdo, ¿verdad?”
Catarina se tensó ligeramente. Con toda la emoción del concierto, casi había olvidado ese detalle. “Oh, sí. Es cierto.”
“Estaba pensando”, continuó Mónica, “que podríamos hacerlo antes del concierto. Si quieres, claro. O podemos olvidarnos de todo el asunto.”
Catarina consideró la propuesta por un momento. Una parte de ella quería decir que no, que ya habían cumplido suficiente con el trato. Pero otra parte, esa parte curiosa y rebelde que había descubierto durante esta experiencia, quería completar el acuerdo.
“Está bien”, dijo finalmente. “Hagámoslo antes del concierto.”
Mónica asintió, una mezcla de alivio y preocupación en su rostro. “De acuerdo. Conozco un parque cerca del lugar del concierto. Podemos parar allí.”
Llegaron a la ciudad una hora antes del inicio del concierto. Tal como había dicho Mónica, había un pequeño parque a unas calles del estadio donde se celebraba el evento. Aparcaron el coche y caminaron hasta un banco alejado, bajo la sombra de un gran roble.
Mónica sacó el paquete de cigarrillos de su bolso. Solo quedaban dos.
“¿Estás segura de esto?” preguntó, ofreciéndole uno a Catarina.
Catarina tomó el cigarrillo, girándolo entre sus dedos. “Sí, estoy segura. Un trato es un trato, ¿no?”
Mónica sonrió débilmente y encendió su cigarrillo antes de pasarle el encendedor a Catarina. La joven encendió el suyo con una confianza que no tenía en su primer intento, hace ya casi dos meses.
Fumaron en silencio por un momento, cada una perdida en sus pensamientos. Catarina notó que el sabor ya no le resultaba desagradable. De hecho, una parte de ella lo encontraba casi... agradable. Este pensamiento la asustó un poco.
“Tía”, dijo Catarina después de un rato, “¿crees que me volveré adicta después de esto?”
Mónica la miró seriamente. “Es poco probable con solo cuatro cigarrillos, Catarina. Pero la adicción puede comenzar de formas sutiles. Por eso es tan importante no empezar.”
Catarina asintió, dando otra calada. “Entiendo. Es solo que... bueno, ya no me resulta tan desagradable como al principio.”
“Lo sé”, dijo Mónica con un suspiro. “Así es como empieza. Primero lo toleras, luego lo aceptas, y antes de que te des cuenta, lo necesitas.”
Se quedaron en silencio de nuevo, el humo de sus cigarrillos elevándose perezosamente.
Mientras Mónica e Catarina se dirigían al lugar del concierto, Catarina, con la curiosidad que siempre la había caracterizado, rompió el silencio del coche con una pregunta que llevaba días rondándole la cabeza.
“Tía, ¿cómo empezaste a fumar?”, preguntó, girándose hacia Mónica desde el asiento del copiloto.
Mónica suspiró profundamente. Sabía que esta pregunta llegaría tarde o temprano, y aunque no estaba orgullosa de su respuesta, decidió ser honesta. “Bueno, fue hace muchos años, cuando tenía más o menos tu edad. Creo que tenía 17 o 18 años.”
“¿Y por qué lo hiciste?” insistió Catarina, genuinamente interesada.
“Fue una combinación de cosas”, comenzó Mónica, mientras mantenía los ojos en la carretera. “Por un lado, estaba en un grupo de amigos donde todos fumaban. En esa época parecía algo normal, incluso 'cool'. Quería encajar, sentirme parte del grupo. Además, estaba pasando por una etapa rebelde. Mis padres eran muy estrictos y fumar era mi forma de desafiar sus reglas.”
Catarina asintió lentamente. “¿Y te gustó desde el principio?”
Mónica rió suavemente. “Para nada. El primer cigarrillo fue horrible. Tosí como si me estuviera ahogando y el sabor era asqueroso. Pero seguí intentándolo porque no quería parecer débil delante de mis amigos. Con el tiempo, me acostumbré al sabor y a la sensación.”
“¿Y cuándo te diste cuenta de que te habías enganchado?” preguntó Catarina.
“Creo que fue cuando me di cuenta de que ya no podía pasar un día sin fumar”, respondió Mónica con sinceridad. “Al principio era algo ocasional, solo cuando estaba con mis amigos. Pero luego empecé a hacerlo sola, y antes de darme cuenta, se convirtió en un hábito diario.”
Catarina se quedó pensativa por un momento antes de hablar nuevamente. “¿Y por qué querías que yo fumara contigo? ¿Solo para entenderlo?”
Mónica miró brevemente a su sobrina antes de volver a concentrarse en la carretera. “Fue más complicado que eso”, admitió. “Sabía que estabas molesta conmigo por mi hábito y temía que eso afectara nuestra relación. Quería que entendieras lo difícil que es dejarlo y lo fácil que es caer en él. También... no sé cómo explicarlo bien, pero verte crecer y convertirte en una mujercita me hizo ilusión compartir algo contigo, aunque fuera algo tan tonto como esto.”
Catarina no respondió inmediatamente. Miró por la ventana mientras procesaba las palabras de su tía. Finalmente dijo: “Bueno, creo que ahora entiendo un poco mejor por qué fumas. Pero también espero que algún día puedas dejarlo.”
Mónica sonrió con tristeza. “Yo también lo espero, cariño.”
Cuando llegaron al lugar del concierto, el ambiente estaba lleno de energía juvenil. Grupos de adolescentes y jóvenes adultos se reunían alrededor del estadio, algunos cantando canciones del grupo mientras esperaban para entrar.
“¡Ahí están mis amigas!” exclamó Catarina emocionada al ver a un grupo de chicas cerca de la entrada.
“Ve con ellas”, dijo Mónica con una sonrisa. “Te recogeré aquí cuando termine el concierto.”
Catarina abrazó rápidamente a su tía antes de correr hacia sus amigas. Mónica se quedó observándola por un momento, sintiendo una mezcla de orgullo y nostalgia al ver a Catarina tan feliz y llena de vida.
Durante el concierto, Catarina lo pasó en grande con sus amigas. Cantaron a pleno pulmón todas las canciones del grupo y saltaron al ritmo de la música bajo las luces brillantes del escenario. Por unas horas, Catarina se olvidó por completo del trato con su tía y simplemente disfrutó del momento.
Cuando el concierto terminó y las multitudes comenzaron a dispersarse, Catarina encontró a Mónica esperándola cerca del coche.
“¿Qué tal estuvo?” preguntó Mónica mientras arrancaba el motor.
“¡Fue increíble!” respondió Catarina con entusiasmo. “Gracias por traerme, tía.”
De camino a casa, ambas permanecieron en silencio durante un rato, cada una sumida en sus pensamientos. Finalmente, Catarina habló.
“Tía... gracias por ser honesta conmigo sobre todo esto del tabaco”, dijo en voz baja.
Mónica sonrió suavemente. “Gracias a ti por escucharme y no juzgarme.”
Esa noche marcó un nuevo capítulo en su relación: una conexión más profunda basada en la honestidad y la comprensión mutua. Aunque el trato había sido inusual e imperfecto, había logrado acercarlas más que nunca antes.
Al día siguiente del concierto, Catarina regresó al instituto con una mezcla de emociones. A pesar de haber disfrutado mucho la experiencia, las reflexiones sobre el trato con su tía seguían rondando su mente. Al sonar el timbre que marcaba el final de las clases, Catarina recogió sus cosas y salió del edificio acompañada de su amiga Clara.
“¿Qué tal el concierto?” preguntó Clara mientras caminaban juntas hacia la salida.
“Fue increíble”, respondió Catarina con una sonrisa. “Lo pasé genial con mis amigas.”
Sin embargo, antes de que pudiera continuar, ambas se detuvieron al notar un grupo de chicos fumando cerca de la puerta del instituto. Eran estudiantes mayores que ellas, conocidos por su actitud despreocupada y rebelde. Uno de ellos sostenía un cigarrillo con aire despreocupado mientras hablaba animadamente con los demás.
Clara frunció el ceño. “¿Otra vez estos? Siempre están aquí fumando como si fuera lo más cool del mundo.”
Catarina los observó en silencio. Durante mucho tiempo, había sentido una mezcla de rechazo y curiosidad hacia esas escenas. Pero ahora, después de su experiencia reciente con Mónica, algo dentro de ella había cambiado. No podía evitar reflexionar sobre lo que había aprendido.
“¿Sabes?”, dijo finalmente, “antes pensaba que fumar era solo una tontería para parecer mayor o rebelde. Pero ahora entiendo que hay más detrás de eso. A veces, es una forma de encajar o lidiar con cosas que no saben cómo manejar.”
Clara la miró sorprendida. “¿Y eso a qué viene? ¿No me digas que ahora te parecen interesantes esos chicos.”
Catarina negó rápidamente con la cabeza. “No es eso. Solo... creo que entiendo mejor por qué lo hacen. Pero eso no significa que esté bien.”
Mientras se alejaban del instituto, pasaron por un parque cercano donde un grupo de compañeros del instituto estaba reunido en círculo. Entre ellos destacaba Marcos, un chico conocido por su actitud desafiante y su reputación de “malote”. Catarina nunca había tenido una buena opinión de él; siempre le había parecido arrogante y poco respetuoso.
Cuando las vio acercarse, Marcos sonrió con suficiencia y levantó un paquete de cigarrillos.
“Eh, Catarina, Clara”, las llamó. “¿Quieren uno? Es gratis.”
Clara puso los ojos en blanco y murmuró: “Qué pesado”. Pero antes de que pudiera responderle, Catarina habló.
“No, gracias”, dijo con firmeza pero sin hostilidad.
Marcos arqueó una ceja, claramente sorprendido por la seguridad en su respuesta. “¿Estás segura? No pasa nada por probar.”
“Ya lo he probado”, respondió Catarina sin vacilar. “Y no me interesa.”
Marcos pareció desconcertado por un momento antes de encogerse de hombros y volver a centrarse en sus amigos.
Clara miró a Catarina con curiosidad mientras continuaban caminando. “¿Lo has probado? ¿Cuándo?”
Catarina dudó un momento antes de responder. “Fue con mi tía Mónica. Es una historia larga... pero básicamente fue parte de un trato para ir al concierto.”
Clara la miró boquiabierta. “¿Tu tía te hizo fumar? ¿En serio?”
“No fue exactamente así”, explicó Catarina rápidamente. “Fue más complicado... pero aprendí mucho sobre por qué la gente fuma y lo difícil que es dejarlo.”
Clara asintió lentamente, aunque parecía seguir procesando la información.
Más adelante en su camino a casa, pasaron frente a una peluquería pequeña y algo anticuada. En la puerta estaba sentada una señora mayor, visiblemente frágil y encorvada, fumando un cigarrillo mientras esperaba a que se le secara el tinte en el cabello.
La imagen impactó a Catarina más de lo que esperaba. Había algo profundamente triste en ver a alguien tan mayor aferrándose a un hábito tan dañino. El cigarrillo temblaba ligeramente entre sus dedos arrugados mientras exhalaba el humo con dificultad.
“Es increíble cómo algunas personas nunca dejan de fumar”, comentó Clara en voz baja.
Catarina asintió, sintiendo una punzada en el pecho al pensar en Mónica. Aunque adoraba a su tía, no podía evitar imaginarla en una situación similar si no lograba dejar el tabaco algún día.
“Sí”, dijo finalmente. “Es triste pensar cuánto daño puede hacer algo así y cómo puede acompañarte toda la vida si no logras dejarlo.”
El resto del camino transcurrió en silencio mientras ambas reflexionaban sobre lo que habían visto. Para Catarina, cada encuentro relacionado con el tabaco parecía reforzar sus sentimientos encontrados: entendía mejor las razones detrás del hábito, pero también veía con más claridad las consecuencias devastadoras que podía tener.
Cuando llegó a casa esa tarde, Catarina decidió escribir en su diario sobre todo lo que había vivido desde que comenzó el trato con Mónica: sus primeras experiencias fumando, las conversaciones honestas con su tía y las reflexiones que había tenido desde entonces.
Al cerrar el cuaderno después de escribir la última línea, supo algo con certeza: nunca quería convertirse en alguien dependiente del tabaco. Y aunque entendía mejor a quienes fumaban, también estaba decidida a ser un ejemplo para otros jóvenes como ella.
Esa noche envió un mensaje a Mónica: “Gracias por todo lo que me enseñaste estas semanas. Sé que fue raro al principio, pero creo que aprendí mucho sobre ti... y sobre mí misma.”
La respuesta llegó casi al instante: “Gracias a ti por escucharme y entenderme mejor. Eres increíblemente madura para tu edad, Catarina.”
Con una sonrisa tranquila en los labios, Catarina apagó su teléfono y se preparó para dormir, sabiendo que estaba creciendo no solo como persona sino también fortaleciendo aún más su relación con Mónica.
Esa tarde, Catarina estaba sentada en el salón de su casa, hojeando un libro mientras sus padres conversaban con un amigo de la familia que había venido de visita. Era un hombre de unos cincuenta años, con cabello entrecano y una voz grave que llenaba la habitación. Catarina no estaba prestando demasiada atención a la charla hasta que escuchó algo que captó su interés.
“¿Sabes que el hijo de Pedro ha empezado a fumar?” comentó el hombre, cruzando las piernas mientras tomaba un sorbo de café. “Tiene solo 16 años, y ya anda con un cigarrillo en la mano como si fuera lo más natural del mundo.”
La madre de Catarina suspiró, visiblemente preocupada. “Es una pena que los jóvenes sigan cayendo en eso. Con toda la información que hay hoy en día sobre lo dañino que es, uno pensaría que lo evitarían.”
“Sí”, añadió su padre. “Pero supongo que a esa edad se dejan llevar por la presión social o por querer parecer mayores.”
El amigo asintió. “Exacto. Y lo peor es que cuanto antes empiezan, más difícil les resulta dejarlo después. Es como si no entendieran las consecuencias a largo plazo.”
Catarina, que hasta entonces había permanecido callada, decidió intervenir. Cerró su libro y miró al grupo con seriedad. “Es verdad que muchos adolescentes no piensan en las consecuencias, pero también creo que hay más razones detrás de por qué empiezan a fumar.”
El hombre levantó una ceja, intrigado. “¿Ah sí? ¿Qué razones crees tú?”
“Bueno”, comenzó Catarina, eligiendo cuidadosamente sus palabras, “algunos lo hacen porque quieren encajar en un grupo o porque ven a los adultos fumando y creen que es normal. Otros lo hacen por curiosidad o porque piensan que les ayudará a lidiar con el estrés.”
“Eso puede ser cierto”, admitió el hombre. “Pero sigue siendo una decisión equivocada.”
Catarina asintió. “Lo sé. Pero creo que en lugar de solo decirles que está mal, deberíamos tratar de entender por qué lo hacen y ayudarles a encontrar otras formas de manejar esas emociones o situaciones.”
Su madre la miró con sorpresa y algo de orgullo. “Tienes razón, Catarina. Es importante hablar con ellos desde la empatía.”
“Exacto”, continuó Catarina. “Y también creo que los adultos tienen una responsabilidad enorme. Si ven a sus padres o familiares fumando, es más probable que ellos también lo hagan algún día.”
El amigo asintió lentamente. “Es un buen punto. A veces no nos damos cuenta del impacto que tenemos como ejemplo para los jóvenes.”
La conversación continuó por un rato más, pero Catarina se sintió satisfecha por haber compartido su perspectiva. Sabía que sus propias experiencias recientes con el tabaco le habían dado una visión más profunda del tema, y esperaba que sus palabras ayudaran a los adultos de su vida a reflexionar.
Cuando finalmente el amigo se despidió y se fue, la madre de Catarina se acercó a ella con una sonrisa.
“Has hablado muy bien hoy”, le dijo mientras le daba un abrazo. “Estoy orgullosa de cómo has madurado.”
Catarina sonrió tímidamente. “Gracias, mamá. Solo espero que podamos hacer algo para evitar que más jóvenes caigan en ese hábito.”
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Catarina reflexionó sobre cómo había cambiado su perspectiva sobre el tabaco en las últimas semanas. Aunque seguía siendo firme en su decisión de no fumar nunca más, también entendía mejor las razones detrás del hábito y la importancia de abordar el tema desde la comprensión en lugar del juicio.
Se prometió a sí misma seguir siendo un ejemplo positivo para sus amigos y familiares, y tal vez incluso influir en ellos para adoptar hábitos más saludables en el futuro.
Catarina fue a comer a casa de una amiga. Durante la sobremesa, la madre de su amiga sacó un paquete de cigarrillos y lo encendió con naturalidad. Catarina observó el movimiento, recordando sus recientes experiencias con su tía Mónica.
“Me encanta fumar”, comentó la mujer, dando una calada y exhalando el humo lejos de la mesa. “Es mi pequeño momento de placer del día.”
Catarina sintió una mezcla de incomodidad y comprensión. Después de su experiencia con Mónica, entendía que fumar no era simplemente un acto de rebeldía, sino algo más complejo. Sin embargo, también recordaba todo lo que había aprendido sobre los riesgos del tabaco.
La mujer notó la mirada de Catarina. “¿Pasa algo?”
“No, nada”, respondió Catarina educadamente, aunque su expresión reflejaba una ligera preocupación.
Mientras la madre de su amiga continuaba fumando, Catarina no pudo evitar pensar en su tía y en su promesa de intentar dejar el tabaco. La escena le recordó la importancia de mantener una actitud comprensiva pero firme sobre los riesgos del tabaquismo.
Catarina entró al apartamento de Mónica con su mochila colgada al hombro y la intención de estudiar antes de ir a su clase de baile. El lugar estaba silencioso; su tía no estaba en casa, lo cual no era raro, ya que Mónica solía salir por las tardes para hacer recados o trabajar en algún proyecto. Catarina dejó sus cosas en la mesa del comedor y se dirigió a la cocina para buscar algo de agua.
Al regresar al salón, su mirada se posó en una cajetilla de cigarrillos abierta sobre la mesa de centro. Junto a ella había un mechero decorativo, con un diseño vintage que Mónica había mencionado alguna vez que le gustaba coleccionar. Catarina se detuvo en seco, sintiendo cómo una mezcla de emociones la invadía.
Se acercó lentamente a la mesa y tomó la cajetilla entre sus manos. Había varios cigarrillos dentro, perfectamente alineados. Su mente comenzó a divagar. Era tan fácil. Solo tenía que sacar uno, encenderlo con el mechero y volver a experimentar esa sensación que había sentido las veces anteriores con su tía. La idea le resultaba tentadora, pero también inquietante.
“¿Qué sentiría esta vez?” pensó para sí misma. Recordó el ligero mareo, el cosquilleo en su cuerpo y el sabor amargo que al principio había detestado pero que luego se había vuelto tolerable. Sin embargo, también recordó las conversaciones con Mónica, las reflexiones sobre los riesgos del tabaco y las imágenes que había visto recientemente: los chicos fumando fuera del instituto, la señora mayor frente a la peluquería.
Catarina dejó la cajetilla sobre la mesa y se sentó en el sofá frente a ella. Sabía que no quería convertirse en alguien que fumara regularmente, pero no podía negar que la curiosidad seguía ahí, latente. Era como si una pequeña voz dentro de ella susurrara: “Solo uno más, no pasa nada.”
Mientras miraba fijamente el mechero, recordó algo que Mónica le había dicho después del tercer cigarrillo: “Es fácil caer en esto porque parece inofensivo al principio. Pero cada vez es más difícil parar.”
Esa frase resonó en su mente como una advertencia. Catarina sabía que si cedía ahora, sería más difícil resistir la próxima vez. Además, ¿qué pensaría Mónica si supiera que había fumado sola? La decepción de su tía sería mucho peor que cualquier curiosidad pasajera.
Finalmente, Catarina se levantó del sofá con decisión. Tomó la cajetilla y el mechero y los guardó en un cajón del mueble de la sala para no tenerlos a la vista.
“Esto no es para mí”, murmuró para sí misma mientras volvía a sentarse y sacaba sus libros para estudiar.
Aunque todavía sentía un leve impulso, Catarina se sintió orgullosa de haber resistido la tentación. Sabía que enfrentarse a estos momentos era parte del proceso de aprender a tomar decisiones responsables. Y aunque aún estaba explorando quién era y qué quería ser, tenía claro algo: no quería ser esclava de un hábito como el tabaco.
Cuando Mónica llegó más tarde esa tarde, Catarina no mencionó lo sucedido. Pero mientras estudiaban juntas antes de que Catarina saliera para su actividad, sintió una renovada admiración por su tía y por todo lo que había compartido con ella sobre sus propias luchas con el tabaco.
Ese día marcó un pequeño triunfo personal para Catarina: había enfrentado una tentación real y había salido fortalecida.
Otro día Catarina llegó al apartamento de Mónica después de clase, lista para repasar algunos apuntes antes de ir a su actividad de la tarde. Mónica estaba en casa, sentada en la mesa del comedor con una taza de té y un libro abierto frente a ella. Al verla entrar, sonrió y dejó el libro a un lado.
“Hola, Catarina. ¿Cómo te fue en el instituto?” preguntó Mónica mientras se levantaba para saludarla.
“Bien, nada fuera de lo normal”, respondió Catarina, dejando su mochila en el sofá. “¿Te importa si estudio aquí antes de salir?”
“Por supuesto que no. Si necesitas algo, avísame”, dijo Mónica mientras recogía su taza y la llevaba a la cocina.
Después de unos minutos, Catarina sacó sus libros y comenzó a trabajar. Sin embargo, notó que Mónica parecía inquieta, como si quisiera decir algo pero no supiera cómo empezar. Finalmente, su tía se sentó frente a ella y soltó un suspiro.
“Catarina, hay algo que quiero hablar contigo”, comenzó Mónica, con un tono serio pero cálido.
Catarina levantó la vista de sus apuntes, curiosa. “¿Qué pasa?”
Mónica jugueteó con un mechón de su cabello mientras hablaba. “He estado pensando mucho en lo que hicimos... ya sabes, el trato que hicimos con los cigarrillos.”
Catarina se mantuvo en silencio, dejándola continuar.
“Fue emocionante compartir eso contigo”, admitió Mónica con una sonrisa melancólica. “De alguna manera me hizo sentir más cerca de ti, como si estuviera compartiendo algo personal e íntimo. Pero también tengo muchos remordimientos.”
“¿Remordimientos?” preguntó Catarina, sorprendida.
“Sí”, dijo Mónica con sinceridad. “Sé que no fue lo correcto. Aunque mi intención era que entendieras lo difícil que es dejarlo y por qué fumo, no puedo evitar sentirme culpable por haberte involucrado en algo tan dañino.”
Catarina asintió lentamente. “Entiendo lo que dices. Pero también aprendí mucho gracias a eso. No solo sobre el tabaco, sino sobre ti y tus luchas.”
Mónica sonrió agradecida por las palabras de su sobrina antes de continuar: “Aun así, he decidido que no volveré a ofrecerte tabaco nunca más.”
Catarina sintió un alivio inmediato al escuchar esas palabras, pero antes de que pudiera responder, Mónica añadió: “Bueno... al menos no hasta dentro de un año.”
La joven arqueó una ceja y rió suavemente. “¿Un año? ¿Por qué un año?”
Mónica se encogió de hombros con una sonrisa traviesa. “No sé... tal vez porque para entonces serás mayor y más madura. Pero espero que para ese momento ya ni siquiera yo esté fumando.”
Ambas rieron juntas ante el comentario, pero Catarina aprovechó la oportunidad para hablar con franqueza. “Tía, no necesitas esperar un año ni ofrecerme nada más para conectar conmigo. Ya somos cercanas. Y aunque entiendo mejor por qué fumas, espero que algún día puedas dejarlo del todo.”
Mónica asintió con seriedad. “Lo estoy intentando, Catarina. Es un proceso lento y difícil, pero quiero hacerlo por mí misma... y también por ti.”
La conversación terminó con un abrazo cálido entre ambas antes de que Catarina volviera a concentrarse en sus estudios. Mientras repasaba sus apuntes, sintió una profunda gratitud por la relación honesta y abierta que tenía con su tía.
Aunque el tema del tabaco seguía siendo complicado para ambas, Catarina sabía que habían dado un paso importante hacia adelante: entenderse mutuamente sin juzgarse y apoyarse en sus respectivos caminos hacia decisiones más saludables y responsables.
Catarina llevaba ya varios meses saliendo con Daniel, un chico amable y divertido que había conocido en la universidad. Su relación iba bien, y un día él la invitó a conocer a su hermana mayor, Laura, y a una prima que estaba de visita, Paula. Daniel había hablado mucho de ellas, describiéndolas como personas cercanas y agradables, así que Catarina aceptó con entusiasmo.
Cuando llegó a casa de Daniel esa tarde, Laura la recibió con una sonrisa cálida y un abrazo. Paula, por su parte, era una chica extrovertida y simpática que irradiaba confianza. Después de charlar un rato en el salón sobre temas triviales, Paula sacó un paquete de cigarrillos de su bolso y encendió uno con naturalidad mientras hablaba.
“Espero que no les moleste”, dijo Paula mientras exhalaba el humo con una sonrisa relajada. “Para mí, fumar es uno de esos pequeños placeres que hacen la vida más llevadera.”
Catarina observó cómo Paula sostenía el cigarrillo con elegancia, casi como si formara parte de su personalidad. Aunque no podía evitar recordar sus propias experiencias recientes con el tabaco, se sintió incómoda al escuchar la afirmación tan despreocupada de Paula.
“¿De verdad crees que vale la pena?” preguntó Catarina con curiosidad, tratando de mantener un tono neutral.
Paula asintió sin dudar. “Claro que sí. Sé que no es lo más saludable del mundo, pero me gusta. Es mi momento para desconectar y relajarme. Además, siempre he pensado que la vida es demasiado corta para privarte de las cosas que disfrutas.”
Laura intervino rápidamente, probablemente notando la incomodidad de Catarina. “Bueno, cada quien tiene sus hábitos. Yo nunca he fumado porque no me atrae, pero entiendo por qué a algunas personas les gusta.”
Catarina asintió lentamente, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Recordó las conversaciones con Mónica y cómo su tía había descrito el tabaco como algo seductor pero peligroso. También pensó en las veces que había visto a otras personas fumar: los chicos fuera del instituto, la madre de su amiga, e incluso aquella señora mayor frente a la peluquería. Cada uno parecía tener una relación diferente con el cigarrillo.
“Supongo que depende de cómo lo veas”, dijo Catarina finalmente. “Para mí, no vale la pena arriesgar tu salud por algo así. Pero entiendo que cada persona tiene sus razones.”
Paula sonrió ampliamente. “Esa es una forma madura de verlo. Aunque te diré algo: si alguna vez cambias de opinión y quieres probarlo otra vez, avísame. Siempre llevo cigarrillos conmigo.”
Catarina rió suavemente pero negó con la cabeza. “No creo que eso pase.”
La conversación cambió rápidamente a otros temas más ligeros mientras seguían charlando y riendo juntos. Sin embargo, las palabras de Paula quedaron grabadas en la mente de Catarina durante el resto del día.
Esa noche, mientras caminaba hacia su residencia universitaria después de despedirse de Daniel y su familia, Catarina reflexionó sobre lo diferente que era cada persona en su relación con el tabaco. Para algunos era un hábito social; para otros, un placer personal; y para otros más, como ella misma había aprendido recientemente, una lucha constante contra algo que podía convertirse en una adicción.
A pesar de todo lo vivido y aprendido hasta ahora, Catarina se sintió firme en su decisión: no quería volver a fumar ni dejarse seducir por el aparente encanto del tabaco. Había visto demasiado para ignorar los riesgos y sabía que tenía otras formas más saludables de disfrutar los pequeños placeres de la vida.
Pasaron los meses y Catarina empezó sus estudios universitarios. Una tarde soleada, mientras Catarina paseaba por el campus universitario después de una clase, se encontró con una cara familiar que no veía desde hacía años. Era Lucía, una antigua compañera de primaria. Ambas se reconocieron al instante y se saludaron con entusiasmo.
“¡Catarina! No puedo creerlo, cuánto tiempo ha pasado”, exclamó Lucía, abrazándola con calidez.
“¡Lucía! Qué sorpresa verte aquí”, respondió Catarina, sonriendo ampliamente. “¿Qué haces por aquí? ¿Estás estudiando en esta universidad?”
“Sí, estoy en segundo de Psicología. ¿Y tú?”
“Yo estoy en primero de Filología Hispánica”, respondió Catarina. “¿Qué tal te ha ido todo este tiempo? Cuéntame.”
Se sentaron en un banco cercano y comenzaron a ponerse al día. Hablaron de sus estudios, sus familias y cómo habían cambiado desde aquellos días en primaria. Lucía seguía siendo tan simpática y carismática como Catarina la recordaba, pero ahora tenía un aire más relajado y seguro que la hacía parecer mucho mayor.
Después de un rato, Lucía sacó un paquete de cigarrillos de su bolso y encendió uno con movimientos fluidos y despreocupados. Catarina la observó mientras exhalaba el humo con visible satisfacción, como si fuera un ritual que disfrutaba profundamente.
“¿Fumas?” preguntó Catarina, sorprendida pero sin juzgar.
“Sí”, respondió Lucía con una sonrisa tranquila. “Empecé hace un par de años. Sé que no es lo mejor para la salud, pero me gusta. Es mi momento para desconectar.”
Catarina se quedó pensativa por un momento antes de decir algo que ni ella misma esperaba: “¿Me das uno?”
Lucía arqueó las cejas, claramente sorprendida. “¿Tú fumas?”
“No realmente”, admitió Catarina con una risa nerviosa. “Pero lo he probado antes... y no sé, me ha dado curiosidad otra vez.”
Lucía le ofreció el paquete sin dudarlo. “Claro, aquí tienes.”
Catarina tomó el cigarrillo con cierta torpeza y lo encendió con el mechero que Lucía le pasó. Dio una primera calada tímida, dejando que el humo llenara su boca antes de expulsarlo lentamente. El sabor era familiar pero aún extraño: una mezcla amarga y seca que no sabía si le gustaba o le disgustaba.
La segunda calada fue más profunda, aunque aún cuidadosa. Esta vez sintió el humo bajar por su garganta y llenar sus pulmones antes de exhalarlo en una nube delgada que se desvaneció rápidamente en el aire fresco del campus. La sensación era cálida y ligeramente abrasiva, pero también había algo reconfortante en ella, como si estuviera haciendo algo prohibido pero intrigante.
Mientras fumaba, Catarina notó cómo su cuerpo respondía al cigarrillo: un ligero mareo agradable, como si estuviera flotando; un cosquilleo en los dedos; y una calma inesperada que parecía desacelerar todo a su alrededor. Sin embargo, también sintió una punzada de culpa mezclada con curiosidad.
“¿Qué tal?” preguntó Lucía con una sonrisa divertida al ver la expresión pensativa de Catarina.
“No sé”, respondió Catarina después de un momento. “Es raro... No es exactamente agradable, pero tampoco es horrible.”
Lucía rió suavemente. “Así empieza para todos. Es más la sensación que el sabor lo que engancha.”
Catarina asintió mientras daba otra calada más larga esta vez. Al exhalar el humo, se dio cuenta de que estaba empezando a entender por qué algunas personas disfrutaban fumar: había algo casi meditativo en el acto de encender un cigarrillo, inhalar y exhalar lentamente.
Sin embargo, cuando terminó el cigarrillo y lo apagó en el suelo junto al banco (después de asegurarse de no dejarlo encendido), comenzó a notar los efectos secundarios menos agradables: un ligero ardor en la garganta, un sabor amargo persistente en la boca y una sensación extraña en el pecho.
“Bueno”, dijo finalmente mientras miraba el filtro aplastado del cigarrillo en el suelo. “Definitivamente no me voy a enganchar a esto.”
Lucía rió nuevamente. “Eso dicen todos al principio.”
Catarina sonrió pero negó con la cabeza. “No, en serio. Creo que es interesante probarlo para entenderlo mejor... pero no es algo que quiera hacer regularmente.”
Mientras caminaban juntas hacia la salida del campus después de despedirse, Catarina reflexionó sobre lo que acababa de experimentar. No podía evitar sentirse intrigada por cómo algo tan simple como fumar podía tener tantos matices: desde la sensación física hasta las emociones contradictorias que evocaba.
Por un lado, entendía por qué algunas personas veían fumar como un placer o una forma de relajarse; había algo casi ritualístico en ello. Pero por otro lado, no podía ignorar los efectos negativos inmediatos ni los riesgos a largo plazo que ya conocía demasiado bien gracias a Mónica y sus propias experiencias pasadas.
“Supongo que fumar es como esas películas raras que no sabes si te gustan o te incomodan”, pensó para sí misma mientras caminaba hacia su residencia universitaria. “Es interesante... pero definitivamente no quiero quedarme atrapada viéndolas todo el tiempo.”
Con esa reflexión ligera pero firme en mente, decidió dejar esa experiencia como una anécdota más para contar algún día... quizás incluso a Mónica, quien seguramente tendría mucho que decir al respecto.
El relato continúa en su segunda parte.